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Reportaje:

La mano que vacía el campo

El nuevo régimen de ayudas de la UE incentiva a los agricultores menos competitivos a abandonar sus cultivos

Andrea Rizzi

Las parcelas cultivadas al este de Ciudad Real son pañuelos de tierra bien peinada, pegados unos a otros como sin querer dejar hueco. Vistos desde la carretera, tejen una bandera cromática repetitiva, hecha de los colores y diseños de las viñas, de los olivares y de los cereales que se alternan con constancia casi ininterrumpida. Casi.

Con los pies plantados justo al borde de aquel casi -un campo de unas cinco hectáreas dejado sin sembrar- Juan Sánchez bufa: "Esto va mal, mal, mal. Esto va cada vez peor". Ojos fijos en el pañuelo de tierra vacío en el que debería estar creciendo remolacha, el agricultor añade: "Da pena. Pero yo aquí no voy a sembrar nada este año".

La tierra de Sánchez -que se encuentra cerca de la localidad de Daimiel, a unos 20 kilómetros de Ciudad Real- no es la única en haberse quedado así en esta campaña. No es el único casi. No se debe a la escasez de agua, ni a las recientes heladas. Las causas no están en el cielo. Se llaman bajo nivel de los precios y, aunque pueda parecer sorprendente, ayudas de la Unión Europea (UE).

"Nos vamos a ir todos a Madrid de albañiles en la vejez", dice Lucas Muñoz

La reforma de la Política Agrícola Común (PAC), que ha entrado en vigor este año, ha desacoplado en varios sectores las ayudas a los agricultores de la producción. Así, por ejemplo, un cultivador de remolacha tiene garantizada una subvención independientemente de lo que haga con su tierra, de si la cultiva o no. Lo mismo pasa con productos como el algodón o el tabaco.

"Esto nos está poniendo ante nuestras propias limitaciones", considera Javier Alejandre, técnico del sindicato Unión de Pequeños Agricultores (UPA). "Si cobras incluso sin sembrar, está claro que te planteas si te compensa trabajar la tierra. La realidad es que en España, en muchas zonas de secano, la productividad es tan baja que, con los precios que hay, trabajando la tierra no se gana, o hasta se pierde. El nuevo régimen parece una forma de librar el terreno de los que son menos productivos...". Y de abrirlo a los productos procedentes de países en desarrollo.

En este cuadro la remolacha y Ciudad Real son un símbolo. La ayuda relacionada a ese cultivo ronda los 900 euros por hectárea y ni una fracción de ella está ligada a la producción. Por otra parte, están planificados una gradual bajada de su precio durante los próximos cuatro años y hasta incentivos para los recortes de producción. Ante estas perspectivas, la azucarera local tomó hace unas semanas la decisión de cerrar. Así que en la zona, incluso el que quiere no puede seguir cultivando remolacha cuando faltan centros cercanos en donde procesarla.

Naturalmente queda la posibilidad de optar por otros cultivos. Pero los agricultores de la zona no saben cuáles. La prueba está en las hectáreas de Sánchez. "¿Qué cultivo yo? Pues no lo sé. Los precios están congelados desde hace 20 años..., los gastos crecen..., cualquier alternativa es una aventura..., no me compensa arriesgarme". Las nuevas ayudas empujan hacia el inmovilismo. Pero eso no se traduce en agricultores tomando vino a la salud de la UE. Las ayudas no son tan buenas... "¿Usted cree que si esto fuera bien, mi hijo estaría trabajando en una oficina de la mañana a la noche por lo que cobra?", dice Sánchez.

"Nos vamos a ir todos a Madrid de albañiles en la vejez", comenta amargo Lucas Muñoz, otro agricultor de la zona. "Es que sobramos los chicos. Se quedarán cuatro terratenientes con la tierra buena, y el resto se abandonará". Las cifras del Instituto Nacional de Estadística (INE) no contradicen a Muñoz e indican que el fenómeno que él describe ya está en marcha. Entre 1999 y 2003 el número de explotaciones agrícolas en España ha pasado de 1.287.000 a 1.140.000, lo cual significa un 11,4% menos. Otros estudios indican cifras absolutas inferiores, pero con la misma dinámica de descenso. Eso a pesar de las faraónicas subvenciones europeas: en 20 años, España ha recibido unos 93.000 millones de euros.

En cuanto a la superficie agrícola utilizada -que experimentó un importante crecimiento en los años noventa ante la política comunitaria de pagos ligados a la extensión cultivada- los expertos preven un descenso que afectará tierras de secano.

Alrededor de esa dinámica, el problema será encontrar cultivos que sean rentables y paliar las consecuencias de los abandonos sobre el tejido industrial y comercial que se había creado alrededor de los cultivos en cuestión. Remolacha y azucareras sirven de ejemplo perfecto.

Con vistas al futuro, "en algunos sectores la perspectiva de abandono es clara", apunta Juan Oñate, profesor del departamento de Ecología de la facultad de Ciencias de la UAM especializado en la materia. "Pienso en el pastoreo. Y en los cultivos de aquellas comarcas más marginales donde el proceso de abandono ya se venía sufriendo. Cuando se trate de tierras con una productividad aceptable, es probable que serán adquiridas o arrendadas por otros agricultores, más jóvenes o con explotaciones más eficientes".

Ciriaco Vázquez, responsable de la subdirección general de cultivos industriales y materias grasas del Ministerio de Agricultura, opina que "podrá haber abandonos de agricultores, pero la tierra se irá sustancialmente absorbiendo".

"El abandono no se va a notar tanto en esta temporada", argumenta Alejandre, "hay un efecto inercia, el nuevo sistema acaba de entrar en vigor y ante la duda la mayoría ha sembrado. Pero tememos para el futuro. Por ello, hay que buscar todos juntos -nosotros, la administración, la industria- soluciones. Porque tenemos aquí un problema que es sólo nuestro. Las tierras del centro de Europa son más productivas de las nuestras. Y nadie de Bruselas va a venir a resolvérnoslo".

Juan Sánchez, en el centro, delante de la tierra que ha dejado sin sembrar en la provincia de Ciudad Real.
Juan Sánchez, en el centro, delante de la tierra que ha dejado sin sembrar en la provincia de Ciudad Real.A.R.

El coste medioambiental

El abandono de cultivos y del pastoreo produce, además de consecuencias económicas y sociales, un evidente impacto en términos medioambientales. Juan Oñate, profesor del departamento de Ecología de la facultad de Ciencias de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), lo sintetiza así: "Aumento del matorral, disminución de la biodiversidad, aumento del riesgo de incendios y de erosión".

"Por eso", dice, "la introducción de las ayudas desacopladas se acompaña con ecocondicionalidades, es decir con la obligación de mantener en buen estado la tierra eventualmente abandonada. Es esencial que los Estados miembros definan bien estas obligaciones y controlen adecuadamente que se cumplan". Ese control es un coste.

En las perspectivas del sector está, clara, una opción para convertir esos costes en beneficios: los biocombustibles. Todos los expertos consultados coinciden en que los biocombustibles -carburantes obtenidos de materia prima como la remolacha, por ejemplo- representan una alternativa viable. "Europa es claramente deficiente en esta perspectiva, y España peor", dice Oñate. La alternativa permitiría, entre otras cosas, salir de la lógica de las cuotas. La materia prima para hacer carburante no es precisamente abundante en Europa.

En Salamanca, una azucarera ha sido reconvertida para la producción de biocombustibles. "¿Por qué aquí no?", preguntan los agricultores de Ciudad Real. La respuesta la tiene el mercado.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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