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CÁMARA OCULTA
Columna
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75 primaveras

Buena parte del cine de la Segunda República se perdió definitivamente. Muchas películas se extraviaron durante la guerra y otras se achicharraron en incendios posteriores. En aquel tiempo no había conciencia de que, buenas o malas, las películas siempre tienen algo más que decir con el paso del tiempo, y no se fomentaron filmotecas, archivos ni perritos que las guardasen. Es un dolor saber que la enjundia del cine republicano seguirá siendo un secreto que jamás podrá desvelarse.

A pesar de los pesares, la Filmoteca Española programa este mes un ciclo sobre los prometedores y conflictivos años de la República, que tienen su epicentro hoy viernes. En las escasas películas que han permanecido para nuestra memoria se encuentran achispados musicales a la americana (El bailarín y el trabajador), folclorismo andaluz (María de la O), muestras del eterno clero tridentino (El cura de aldea), historias de muchachas deshonradas (El agua en el suelo), de honores mancillados (Nobleza baturra), zarzuelas (La verbena de la Paloma, la gran película de Benito Perojo), propaganda política (Aurora de esperanza), y el estremecedor documental de Buñuel Las Hurdes, tierra sin pan, cuya exhibición fue prohibida por el Gobierno de Lerroux, a lo Rodríguez Ibarra. Aquellas películas son reflejo de las confrontadas ideologías de un momento histórico, aplastado luego por la insurrección militar, y rematado por el sombrío cine de los vencedores cuya espeluznante meta era por el Imperio hacia Dios.

Supervivientes de los años republicanos dejaron escrito que se habían hecho bastantes buenas películas -entre ellas La traviesa molinera, que tanto gustó a Charles Chaplin-, aunque muchas de ellas con escaso espíritu republicano. Algunas fueron alegres reflejos de las nuevas costumbres sociales como Madrid se divorcia o Abajo los hombres, y otras, defensoras de minorías como los gitanos de la celebérrima Morena Clara, pero el cine, que ya costaba bastante dinero, era inevitablemente de derechas. Como casi siempre. Las películas republicanas fueron deudoras del teatro filmado y de la literatura clásica, y quizás por ello, o a su pesar, da lo mismo, lograron que el público quedara fascinado: a fin de cuentas hablaban de cosas familiares, y por fin en su propia lengua.

Precisamente la lengua fue la causa de que varios aventajados cineastas marcharan contratados a Hollywood para filmar allí sus historias en español. Hay constancia de que lo hicieron bien; un ejemplo puede ser la extravagante y divertida Angelina o el honor de un brigadier, de Jardiel Poncela. Por el contrario, la mayoría de intelectuales dieron la espalda al cine, preocupados por cuestiones de urgencia, y no le ayudaron a crecer.

En cualquier caso, hoy es buen día para brindar con un recuerdo huérfano por Eduardo Haro Tecglen, aquel niño republicano que se negaba a ver las malas películas españolas. El cine no era entonces de su mundo. Salud, compañero.

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