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COLUMNISTAS
Columna
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Nunca más invisibles

Miren por dónde, el 1 de Mayo me voy a dar el gustazo de no comprar ni consumir nada gringo, uniéndome así simbólicamente al boicot que circula por México convocando a la solidaridad con los emigrantes latinos que luchan por sus derechos en Estados Unidos. Si este Día del Trabajo, los hispanos explotados y ofendidos consiguen mantenerse unidos -porque existen disidencias, como suele ocurrir- y celebrar las marchas, dejando ese día lo que estén haciendo para sus empleadores; si continúan blandiendo pancartas llenas de dignidad y sentido común; si siguen luchando contra la denigración que supone que, por indocumentados, los conviertan en delincuentes… En fin, queridos, no me negarán que este lunes puede ser un gran día.

Porque de lo que se trata es de que esos hombres y mujeres han sacado a la calle un Gran Tema, el Tema único, por así decirlo: los Otros y lo que tenemos que hacer para que todos seamos unos antes de que nuestra mera existencia les ofenda. Hispanos que desean ser visibles en los ricos Estados Unidos, cuya riqueza ayudan a aumentar. Y bolivianos, en Argentina. Paraguayos, ecuatorianos, colombianos: hacia países del subcontinente americano menos desfavorecidos. Centroamericanos, caribeños, mexicanos que emigran hacia el poderoso vecino norteño. No es un fenómeno estrictamente europeo, no es cosa de moros y cristianos, aunque sí lo es de hambre de futuro y de muros, de vallas, de rejas y de patrullas: para todos. Los unos, a saltar; los otros, a verlos venir. O a tolerarlos mientras limpian nuestras porquerías o trabajan en nuestras trastiendas, o simplemente mientras se mueven entre nosotros y no queremos verlos más que como al ejército de sombras que madruga y se acuesta tarde, que trabaja barato y duerme apretujado en pisos-patera.

Si en la Europa rica, los inmigrantes, documentados o no, decidieran permitir que durante un único día los señoritos descubriéramos lo que hacen por nosotros; si desaparecieran del trabajo e inundaran las calles, nos íbamos a enterar de la única noción que debemos comprender: que nos necesitamos mutuamente, y que no podemos condenarles a una vida de tercera división. O saben que van a poder vivir como nosotros, a fuerza de trabajo, de deberes, derechos e integración, o saben que deben odiarnos desde el principio, porque les negamos aquello con lo que nos llenamos la boca: derechos humanos.

Si las elecciones italianas y el berluscogate no nos hubieran mantenido tan tensos y entretenidos mientras se sucedían las marchas que movilizaron a unos dos millones de hispanos en diversas ciudades de Estados Unidos, tal vez habríamos entendido lo importante que fueron aquellas manifestaciones. Rebasaron en número a las de los derechos civiles en los años sesentas, a las que se celebraron contra la guerra de Vietnam, y no digamos ya contra la invasión de Irak. Sólo falta constancia y liderazgo, y que Fox boicotee el boicot y las restantes demostraciones, como ha hecho enviando mensajes a sus hombres clave en Estados Unidos.

Todo ello coincide con una historia que no parece tener mucha relación, pero que yo creo que sí la tiene. Hace un par de meses, un señor asiático, posiblemente chino, amable y cortés, abrió una tiendecita en mi calle. Un local mínimo, sin escaparate, sin cristales. Puerta metálica y mercancías dentro. El buen hombre abre temprano, y cuando le pregunté (era Viernes Santo: Barcelona santamente cerrada) a qué hora cerraba, sonrió de oreja a oreja, esa sonrisa del buen comerciante que siempre me calienta el corazón y dijo: "Once y media de la noche. Siempre, siempre". La tienda no es precisamente Hipercor, pero tiene cositas necesarias para la supervivencia cotidiana e incluso semanal. Y tendrá más, conforme pasen los días y los vecinos acudan, porque el hombre necesita desesperadamente prosperar.

Al que viene a trabajar dejándose las pestañas hay que considerarle no sólo una buena contribución, sino un recordatorio de quiénes éramos antes de que nos convirtiéramos en lo que somos.

Viva este 1 de Mayo sin Coca-Cola Light.

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