Encadenados por vocación
Ana Ribelles consiguió entrar en Medicina con actos de protesta
Con la democracia dando sus primeros pasos en España, la gente manifestándose en las calles en contra de la precariedad laboral, por la amnistía de los presos políticos o por la entrada en la Universidad, 1976 fue el año que Ana Ribelles recordará como el de su entrada en la Facultad de Medicina de la Complutense, en Madrid. Pero le costó lo suyo. "Me quedaron las matemáticas y no pude hacer la selectividad hasta septiembre. Saqué un siete y pico, pero aun así me quedé fuera".
Tanto Ana como otros 120 jóvenes que habían conseguido la nota adecuada no pudieron, sin embargo, entrar en la facultad. Lo mismo les pasó a los de Ciencias de la Información o a los de la facultad de Bellas Artes. Por eso decidieron tomar cartas en el asunto. "Nos encerramos en el edificio de la Ciudad Universitaria y empezamos a organizarnos. La familia nos traía comida y mi hermano Jesús venía cada noche para ayudarnos a organizar el plan de ataque de cada día".
A Ana le brillan los ojos cuando habla de cómo se plantaron en la inauguración del curso, "para boicotearlo"; en la sede del [aún ilegal] Partido Socialista, o en la casa de Enrique Tierno Galván "una madrugada". Tenía casi 17 años y la vocación de ser médico. "Decidimos encadenarnos en la Gran Vía", sonríe; "fuimos por la mañana a una ferretería a por las cadenas. Y nos atamos en los bancos. Primero vinieron los grises, que no sabían qué hacer con nosotros. Al final, fueron a por algo para cortar las cadenas, nos llevaron a comisaría y a última hora de la tarde nos soltaron".
Ese mismo día, en el Ministerio de Educación y Ciencia se decidió admitir a todos aquellos que cumplieran los requisitos exigidos. Los diarios del momento se hacían eco de la noticia, y EL PAÍS llevaba a la portada el 9 de octubre la foto en la que Ana y sus compañeros aparecían encadenados. Ella guardó durante años el recorte, y volvió a descubrir la imagen en el tomo 7, La transición, de la colección La mirada del tiempo de EL PAÍS.
La vida la llevó por otro camino. "No me gustó el plan de estudios, ni las condiciones de enseñanza, así que al final lo dejé". Su sonrisa no oculta la decepción en el rostro de Ana. "Sigo queriendo ser médico. Lo mío es vocacional. Hace unos años volví a intentar matricularme en Barcelona, adonde me trasladé a vivir, pero al final no lo hice. Ahora estoy volviendo a pensarlo".
El mismo aire combativo que la llevó a encadenarse en la Gran Vía madrileña le ayudó a superar un cáncer hace 10 años y a luchar contra una drogodependencia a diferentes sustancias y al alcohol, hace más de 16 meses. "No me avergüenzo de ello", afirma. "Cuando toqué fondo supe que no podía seguir así y busqué ayuda. Si el saber esto puede servir para que quien se encuentre en mi situación sepa qué se puede hacer, que se puede luchar y salir, merece la pena dar la cara".
Ana habla con valentía y mira a los ojos, sonriendo, mientras comenta su nuevo proyecto de vida. "Ahora estoy preparando una web para montar una tienda de moda online. Y si las cosas van bien, tal vez pueda intentar matricularme de nuevo en la Facultad de Medicina".
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