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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El sida exige más

Veinticinco años después de la primera alarma sanitaria por unas misteriosas muertes en Los Ángeles y San Francisco, el sida se ha convertido en la más mortífera y devastadora de las epidemias. Ha matado ya a 25 millones de personas y otras 38 están infectadas por el virus. Ha diezmado África, donde decenas de millones tratan de eludir la muerte, y se dispone a recorrer, como un desbocado caballo del Apocalipsis, Asia, Rusia y el resto de Europa oriental, donde se registran alarmantes tasas de crecimiento. Países como India y Suráfrica tienen ya más de cinco millones de infectados cada uno, lo que da idea de la dimensión que puede llegar a tener la epidemia si el caballo de la muerte no detiene su galope.

Pasado un cuarto de siglo, la comunidad internacional no tiene muchos motivos para sentirse satisfecha. Es cierto que los programas emprendidos por Naciones Unidas en los últimos años han logrado reunir una cantidad nada desdeñable de ayuda para los países más afectados, pero la desproporción entre su cuantía y las necesidades es tan enorme que apenas ha logrado contener el frenético avance de la enfermedad. La mayor parte de los objetivos fijados en esos programas no se han cumplido, ni siquiera el más factible, que era facilitar tratamientos preventivos a las mujeres para cortar la transmisión a las nuevas generaciones. Cada día nacen 2.000 niños que ya llevan el virus en la sangre. Y, como la pobreza, también el sida tiene ya rostro de mujer. De mujer pobre, pues más del 60% de los infectados tienen esa doble condición.

La Asamblea General de la ONU acaba de pactar una declaración política llena de buenas palabras, pero sin ambición, en la que los Gobiernos evitan nuevos compromisos, por ejemplo sobre mujeres, prostitución u homosexuales. El acuerdo supremo para salvar vidas se ve torpedeado por los intereses políticos, económicos o religiosos de los distintos países. Eso sí, se proclama como objetivo conseguir para el fondo global de lucha contra la enfermedad alrededor de 20.000 millones de dólares para el año 2010. Ya se verá.

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Mientras tanto, el sida se ha convertido en el exponente más ignominioso de la creciente brecha que separa a unos países de otros. En los ricos, los tratamientos antirretrovirales han logrado convertir en crónica la enfermedad, con una expectativa de supervivencia indefinida. Luego en el campo científico sí que se ha avanzado. El problema es que ese avance sólo alcanza a una minoría: sólo uno de cada tres afectados recibe tratamiento. Hay algunos datos muy reveladores de lo que puede ocurrir. En los países africanos donde la epidemia se ha extendido más, parece haber alcanzado una especie de saturación: ya no crece más. Pues bien, a ese punto se ha llegado con tasas de infección superiores al 30% de la población. ¿Se atreve alguien a proyectar esa cifra sobre los superpoblados países de Asia? ¿Sobre Rusia o Europa del Este? De eso no se discute en la ONU.

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