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Reportaje:GRANDES REPORTAJES

Un museo del siglo XXI

Joven, atrevido, sin complejos. El Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (Macba) acaba de cumplir 10 años y en tan corto tiempo se ha convertido en una referencia cultural imprescindible en el mundo. Asentado en el corazón de un barrio histórico, el Raval, ha sido el motor para su regeneración.

La plaça dels Àngels de Barcelona es, a las cinco de la tarde de un día cualquiera, un hervidero. Estudiantes de la cercana Universidad Ramón Llull, magrebíes, paquistaníes, indios y chinos, como los del Hong Kong Shop que pintan alas a los dibujos de pollos del escaparate, charlan a la puerta de sus negocios; niños recién salidos del colegio con sus madres y skaters que vuelan con estruendo sobre sus tablas… En medio de semejante fusión surge, como una catedral laica, el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona, más conocido por sus siglas, Macba. Es el corazón de un barrio en el que conviven diferentes razas y religiones, jóvenes y viejos -más de 21.000 emigrantes-. Un barrio, como decía Vázquez Montalbán, "en plena reforma en el que la piqueta quita las varices de sus viejas prostituciones y extermina poco a poco lo que fueron ingles de la ciudad".

El barrio del Raval es un microcosmos revitalizado por el Macba
"El reto era buscar otro tipo de museo, un espacio de libertad"

El arquitecto estadounidense Richard Meier reflejó de forma escueta hace 19 años lo que representaba el inicio de uno de sus proyectos emblemáticos, el Museo de Arte Contemporáneo de Cataluña: "Las ciudades tienen sus momentos propicios, y éste es el de Barcelona", pensó al poner en marcha el proyecto. El edificio, un cubo de una blancura deslumbrante, "una escultura transitable", se levanta en el corazón de un barrio abigarrado, el Raval, el antiguo barrio chino, escondido tras la parte derecha de la Rambla, la arteria que da vida a la capital catalana, y fronterizo con el Paralelo, el eje de diversión que hizo del cabaret El Molino su símbolo del music hall local al estilo de Pigalle.

El arquitecto Meier acertó con su profecía: "Esto será como el Marais". El Centro Pompidou había cambiado la vida del barrio de París donde se asienta y hoy es una de las zonas de moda para vivir, pasear, tomar copas, visitar galerías e ir de compras. Algo parecido le está ocurriendo al Raval barcelonés, que ve con orgullo cómo sus calles se llenan de turistas y de visitantes atraídos por la modernidad del Macba.

El 28 de noviembre de 2005, el Museo de Arte Contemporáneo cumplió 10 años. En tan corto tiempo de vida ha asistido a cambios políticos y sociales y ha solventado más de una gran crisis de funcionamiento. Manuel Borja-Villel (Burriana, Castellón, 1957), su director desde hace siete años, es el alma de un proyecto que, como reza el eslogan por él creado, empieza ahora su "momento cero". Procedente de la Fundación Tàpies de Barcelona, Borja-Villel es un teórico y un agitador. En su combate permanente domina la idea de que en arte todo está aún por hacer. Llegó a la dirección del Macba tres años después de su inauguración, en plena ebullición de polémicas y disputas. "Cuando me contrataron, tenían dudas. Igual lo hicieron por desesperación", comenta riendo. "Quizá tenían la idea de que éste iba a ser un museo elitista. Pero, curiosamente, los visitantes han ido aumentando, a pesar de que en el programa de exposiciones no ha habido concesiones".

En la cercana Rambla del Raval, un gran solar delimita el espacio de lo que será un complejo de viviendas. Allí, el cineasta José Luis Guerín rodó su película En construcción, un fresco de la vida en el barrio que muestra cinematográficamente su evolución. En esta parte de la ciudad antigua, con sólo dar una patada al suelo afloran restos arqueológicos. Edificios del siglo XIX coexisten con bellas iglesias románicas, como la de Sant Pau del Camp. El tejido urbanístico se renueva con delicadeza, y así, en el antiguo emplazamiento de la Casa de Caridad, hoy se levantan dos puntales culturales, el Macba y su vecino Centro de Cultura Contemporánea.

