El cuervo
En el origen hay un cuervo, el negro pájaro que inspiró dos poemas célebres. En la fábula de La Fontaine es la vanidad parlanchina que sucumbe ante la astucia de la zorra: el pajarraco suelta el queso que lleva en el pico ante los elogios de la vulpeja. En el poema de Edgar Allan Poe es la muerte o el diablo, con el graznido que siempre responde "never more", nunca más. Pero el cuervo que ahora interesa es cinematográfico, es el de Henri-Georges Clouzot, el director que firmó en 1943 una de las películas más negras de la historia del cine, Le Corbeau, en la que unas cartas anónimas sembraban la discordia en una pequeña ciudad de provincias, hasta provocar un suicidio y un homicidio. En francés, un cuervo es un delator, un "autor de cartas anónimas", según el Larousse.
Un ave negra de esta especie es la que está detrás del escándalo Clearstream que tiene en vilo a la V República y amenaza con llevarse por delante al primer ministro, Dominique de Villepin. El juez de instrucción Renaud van Ruymbeke recibió el 14 de junio de 2004 una carta anónima -con título incluido: El baile de los crápulas- en la que se denuncia una red mafiosa alrededor de un viejo asunto investigado por el mismo juez -el cobro de comisiones por la venta de fragatas francesas a Taiwan- y se revela la existencia de 895 cuentas nominativas en la entidad financiera Clearstream de Luxemburgo. Una de las cuentas venía a nombre de Stéphane Bocsa y otra de Paul de Nagy, junto a políticos y ex ministros de derecha y de izquierda como Alain Madelin, Jean-Pierre Chevènement, Laurent Fabius o Dominique Strauss-Kahn, y numerosos militares, funcionarios y empresarios. El nombre completo del actual ministro del Interior, entonces ministro de Finanzas, y candidato imparable a la presidencia de la República es Nicolas Stéphane Paul Sarkozy de Nagy Bocsa. El cuervo mandó en total dos cartas al juez y más tarde un CD-ROM con la referencia de 16.021 cuentas más. Pero lo más llamativo es que el actual primer ministro Villepin pidió, en nombre del presidente, que se investigara este asunto y específicamente la eventualidad de que su rival Sarkozy tuviera una cuenta secreta en Luxemburgo en enero de 2004, medio año antes de que el cuervo mandara su carta de denuncia.
Se sabe ahora que todo era un montaje, que puede tener su origen en rivalidades entre directivos de EADS, el fabricante de Airbus. Pero hay otras hipótesis: que sea en efecto un montaje, pero del presidente de la República para liquidar a Sarkozy; o que sea una trampa tendida por Sarkozy para liquidar a Villepin y a Chirac, y aparecer él solo como única alternativa de la derecha. Hay pocas dudas acerca de la capacidad de unos y otros de atacar a sus adversarios mediante el uso de servicios secretos, policías, filtraciones a jueces y golpes bajos de todo calibre. El periodista François-Olivier Giesbert atribuye a Sarkozy unas frases muy explícitas sobre el mundo político francés: "Quienes no puedan soportar ser odiados no deben hacer política. No hay destino sin odio".
En cualquiera de los casos, el asunto Clairstream responde a una regla política que un periodista de Le Monde, Jean-Baptiste de Montvalon, ha enunciado con precisión: "Desde 1969, a cada elección presidencial un golpe bajo". No puede cambiar el soberano temporal que eligen los franceses, ahora cada cinco años y antes cada siete, sin que se enturbien las aguas políticas hasta poner a flote los más impresentables pecios de la República. ¿Qué pasó en 1969 para que entrara en vigencia una regla tan perjudicial para el buen nombre de Francia y de sus políticos? Pues que De Gaulle, el fundador de la república presidencialista, dio la espantada, despechado por la derrota en un referéndum sin sustancia y tocado por la revuelta de mayo de 1968. La derecha no se ha repuesto todavía de la ausencia del general, el hombre providencial que diseñó el régimen para sí mismo, con unos poderes excepcionales que le permitían plantar cara a Moscú y Washington en la guerra fría, y presentarse como alternativa europea a la presidencia imperial americana. Y desde entonces, el gaullismo ha sido una partida de jefes que se combaten entre sí.
Chirac, el actual presidente que ya fue ministro con De Gaulle, encarna personalmente la tragedia de la V República, al igual que esa institución presidencial, monárquica y obsoleta, que excita los instintos asesinos de todos los ambiciosos de Francia y es emblema del inmovilismo, encarna las dificultades republicanas para adaptarse al mundo de hoy. ¿Adivinan los lectores de este periódico quién era el primer ministro francés hace 30 años, el día en que EL PAÍS salió a la calle?
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