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Reportaje:HISTORIA

Buscar una tierra

El Estado de Israel nació en mayo de 1948, y aquél fue un tiempo turbulento, como muestran estas imágenes. Ahora comienza la 17ª legislatura, y el conflicto palestino-israelí sigue atormentando al mundo.

"Del mal surgió el bien", respondió Menájem Beguin años después de la voladura del ala sur del hotel King David de Jerusalén. Corría el mes de julio de 1946, y el imponente edificio acogía las oficinas de funcionarios y militares británicos en Palestina. Un total de 91 personas murieron en el ataque terrorista. Restaban todavía dos años al mandato otorgado al Reino Unido tras el derrumbe del imperio otomano, y los judíos originarios de Europa desembarcaban por decenas de miles en la costa mediterránea tras haber padecido el genocidio perpetrado por el régimen nazi.

La tenaz emigración desde el inicio del siglo XX -salpicada de frecuentes revueltas palestinas contra los designios sionistas respaldados por Londres- mantuvo siempre el rumbo firme. El rechazo en el puerto de Haifa a cientos de inmigrantes del atestado buque Hagana, forzado a navegar hacia campos de detención británicos en Chipre, fue un contratiempo que no frustraría el vuelco demográfico que presenciaba Palestina.

¿Qué significa hogar nacional judío?, preguntaron a Weizman. "Hacer Palestina tan judía como inglesa es Inglaterra"
Lo advirtió Beguin al aprobar la ONU el plan de partición: "Jerusalén era y será nuestra capital para siempre"
Ben Gurión zanjó así una discusión: "Los árabes de la tierra de Israel sólo tienen una cosa que hacer: marcharse"

Chaim Weizman, primer presidente del Estado de Israel, había forjado una alianza con el Reino Unido. El ministro de Exteriores, Arthur J. Balfour, escribió en 1917 al mecenas judío lord Rotschild: "El Gobierno de su majestad contempla favorablemente el establecimiento en Palestina de una patria para el pueblo judío…, en el bien entendido de que no debe hacerse nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías…".

Los británicos, sin embargo, ignoraron a los palestinos (más del 90% de los 600.000 habitantes del mandato), mientras el movimiento sionista aireaba sus pretensiones. ¿Qué significa hogar nacional judío?, le preguntaron a Weizman en 1920. "Hacer Palestina tan judía como inglesa es Inglaterra", contestó. "Los británicos concedieron lo que no era suyo a quien no lo merecía", coinciden hoy, unánimes, los desterrados. "El sionismo es el traslado de los judíos. En relación con el traslado de los árabes, es mucho más sencillo… Existen Estados árabes vecinos, y está claro que, si son transferidos, mejorarán sus condiciones", dijo Ben Gurión, futuro primer ministro, en el año 1944.

Las celebraciones en Tel Aviv por el fin de la II Guerra Mundial fueron masivas, y las oleadas de inmigrantes europeos, constantes. El último bienio de la década de los cuarenta fue de euforia para el Yishuv, la comunidad judía establecida en Palestina antes de la fundación del Estado. Al naqba (el desastre) para los palestinos era inminente. Las organizaciones clandestinas Irgun (dirigida por Beguin, que alcanzaría la jefatura del Gobierno israelí en 1977) y Stern (comandada por Isaac Shamir, también primer ministro en los ochenta) ejecutaron actos terroristas -entre ellos el asesinato del mediador de Naciones Unidas, Folke Bernadotte-, y el Hagana, embrión del futuro ejército, comenzó la expulsión de árabes del suelo otorgado a Israel.

Un día antes del abandono de las tropas británicas, Irgun se hacía fuerte a escasos metros de las murallas de la ciudad vieja de Jerusalén, que debía permanecer bajo control internacional. Ya lo había advertido Beguin horas después de que la ONU aprobara el plan de partición, en noviembre de 1947: "Nunca será reconocido. Jerusalén era y será nuestra capital para siempre. Eretz Israel será restaurado para el pueblo de Israel. En su totalidad, para siempre".

El 14 de mayo de 1948, Ben Gurión declara la independencia. Egipto, Transjordania, Siria, Irak y Líbano juzgan inaceptable la división de Palestina y se lanzan a la guerra. Pero sus intereses dinásticos y estratégicos son dispares, y su derrota es aplastante. Los historiadores judíos revisionistas, así etiquetados por desbaratar las tesis oficiales, han desmontado el mito de que unas exiguas fuerzas hebreas derrotaron a cinco ejércitos. Siempre fueron superiores en número. Semanas antes se había emprendido la limpieza étnica de palestinos.

En muchas casas de la franja de Gaza se observan hoy planos de ciudades cuya fisonomía ha sido radicalmente transformada. Cientos de pueblos han cambiado nombres árabes por nomenclatura hebrea. Al Majdal Asqalan es hoy Ashkelón. Abundan los vecinos de la franja -dos tercios, refugiados- que todavía contestan que son naturales de Majdal, aunque nunca han pisado Ashkelón. Y les resulta imposible aceptar que un judío de cualquier rincón del mundo pueda establecerse con naturalidad en esta ciudad.

Ben Gurión fue de los que más empeño pusieron para configurar una demografía nueva en Palestina, incluso por encima de las apetencias territoriales de varios de sus generales. Así zanjó una discusión en octubre de 1948 con un miembro de su Gobierno: "Los árabes de la tierra de Israel sólo tienen una cosa que hacer: marcharse". Fueron expulsados de sus casas centenares de miles, mientras los movimientos clandestinos terroristas llevaron a cabo varias matanzas de civiles.

Ben Gurión no fue ajeno a métodos nada escrupulosos. A finales de 1947 escribía en su diario: "El objetivo estratégico de las fuerzas judías fue destruir las comunidades urbanas, que son las más organizadas y con mayor conciencia política del pueblo palestino. No se hizo en una lucha casa por casa, sino mediante la destrucción de las áreas rurales que rodean las ciudades… Esta técnica condujo al colapso de Haifa, Jaffa, Tiberias, Safed, Acre, Beit Shean, Lidda, Ramle, Majdal y Beersheva. Al privarles de transportes, comida y materias primas se sumieron en un proceso de desintegración, caos y hambre que les forzó a la rendición".

Algunos militares -Ariel Sharon es el arquetipo- fueron alumnos aventajados. La magnanimidad suele estar ausente en personalidades que observan riesgos para su existencia. El asesinato en 1954 de una israelí y sus dos hijos por infiltrados palestinos procedentes de Jordania desencadenó una represalia feroz. La Unidad 101 voló 45 casas de la aldea de Qibya: 69 personas -dos tercios, mujeres y niños- murieron en su interior. Sharon comandaba la unidad. El Gobierno le felicitó. "¿Quiénes son los palestinos?", se cuestionó con desprecio Golda Meir, jefa del Ejecutivo israelí en los años setenta. Los israelíes saben hoy quiénes son y cuáles son sus deseos. Pero ambas comunidades se dan la espalda. El odio es visceral. La mayoría en Israel, harta de terrorismo, es partidaria de conceder a los palestinos un seudo-Estado inadmisible para éstos. Y pocos israelíes, pero muy activos, han asumido que la ocupación es un cáncer para su Estado. "Un país no es sólo lo que hace, es también lo que tolera", advirtió hace décadas el ensayista judío alemán Kart Tucholsky.

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