"Los huertos vuelven al barrio", titula El Raval, una publicación independiente financiada por los comerciantes de la zona. Se trata del simbólico proyecto de adecentar un pequeño espacio agrícola -nueve parcelas de dos metros de largo por cuatro metros de ancho- junto a lo que antiguamente era la huerta de la iglesia de Sant Pau, para que lo trabajen los jubilados. Más allá, en las instalaciones del Macba, los jóvenes se dedican a cultivar algo diferente: "El mundo como instrumento", un curso sobre la creación sonora.

El restaurante Estevet, en la calle de Valldonzella, un clásico en el barrio, tiene las paredes cubiertas de fotografías (un batiburrillo ecléctico: Lola Flores, Ovidi Montllor, La Chunga, Ernest Lluch, Terenci Moix…) y de una pátina marrón cuajada a base de años. Su propietario, Jordi Sunyer, recuerda los buenos tiempos, y también el bajón -"porque el barrio se degradó"- del que le ha salvado el Macba: "Si no fuera por los turistas, yo ya no estaría aquí", constata.

Cuando hace 10 años entró en funcionamiento el Museo de Arte Contemporáneo se optó por un sistema de financiación mixto. Es el matrimonio feliz del sector privado, la Fundación Macba, con el público, el consorcio, dueño del edificio. El consorcio lo forman la Generalitat de Cataluña y el Ayuntamiento de Barcelona, mientras que en la Fundación Macba se integran empresas y coleccionistas privados. Como misión principal, la fundación se impuso la tarea de crear un fondo artístico, adquiriendo obras de acuerdo con el criterio del director del museo, asistido por un comité asesor (cuatro miembros, entre los que figuran María Corral, comisaria y crítica de arte, y Vicente Todolí, director de la Tate Modern de Londres). Dieciocho años después de su constitución, la fundación ha aportado al Macba más de 1.200 obras. El fondo actual del museo consta de 2.798 obras con las provenientes del Ayuntamiento, la Generalitat y las donaciones y depósitos de coleccionistas diversos.

A espaldas del cubo blanco de Richard Meier, en la calle de Joaquín Costa, una placa en el número 37 recuerda que allí nació, en 1942, el escritor Terenci Moix. Junto al portal de la casa que Terenci reflejó en sus memorias El peso de la paja, la antigua Granja de Gavà, hoy un café en el que sirven copas, cafés y crepes en suave penumbra, presidido por una foto del escritor catalán, sonriente junto a una cesta de huevos. Enfrente, una librería anarquista recuerda los orígenes cenetistas del antiguo barrio del Padró.

Esos antecedentes debieron pasar por la cabeza de la que fue delegada del Gobierno de Aznar en Barcelona, Julia García Valdecasas, cuando en 2001 mandó la policía al Macba para frenar a los jóvenes antiglobalización. Ha sido, probablemente, el único museo en el mundo que haya recibido la sorprendente visita de uniformados para poner orden.

Todo empezó con un proyecto de participación y debate, Las Agencias, impulsado por Borja-Villel. "Se trataba de estudiar la obra de artistas que con sus trabajos trataron de crear núcleos de resistencia, de oposición al sistema político, cultural". De la acción directa como una de las bellas artes, se titulaba uno de los talleres organizados al hilo de la exposición Arte y política en 2001. Barcelona bullía, los movimientos sociales se encontraban en pleno apogeo. El Banco Mundial anunciaba la celebración de su reunión anual en la ciudad y el Macba subvencionaba el programa de Las Agencias sobre temas alternativos. Una de las iniciativas sobre el dinero gratuito desembocó en unas artísticas pegatinas que se colgaron en Internet cuestionando el porqué del dinero. De otra agencia surgió la idea de un autobús que se desplazaba por los barrios de Barcelona mostrando vídeos y tocando música hip hop. El Showbus, un espacio móvil de exposición y agitación, apareció en la manifestación antiglobalización de 2001 guiando con megáfonos a los manifestantes para evitar a la polícía.

