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Reportaje:ESTILO DE VIDA

El poder de atracción del trastero

Unos no quieren tenerlo y otros guardan en él cosas útiles y objetos que no utilizarán jamás. Su tamaño es proporcional al número de trastos que acumula. El trastero forma parte del hogar como una estancia en la que se almacena nuestro apego por lo material. El sentido común es la clave de su uso inteligente.

Según el diccionario de la Real Academia Española, la palabra trastero significa "pieza o desván destinado a guardar los trastos que no se usan". Sin darnos cuenta, su propia etimología lo descubre: trastero proviene de trasto. La pregunta es inmediata: si es el lugar donde se guarda lo inútil…, ¿por qué demonios guardamos este tipo de cosas que ya no nos sirven?

Respecto a los trasteros, existen a su vez tres categorías de personas: las que no quieren tenerlo, aquellas que los ocupan con cosas útiles y las que los llenan de cosas que jamás volverán a utilizar.

Hay personas que prefieren prescindir de él en sus casas. Mantienen una simple teoría: "Aquello que voy acumulando en un trastero es algo que no voy a precisar". Procede, por tanto, tirarlo a la basura. Este modus operandi atrapa al vocablo "trastero" en su propia definición: un lugar que en realidad no nos hace falta para nada.

Seamos realistas; esta categoría de personas son minoría. La mayoría de nosotros preferimos tenerlo y, a ser posible, que sea bastante grande. De todos aquellos que lo poseen…, ¿conocen a alguien que lo tenga vacío? ¡No! Por definición, un trastero está pensado para tenerlo bien llenito.

Cosas útiles. De acuerdo, hay una serie de casos en los que el uso del trastero puede justificarse. A saber: los accesorios de esquí, la bicicleta, una tabla de surf, ropa de la estación pasada… Todos estos elementos tienen una característica en común: se trata de objetos que abultan y tienen un uso continuado, pero estacional.

En estos casos, el trastero no es tal, sino un "armario anexo a la vivienda". Su utilidad es aquí manifiesta. Dados los menguantes metros cuadrados de las viviendas, los armarios de una casa nueva son cada vez más pequeños y menos en número. Una vergüenza. En El vendedor de tiempo hice una sátira sobre un matrimonio que no podía tener su tercer hijo porque no tenía trastero y la ropa de uno más no cabía en su casa. Parece una exageración, pero no lo es tanto. Ya he oído en más de una conversación de matrimonios jóvenes la decisión de no tener otro hijo por faltarle diez metros cuadrados a su vivienda. Visto el panorama inmobiliario, un cambio de casa para obtener esos metros cuadrados adicionales cuesta bastantes miles de euros, de los que no se dispone.

Los que no tienen trastero son los menos; los que lo utilizan con criterio, muy pocos. Pero esta tercera categoría, la de quienes los atiborran con cosas que jamás van a volver a necesitar son -somos- la inmensa mayoría.

Explicaré un caso personal absolutamente verídico. Hace cuatro años tuve que cambiarme de ciudad, así que vendí el piso donde vivía y compré uno en mi nuevo destino. Como se pactó en el contrato de compraventa, el propietario me entregó el piso "libre y expedito" (vacío). La sorpresa llegó cuando bajé a abrir el trastero: estaba literalmente abarrotado. Le llamé por teléfono. "¡Ah, sí!", respondió sorprendido, "me olvidé de comprobar el trastero. No importa, puede tirarlo todo". El anterior propietario no precisaba ni uno solo de los viejos trastos guardados. Es más, ni siquiera necesitó abrir su trastero para comprobarlo. No le hizo falta porque sabía perfectamente que el contenido íntegro de su trastero era del todo irrelevante. Entonces, pregunto de nuevo: ¿por qué lo guardaba?

La manía de acumular. Entramos en el fascinante mundo de las manías. Reconozcámoslo, guardar cosas que no sirven sólo puede tener una explicación de naturaleza psicológica. Expongo a continuación cuatro posibles motivaciones para guardar cosas que no sirven.

