Escritores del Big Bang
Más allá de novedades y modas, la Feria sirve para redescubrir a autores que tras años de olvido viven una segunda oportunidad
Wescott, Schultz, Koeppen, Buzzatti, Nemirovsky, Mac Orlan, Kressmann Taylor o Márai. Son los nombres del efecto Big Bang en la literatura. Escritores cuya luz literaria se ha vuelto a ver décadas después de haber creado sus obras y brillar en su momento, pero eclipsados luego por diversos factores.
Nuevos clásicos o clásicos redescubiertos cuyos predios creativos se pueden explorar en la Feria del Libro de Madrid, y así ir más allá de las novedades literarias, de los autores o temas de moda y de los clásicos conocidos.
"Es una pena, pero este momento no es muy diferente a otros. Hölderlin, Hopkins o Stendhal son ejemplos de una excelencia que tardó muchos años en ser reconocida", recuerda Adam Zagajewski, poeta polaco que recientemente ha empezado a ser editado en España por Acantilado con los títulos En defensa del fervor, Tierra de fuego, Poemas escogidos y La belleza ajena. El caso de Sándor Márai, que es el más conocido, agrega el escritor "es muy triste porque se suicidó en San Diego pensando que moriría en el olvido; pero 10 años después su nombre ha recuperado el prestigio del que gozó en su país, Hungría, antes de la llegada del régimen comunista en 1948 que prohibió sus obras".
Con Márai empezó una recuperación de autores como Zweig, Buzatti o Nemirovsky
Con Márai (1900-1989) se abrió a finales de los noventa un periodo de recuperación de esos esplendores literarios, con obras como La herencia de Eszter, El último encuentro, Divorcio de Buda o los dos tomos de memorias (Salamandra).
La exploración por estos rescatados mundos gracias al efecto Big Bang literario pasa de Hungría a Austria. Con dos clásicos que contribuyeron al prestigio intelectual y cultural de la Viena de los primeros años del siglo XX. Uno es Arthur Schnitzler (1862-1931), revivido por Stanley Kubrick, cuya última película, Eyes wide shut, se basa en el libro del autor vienés Relato soñado (Acantilado). El otro es Stefan Zweig (1881-1942), con obras como Novela de ajedrez o Momentos estelares de la humanidad y El mundo de ayer. Memorias de un europeo (Acantilado).
El recorrido sigue hacia a Polonia con Bruno Schultz (1892- 1942), cuya escritura onírica donde lo real se adentra en el sueño se aprecia en Las tiendas de canela fina o El sanatorio de la Clepsidra (Maldoror).
En Alemania esperan los hallazgos narrativos de Wolfgang Koeppen (1906-1996) con Muerte en Roma, Palomas en la hierba y El invernadero (todas en RBA) que aseguró una balda importante en la biblioteca de su país. También su compatriota Katherine Kressmann Taylor (1903-1997), que en 1938 dejó una profética novela epistolar sobre lo que sería el nazismo y su ponzoña de intolerancia y dolor incluso entre amigos: Paradero desconocido (RBA y Punto de Lectura).
El recorrido sigue por Francia con Pierre Mac Orlan (1882- 1970), inspirador del realismo poético del cine francés de entreguerras, con títulos como El campamento Domineau (Gadir). Y de Italia es Dino Buzzatti (1906-1972), que alternó el periodismo con sus variados registros literarios plasmados en El desierto de los tártaros, El secreto del bosque viejo y Un amor (Gadir). El poeta Humberto Saba ha sido recuperado en España con su poemario Casa y campo: Triesta y una mujer; pero sobre todo en su faceta de novelista con Ernesto (Pre-Textos), especie de autobiografía donde un adolescente descubre su sexualidad y deseo, y que leída 50 años después sirve de espejo de la hipocresía moral.
De la literatura estadounidense se ha vuelto a mirar a dos contemporáneos de Scott Fitzgerald, y que como él tuvieron su mejor momento en los años treinta y cuarenta: Glenway Wescott (1901-1987), con El halcón peregrino y Apartamento en Atenas (Lumen), y, de alguna manera, Mary McCarthy (1912-1989), con El grupo (Tusquets) y Una vida encantada (El Aleph). El otro nombre es un clásico que en España está teniendo otra gran oportunidad: Willa Cather (1876-1947), cuya calidad se disfruta en las páginas de El canto de la alondra (Pre-Textos), Mi Antonia (Alba) o La muerte llama al arzobispo (Cátedra).
De Latinoamérica destaca la revitalidad que se intenta dar al mexicano Alfonso Reyes (1889-1959), con la Colección Alfonsina (FCE, Cátedra Alfonso Reyes y Fundación para las Letras Méxicanas), coordinada por Carlos Fuentes.
Pero el último escritor cuya luz ha reaparecido con fuerza décadas después es una mujer: Irène Némirovsky. La escritora rusa que vivía en Francia fue víctima del Holocausto nazi en 1942 y ha recuperado su prestigio con la publicación póstuma de Suite francesa (Salamandra), donde narra la desoladora reacción de los franceses durante la ocupación nazi desde 1940. La novela recibió en 2004 el Premio Ranaudot y su hija acaba de recoger en la Feria del Libro el premio de los libreros madrileños al Mejor libro del año 2005. Aunque en los ochenta se publicaron Las moscas de otoño, Fogatas (El Aleph) y David Golder (Grijalbo), se acaba de reeditar El baile (Salamandra), una novela corta que narra la elegante venganza de una niña al ver que sus padres la desplazan por mundanales cosas. Igual que el nuevo fulgor de todos estos escritores camino de lo clásico.
Babelia
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