Leopoldo Rodés, presidente de la Fundación Macba, uno de los inspiradores del invento, se muestra satisfecho del recorrido artístico en estos 10 años: "Es un proyecto que ha resultado mucho mejor de lo que esperábamos", asegura. De aquella idea primitiva de conseguir para Barcelona un Museo de Arte Contemporáneo, nacida al calor de los Juegos Olímpicos de 1992, e impulsada por Rodés y Maragall, se ha llegado al aplauso y el reconocimiento internacional. The New York Times y la revista Artforum, la biblia de galeristas y coleccionistas, se hacen eco de sus exposiciones y ya nadie recuerda las chanzas de cuando tildaban al museo de caja de zapatos vacía. "El edificio, que era tan controvertido, ahora todo el mundo está de acuerdo en que es austero", afirma Rodés. "El Macba es el único museo del mundo que está dedicado al arte de finales del siglo XX y principios del XXI. Es la apuesta por un museo innovador que hizo Borja-Villel. Yo viajo mucho y todo el mundo me pregunta por el Macba". En ese mismo sentido se manifiesta Caterina Mieras, consejera de Cultura de la Generalitat de Cataluña, y miembro del Consorcio del Macba: "Es un museo que goza de mucho prestigio en los círculos artísticos europeos y norteamericanos. Sin duda, creo que ello se debe a que el Macba ha sido capaz de crear, en pocos años, un modelo nuevo de museo, un modelo que para mí corresponde a lo que debería ser el museo del siglo XXI". Ferran Mascarell, concejal de Cultura del Ayuntamiento de Barcelona, vocal del Consejo General y miembro de la comisión ejecutiva del Macba, también se siente orgulloso de la marca del museo: "En poco menos de 10 años, ha conseguido pasar de ser continente sin contenido a un contenido de referencia internacional que ejerce de núcleo glocal -ciudad-mundo-, que marca tendencia en el debate artístico mundial, que ha contribuido a modernizar un barrio que rozó la desintegración social, que se ha convertido en una referencia de la nueva generación de centros culturales de Barcelona. En 10 años, el Macba ha permitido a Barcelona recuperar el tiempo perdido. Es difícil pedir más".

En 1999, el Macba recibió 150.000 visitantes. En 2005, la cifra fue de 431.533. Y su carácter de museo joven se corresponde con el de quienes lo visitan. La edad media ronda los 31 años y el grueso de visitantes se sitúa en esa franja. El 55% tiene de 21 a 30 años; el 30,62% procede de Cataluña, y el 18,04%, del resto de España. La mayoría de los visitantes (el 51,34%) son extranjeros. El análisis de Borja-Villel es rotundo. "Los visitantes aumentan porque la gente no es tonta, y hay que entender que la sociedad no son mayorías, sino múltiples minorías. Siempre hay colectivos que quieren discutir temas y, si eres capaz de dirigirte a ellos, de tender puentes, da como resultado que muchas minorías acuden a visitar el museo. Éste es el reto del Macba", afirma.

Borja-Villel dirige el Macba, a juicio de la comunidad artística, con mano de hierro. Sin concesiones. Leopoldo Rodés lo resume en una frase: "Él sí es el padre de todo lo que está pasando". Hace siete años el presidente de la fundación fue el impulsor de la contratación de Borja-Villel, que hasta su entrada en el Macba dirigía la Fundación Tàpies de Barcelona. Lo intentó una primera vez, a poco de echar a andar el museo, pero se encontró con el rechazo de Tàpies. El pintor no quiso prescindir de él. A la segunda lo consiguió y Rodés se siente "más que satisfecho" de aquella elección a la que el tiempo y los resultados han ratificado como acertada. "En 10 años le hemos dado la vuelta al calcetín. La Fundación Macba nunca ha hecho ninguna insinuación acerca del funcionamiento ni sobre lo que hay que comprar. El director tiene su comité asesor y confiamos plenamente en él", dice Rodés. Caterina Mieras lo ratifica: "En sus 10 años de existencia, el Museu d'Art Contemporani de Barcelona se ha consolidado como uno de los lugares de referencia del Estado español. Y eso me llena de orgullo, porque se trata de una pieza clave, junto al Museu Nacional d'Art de Catalunya, en la ordenación del territorio catalán a nivel museístico y cultural. Creo que esto se ha conseguido fundamentalmente por el hecho de que el Macba, tanto por su programación como por su colección, tiene una presencia que va más allá de lo local. De hecho, yo diría que uno de los aspectos más positivos de este museo es haber conseguido redefinir la relación 'local-global' y replantear nociones como identidad, memoria, educación…".

