El caso de las estatuas varadas
Una alegoría de Irak, de 3,6 toneladas, regalo del Ayuntamiento de Bagdad a Madrid, lleva 25 años esperando destino
Las estatuas también esperan. Pueden pasar lustros hasta que alguien decida instalarlas en su mejor destino. O en otro emplazamiento, cualquiera que sea. Mientras la hora llega, languidecen en vigilia hasta que el día elegido viajen al lugar en el que siempre debieron alzarse. Es el caso de un regalo del Ayuntamiento de Bagdad, capital de Irak, al Consistorio de Madrid. Lleva 24 años varado en el jardín de la fundición de Eduardo Capa, de la localidad de Arganda del Rey. Se trata de un grupo escultórico en bronce fundido, de cinco metros de altura por otros cinco de anchura. Su peso estimado es de 3.600 kilogramos. El equipo del artista segoviano Eduardo Capa empleó más de 3.000 horas de trabajo en fundirlo. La hora media costaba entonces 407 pesetas.
Dos efigies ecuestres fundidas para la plaza de Oriente llevan siete años en Paracuellos
La escultura es una alegoría del Irak mesopotámico y fue diseñada en bronce en 1981 por un artista iraquí, de nombre Khalid, establecido en la ciudad italiana de Florencia. Una vez fundida por Capa, está formada por cuatro grandes figuras humanas, una pareja, más un niño y una niña, flanqueadas por un buey más un caballo alado. La mujer tiene en su mano izquierda, erguida, una plataforma. Sobre ella se alzaban dos pozos petrolíferos, ideados para rematar la estatua con una flama inextinta de gas.
Al pie del grupo monumental figura una especie de flecha de doble saeta, que lo recorre axialmente de arriba abajo: evoca la confluencia entre el Tigris y el Eúfrates, en cuyo lecho nació el país sobre Mesopotamia, literalmente, tierra entre ríos.
Los personajes y animales que componen el grupo escultórico permanecen en idéntica posición desde hace ahora cinco lustros, salvo una visita, facilitada por una grúa, realizada al castillo de Santa Bárbara que corona la ciudad de Alicante. Allí Eduardo Capa montó varias exposiciones. Nada permite imaginar que la composición escultórica, de tan hierática planta, vaya a dejar de permanecer apalancada.
Todo empezó cuando el Ayuntamiento de la ciudad iraquí de Bagdad quiso regalar al Concejo madrileño una alegoría de Irak. Encargó la labra inicial al escultor Khalid, que esculpió el modelo a una escala de metro y medio; la envió a Eduardo Capa y éste ordenó a su taller poner manos a la obra, que tardó un año, 1982, en culminarla. Regía el municipio madrileño Enrique Tierno Galván.
El embajador de Irak en España quería que la estatua fuera izada sobre el eje central de la plaza de Cuzco. Su deseo, dicen fuentes técnicas municipales, hubiera implicado una enorme obra en esta glorieta enclavada sobre el eje del paseo de la Castellana. El Consistorio madrileño le propuso llevarla a una isleta en la conjunción del paseo y la calle de María de Molina. Pero el enclave alternativo no gustó al diplomático. En el ínterin, el trasiego de embajadores iraquíes -con jefaturas de misión en Madrid de apenas unos meses- comenzó a acelerarse para no terminar nunca. Los diplomáticos se desentendieron de aquel regalo. El Ayuntamiento de Madrid, también. Eduardo Capa sonríe con una mueca teñida de tristeza: "Aquí sigue, hasta que alguien decida llevárselo".
Hay varios casos de esculturas varadas en Madrid. En un taller de fundición entre Paracuellos de Jarama y Fuente el Saz, permanecen sin destino dos hermosas estatuas ecuestres ya fundidas, de 3,7 metros de porte. Representan a los reyes de la dinastía de Borbón, Felipe V y Fernando VI.
Sus efigies ecuestres, en corveta una, en posición de paseo, la otra, fueron tomadas de sendas esculturas de Francisco Álvarez de la Peña y Roberto Michel, ambos del último tercio del siglo XVIII, pertenecientes a los fondos de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Su ampliación y fundición fue concebida por el arquitecto y académico Miguel de Oriol para jalonar los confines norte y meridional de la plaza de Oriente. Sendas isletas para alojar ambas estatuas fueron reservadas por Oriol en la remodelación de la plaza. Aquella iniciativa fue ponderada por unos como el corolario natural de una plaza borbónica nacida junto al Palacio Real, erigido por impulso de ambos reyes.
No obstante, en la plaza sólo se yergue la bellísima estatua ecuestre de Felipe IV de Austria, penúltimo vástago de la dinastía anterior a la construcción del palacio, obra de Pedro Tacca.
Otros, sin embargo, argumentaban que las dos nuevas estatuas ecuestres sobraban en una plaza estéticamente ya consolidada. Su diálogo con la magna obra de Tacca, con bocetos de Rubens y de Velázquez más cálculos de Galileo Galilei, regalo del duque de Toscana a Felipe IV, resultaba, a juicio de sus críticos, imposible. El desenlace sigue sin llegar. Han pasado casi siete años.
Hay en Madrid una fontana ya construida que ni tiene -ni presumiblemente tendrá- destino claro en los próximos años. Es el caso de la fuente de Eolo, de 50 toneladas de peso y 674 piezas pétreas y marmóreas, que languidece en un almacén de la Casa de Campo, junto a la carretera de Castilla. Iba a ser dedicada a ornamentar la glorieta de Cuatro Caminos, pero al producirse el último relevo al frente del Ayuntamiento, las prioridades cambiaron y los cambios estructurales introducidos en la glorieta no admitían ya sus 50 toneladas de peso. La fuente sigue varada en la Casa de Campo.
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