Sobre la República
La España de hoy mira a la Segunda República con reconocimiento y satisfacción, dijo Zapatero en su respuesta a una pregunta parlamentaria, el pasado miércoles, en el Senado, y se organizó una bronca más que regular en los medios más afilados de la derecha. Tal vez sea un anticipo de lo que nos espera en torno a la conmemoración del 75 aniversario del régimen nacido el 14 de abril de 1931. El jefe del Gobierno dijo también, y eso fue lo que más soliviantó a algunos, que muchos de los ideales y aspiraciones de aquella República están hoy vigentes o en desarrollo en nuestro sistema constitucional. ¿Había motivo para escandalizarse? ¿Es tan insólito reivindicar los ideales del régimen nacido en 1931, dado su trágico final?
Durante 40 años, el franquismo presentó a la República como una desviación en la historia de España que llevaba al caos y la destrucción, lo que hizo inevitable la guerra. Recientemente, agitadores de la historia con fuerte impacto popular han completado ese relato actualizando la teoría (defendida en caliente por teóricos franquistas) de que en realidad la guerra no la inició Franco en 1936 sino la izquierda en 1934. Ambas cosas, la visión de la República a la luz de su desenlace, y la responsabilidad de los republicanos en el mismo, simplifican burdamente realidades mucho más complejas.
No es ningún sinsentido reivindicar los valores de la República desde la España actual. Fue, con las limitaciones del momento histórico, el más profundo intento de modernización política y social emprendido hasta entonces. Por eso contó con apoyos de los sectores que representaban lo mejor de aquella sociedad, incluyendo una de las generaciones intelectuales más brillantes de la España moderna. El republicanismo de 1931 era la desembocadura de corrientes que venían de la tradición ilustrada y liberal. Propició las primeras elecciones no desnaturalizadas por el caciquismo, y las primeras en que pudieron votar las mujeres. Unió la libertad política a la extensión de la instrucción pública, y ambas a las reformas sociales. Separó la Iglesia del Estado, fundamento de cualquier democracia, como todavía hoy puede comprobarse, en negativo, en gran parte del mundo, y puso en pie el germen de un sistema autonómico.
¿No son valores en los que reconocerse como parte de una tradición que nace con las Cortes de Cádiz y sin la que la España actual no sería lo que es? Considerar que la República llevaba el germen de la división en su fundamento antimonárquico es una tosca simplificación. La República no sucede a una monarquía parlamentaria, sino a la dictadura de Primo de Rivera, propiciada y amparada por la Corona. El colapso de esa dictadura provocó el de la monarquía, como años después ocurriría en Grecia, por ejemplo. Pero es cierto que el entusiasmo del momento confundió a los republicanos en el sentido de pensar que contaban con la totalidad, o casi, de la población; o, peor, de considerar que los intereses, ideología y prejuicios de los sectores más atrasados de la sociedad no debían ser tomados en consideración. El sistema electoral fue un factor de distorsión. En 1933, los partidos de centro-izquierda obtuvieron el 21% de los escaños con el 36% de los votos, mientras que el centro y la derecha cosecharon el 79% con el 64% de los votos. Lo mismo ocurrió en febrero de 1936, esta vez en beneficio de la izquierda.
El fracaso de la República no era inevitable, como sostienen los deterministas de derechas, pero es un hecho que fracasó. Un peligro de la polémica suscitada por los revisionistas es responder a sus simplezas con un simétrico sectarismo emocional: cerrando los ojos, en nombre de las intenciones, o de la maldad del enemigo, a los errores e injusticias cometidas por los republicanos. Algunos de éstos, y no de segunda fila, como Azaña, Prieto o Zugazagoitia reconocieron muchos de esos errores e injusticias en sus diarios o memorias. No sólo en la Guerra Civil, sino también en los años precedentes, en los que se toleraron o no castigaron con suficiente energía abundantes desmanes justificados en nombre de la ideología.
Que hubo víctimas inocentes en ambos bandos no sólo lo confirman los historiadores, sino que es una opinión que comparte el 73% de los españoles de hoy, según una encuesta del CIS de noviembre pasado. Pero el 66% pensaba que no hubo el mismo reconocimiento para las de los vencedores que para las de los vencidos. Eso justifica algunas iniciativas como las que en torno a la idea de recuperación de la memoria se anuncian para los próximos meses. Se trata, en fin, de asumir la memoria republicana como parte de la tradición democrática española, y aprender de los errores para no repetirlos. Sobre todo, el de buscar la identidad nacional o popular en la eliminación del discrepante.
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