La "apuesta del museo por la investigación y su compromiso con la sociedad", que destaca Mieras, es una de las puntas de lanza que enarbola Borja-Villel: "El reto para nosotros era buscar otro tipo de museo, de estructuras; encontrar cómo construimos la memoria, qué historia dejamos a las generaciones siguientes a la nuestra. Debíamos organizar el museo. Ha de ser un espacio que te permita cada vez mayor libertad". Insiste Borja-Villel en su idea de lograr un museo que no sea únicamente un lugar donde se guardan obras de arte. "Los museos se hacen en torno a un recorrido, a una sucesión de salas; en las primeras te detienes más, en las segundas vas rapidito y las últimas las ves a matacaballo. Y al final, cuando ya estás medio hipnotizado, te encuentras una sala con los catálogos para que los compres, te los llevas casa y luego ni los lees. Éste no es nuestro espíritu".

La exposición que se exhibe ahora en el Macba, Espacio público / Dos audiencias, obras y documentos de la colección Herbert, es un ejemplo del rumbo que se ha querido dar al Macba. Los visitantes que se detienen ante el taller de Spiderman, del artista alemán Kippenberger; el iglú de Mario Merz (1978); los cubos de Sol LeWit (1974), o se sientan en los sofás cubiertos con telas estampadas (Ordinary Language), de Frank West, están asistiendo sin saberlo al proyecto para la discusión y el experimento del que habla Borja-Villel y que toma las palabras del coleccionista Anton Herbert: "No hemos coleccionado obras de arte, sino una nueva forma de pensar".

La colección de obras del Macba se asienta sobre tres episodios históricos: el de mediados de los años cuarenta, tras la Segunda Guerra Mundial; el segundo se estructura alrededor de Mayo del 68, y el tercero empieza en 1989 con la caída del Muro de Berlín. "Refleja la complejidad y las contradicciones de la historia reciente. La voluntad de la colección es crear un modelo histórico. Más que buscar una historia de nombres propios, éste es un museo en el que lo importante es el discurso. Hacer una colección de nombres propios era imposible. Cuando llegué aquí les expliqué a los patronos que había dos modos de escribir la historia: como lo hacían los faraones, o como los hebreos. Como la de los faraones era imposible, no podíamos competir; como los hebreos, sí. Esto era hacer un modelo sin grandes nombres, artistas que rompen con la idea del genio, que desean implicar al espectador". La tesis de Borja-Villel triunfó y se creó una colección contemporánea con la voluntad pedagógica de entender el mundo.

En la colección permanente del Macba figuran nombres clave como el estadounidense Dan Graham, el irlandés James Coleman, el italiano Mario Merz, o los españoles Miralda, Muntadas, Pedro G. Romero, Tàpies, Miralles, Saura…

El Macba cuenta con un proyecto pedagógico dirigido a estudiantes de secundaria y educación superior. Colaboran también con el instituto del barrio del Besós en el desarrollo de unas actividades que confirman la vocación pluralista y pedagógica del centro (sesiones de cine, seminarios, taller, cursos, etcétera) por la que han desfilado los nombres más significativos de la cultura: Leo Bersani, Oriol Bohigas, el premio Nobel de literatura Coetzee, Angela Davis, Naomi Klien (la autora de No logo), el filósofo Toni Negri, David Harvey, Pistoletto…

Desde su inauguración, el Macba ha organizado 110 exposiciones y su presupuesto ha pasado de los 4,4 millones de euros en 1995 a los 9,5 de 2005. El espacio del museo se amplía también este año con la capilla dels Àngels (una bella obra renacentista del siglo XVI). El joven museo de 10 años se afianza. "El MOMA y el Pompidou son imprescindibles para entender el arte del siglo XX", dice Borja-Villel. El Macba, un museo ni rico ni pobre, ni muy grande ni muy pequeño, será necesario para entender el arte del siglo XXI.

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