Una es similar a la afición del coleccionista, que se distingue del resto de los hombres por su capacidad de acumular relojes, recuerdos, cajas, soldados de plomo, barajas de naipes, monedas, sellos… Y un sinfín de objetos que bajo ningún concepto jamás tirará a la basura. Todo coleccionista es un "conservador de cosas". Son personas que otorgan un incalculable valor a que no se pierda todo aquello que algún día existió.

La segunda es un deseo de inmortalidad latente. Tengo un buen amigo que recopilaba todos los números de un periódico para, pasados unos meses, releer los titulares, seleccionar los artículos que le resultaban más interesantes y atemporales, recortarlos, reducirlos con una fotocopiadora a tamaño Din-A4 y después archivarlos en unas carpetas con anillas.

Jamás volvió a leer más que uno o dos artículos de los miles que atesoró. Pero nadie pudo quitarle el regocijo de mostrar de vez en cuando su pequeño y venerado tesoro periodístico. El problema llegó cuando el ritmo de archivo empezó a ser más lento que la publicación de los diarios. Con el tiempo, acumuló tantos miles de números en el trastero que su mujer le prohibió continuar con su afición favorita.

No es una broma. Recuerden el matrimonio que apareció en las noticias el año pasado: dormían en el rellano debido a que no querían tirar nada de lo que entraba por la puerta de su casa. Sus vecinos los denunciaron y los bomberos tuvieron que vaciar varias toneladas de trastos, bolsas, cajas y un largo listado de cosas inútiles. Detrás de una manía como ésta no hay más que el deseo de crear otra vida paralela que nunca habrá tiempo para disfrutar. Dado que no podremos concederle nuestro tiempo, le otorgamos nuestro espacio.

Hay una tercera afición a guardar cosas que responde a un fin de lo más curioso: la manía de prepararnos sorpresas a nosotros mismos para el futuro. Hay personas a las que les encanta dejar fotografías, notas escritas o recuerdos entre las hojas de los libros para hallarlos pasados unos años y crear melancólicas sorpresas para el futuro. Lo mismo ocurre con los trasteros y los baúles. Para estas personas no se trata de si lo que guardan es útil o no; se trata de disfrutar cuando se reencuentran con el trasto al cabo de varios años.

Los 'apiadados'. En último lugar tenemos a los que reciben el apelativo de "apiadados". Ellos son los que se sienten verdaderamente incapaces de enviar un trasto al infierno (basurero) cuando ya no cabe en el cielo (su domicilio). Para ellos, el trastero constituye un auténtico purgatorio de los objetos inservibles. Ni los condenan ni los salvan. Lo paradójico de esta modalidad es que hablamos de un purgatorio de seis metros cuadrados sito en el garaje, que conduce casi siempre al infierno (basurero).

La norma general demuestra que el 99% de los trastos que han sido custodiados durante más de cinco años sin utilizarse no serán utilizados jamás.

'Self-storage': "Guárdelo usted mismo"

La carencia de espacio, junto al ansia de acumular, ha creado una nueva demanda: sitio para guardar cosas inútiles. A tal demanda responde un nuevo tipo de servicio: más allá del clásico guardamuebles, se trata de unos almacenes vacíos (self-storage centers) donde se alquilan metros cúbicos de planeta. Si el self-service respondía al "sírvase usted mismo", esta modalidad responde a la voz "guárdelo usted mismo". Los self-storage son inmensos purgatorios de objetos y muebles. Algunos de ellos consisten en verdaderas habitaciones con candado a las que se puede acceder durante las 24 horas del día. Incluso con el automóvil. Vigilancia, temperatura controlada, garantías ante el robo, porcentaje de humedad bajo control…

Fernando Trías de Bes es profesor de Esade, conferenciante y escritor.

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