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Columna
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La canciller, en Magnitogorsk

Angela Merkel, canciller de una gran Alemania democrática, nacida en el este de la nación, es producto de un Estado y un régimen fenecidos que adoraban la energía, abominaban del comercio y veneraban la electrificación -ese flujo de la fuerza y el poder-, encumbraban el determinismo ideológico, en el que el movimiento del peso -energía y acero- eran prestigio y honor y fomentaban, alimentada por la fuerza del carbón, del acero y la policía, la intimidación y el control de la sociedad. Gerhardt Schröder, su antecesor, es un producto algo mayor, de una especie, la posguerra marca, en la que todo valía para salir de la postración. Recuerdan estos dos alemanes con sus cuitas energéticas lo que parecen anécdotas literarias, luchas sin piedad que se desarrollaron antes de que nacieran ambos, en la primera mitad del siglo XX. Eran aquellas pugnas ideológicas por controlar esas energías unos conflictos que muchos ya no recuerdan pero que vuelven ahora a mover el mundo en las guerras por el petróleo, por el gas y cada vez más, por el agua y el espacio y por la voluntad de domeñarlos.

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Angela Merkel convocó ayer la primera cumbre energética celebrada en Alemania en un cuarto de siglo -la primera en toda la nación desde las hechas en guerra por el nazismo- para buscar nuevos conceptos generales para canalizar el flujo sanguíneo de la sociedad moderna en un país que como pocos cada vez se siente más expuesto en sus suministros. No hay tabúes, no hay tema intocable, es la divisa, dicen quienes buscan en Alemania un gesto que rompa con la parálisis de toda iniciativa energética real en la Europa de los últimos treinta años. No vale ya la triste soflama del ahorro porque es intimidatoria y porque es mentira. Para que Europa y Alemania como su principal garante sean libres han de tener fuerza para poner condiciones a sus suministradores de petróleo y gas pero también para producir ellos mismos. En fuentes alternativas y en la nuclear, aunque en la reunión ahora convocada aún se hable en voz bajo sobre ella. La decisión de replantear el desarrollo de una energía nuclear en Alemania no va a poder paralizarse mucho más tiempo por izquierdismos milenaristas, vocaciones antitecnológicas o movimientos agropecuarios propios de los años ochenta.

Merkel quiere afrontar este reto sin orejeras, ni los miedos existenciales que han angustiado a la política de energía de Alemania desde que el más lúcido y libre de los líderes políticos en este terreno, Helmut Schmidt, se resignó a que los alemanes se hundieran en sus miedos. El viejo ex canciller -le ha sucedido casi siempre- iba por delante de sus tiempos. Pero la canciller sabe, al menos desde principios de año, que no puede dejarse extorsionar por Rusia, porque las amistades de Schröder pueden ser, además de terriblemente obscenas y humillantes, letales para la intendencia de las democracias europeas. Los centroeuropeos se alarmaron con razón ante el compadreo de Schröder y Putin, porque si Ucrania, Hungría, Chequia o los bálticos no influyen en los pactos energéticos de los dos gigantes. Surge el fantasma de Brest-Litosvk y todos debemos temer que los grandes nos atropellen.

Si resulta peligroso someterse a los caprichos de una teocracia fundamentalista, no lo es menos creer que un chekista ambicioso va a ayudarte en un momento de angustia o apagón. Las amenazas en los países productores de petróleo en el mundo islámico se disparan. Pero ya está meridianamente claro que la vulnerabilidad de Europa, especialmente de aquellos países que sufrieron bajo el régimen soviético, es enorme con cualquier capricho de una Rusia dominada por el creciente poder autoritario y expansionista de Vladímir Putin. La principal potencia democrática del continente ha de tomar decisiones probablemente al margen de la angustiosa introspección francesa, pero consciente de que garantizar las fuentes de energía de nuestra sociedad libre en el futuro determinan nuestro bienestar, nuestra libertad y que el futuro de nuestras futuras generaciones nunca tengan que recordar monstruos como Magnitorgosk.

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