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Reportaje:

Alianza para el Progreso a la española

Moratinos quiere llevar un macroproyecto de ayuda internacional a la cumbre iberoamericana de Montevideo

Al ministro de Exteriores español, Miguel Ángel Moratinos, no se le va una declaración de la boca: "Somos la octava economía del mundo". La aritmética puede ser aproximada, pero la convicción, rotunda. Octava, novena o décima, España, dice el titular de Exteriores, tiene una oportunidad excepcional, tanto como la obligación moral y geopolítica de utilizarla. España es una potencia media, pero eso no le exime de una presencia mundial. Ahí está una gran parte de la explicación de que haya tropas españolas en Afganistán, que aún sigan en Haití y que jueguen un relevante papel en los Balcanes. Pero eso es sólo el principio; Moratinos tiene un plan de una ambición puede que pasada de revoluciones, pero que suena bien.

Sería un voluntariado que tendría su campo de acción privilegiado en América Latina

¿Se acuerdan ustedes de la Alianza para el Progreso norteamericana de los fotogénicos años sesenta, Kennedy y los flower children? Bueno, pues, salvando las distancias, que son considerables, entre Silicon Valley y el textil de Terrassa, la diplomacia española estudia un proyecto similar, aunque a escala, que de momento identificamos como Cuerpo de Voluntariado Internacional Español (o de España).

Y tiene una lógica, por lo menos de psicología aplicada. La revolución moral que quiere liderar el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, esa revolución que reconoce a las personas del mismo sexo el derecho a contraer matrimonio; a ciertas colectividades grupales españolas el de prologarse como nación; el del que se llamó segundo sexo a la igualdad matemática con el primero; y, últimamente, que quiere vender una Alianza de Civilizaciones como remedio de arrogantes viñetas camufladas de libertad de expresión, parecería casi inevitable que tratara de extender esa visión del mundo al mundo.

Moratinos querría que el proyecto se presentara en la cumbre iberoamericana en el otoño de Montevideo, y el plan se adivina vinculado al hecho de que el hispano-uruguayo Enrique Iglesias sea hoy el secretario general permanente de la organización, con todas las posibilidades que encierra de iniciación y seguimiento de realizaciones concretas, en contraste con la facundia verbal de antaño.

Sería un voluntariado de acción civil que tendría su campo de acción privilegiado en América Latina, y si los Sáharas y las plazas de soberanía lo permiten, también en Marruecos. Las ideas, probablemente ya más desarrolladas de lo que el propio ministro reconocía en una serie de conversaciones durante un reciente viaje a Afganistán y Pakistán, deberán ser expuestas a algunos países clave de América Latina, Argentina y México sin duda, Brasil, lógicamente, para asegurarse una grata acogida.

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Habría que dotar el plan de un presupuesto saneado que, además de una fuerte contribución del Estado, debería contar con el apoyo de la iniciativa privada, para lo que nadie olvida la sabiduría y agilidad financieras de Iglesias, así como encuadrar en ese esfuerzo de fondo el quehacer de las ONG más activas. Este último extremo es especialmente delicado, puesto que el autónomo de la ayuda internacional puede considerar la iniciativa casi como intrusismo profesional.

El plan estaría abierto a la incorporación a título individual de los nacionales latinoamericanos, e igualmente a la participación oficial de todos los países del área, con especial invitación a Brasil y Portugal. Y en su despliegue sobre el terreno aspiraría a llenar de españoles, y de quienes quisieran unírseles, los lugares que sean de menester, en una interacción cruzada, conjunta, y comprensiva para librar el gran combate contra el subdesarrollo.

El proyecto que, de tan ambicioso ha de verse como de problemática realización, constituiría, sin embargo, la mejor política exterior que España pudiera desplegar en el siglo XXI. En la América andina o, en general, fuertemente mestizada, que es donde la agitación política se hace notar con pretensiones de futuro, ese desembarco podría ser un formidable activo. Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, el ascenso en las encuestas -aunque contenido úl-timamente- del peruano aspirante a presidente Ollanta Humala, las próximas presidenciales en Ecuador en las que quiere volver a competir Lucio Gutiérrez, y el difuso crecimiento indígena en América Central, notablemente en Guatemala, ya no pronostican, sino que afirman unos tiempos que se bautizan a sí mismos -no pocos en las sectas evangélicas norteamericanas- de poscoloniales. Y ese pre-colombinismo proyectado sobre el siglo XXI no es necesariamente positivo para España, salvo que se sepa dialogar con toda esa marea que sube; aunque Repsol le sonría al Gobierno de La Paz.

Y que nadie descarte que, en este siglo de contriciones, en el que Francia instaura un día al año para recordar con horror la esclavitud y la trata que la llevó a América, haya que pensar en cómo se hace para pedir perdón. El ministro español no se incomodaba ante esa eventualidad; aunque que ello no signifique que haya que ir de rodillas hasta los Andes orlado de cilicio, la cabeza poblada de ceniza, en busca de una Canosa cinco siglos después. Los perdones, cuando interesan a ambas partes -perdonados y perdonadores-, se negocian; son una transacción también comercial.

Si es verdad que España es la octava, o así, economía mundial, y, como señala Moratinos, esa ventana de oportunidad no va a durar eternamente ante el empuje de economías emergentes de preferencia asiáticas, hay que actuar cuando aún es tiempo. Una América Latina asociada a España en una ofensiva tous azimuts contra el subdesarrollo exigiría el empeño de una o más generaciones. Entregándose a ella, sin embargo, los europeos -españoles y portugueses- contribuirían a cerrar una herida que lleva abierta ya más de 500 años.

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