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Crítica:POP | Mattafix
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Balanceo en el filo de la navaja

Diego A. Manrique

Existía cierto morbo por contemplar en acción la propuesta de Mattafix.

Se sabía que este dúo nacido en los estudios de grabación es la primera aventura musical de Buddhist Punk, la arrogante empresa londinense que confecciona su ropa rockera en la isla de Bali. Ocurre que Mattafix está funcionando comercialmente, con el serpenteante Big city life convertido en uno de los temas de la temporada. Nada que temer sobre ese solapamiento de industrias. El grupo resulta que no es una pasarela andante de los modelos de Buddhist Punk: trapos sin etiqueta, actitud desenfadada, expresión parlanchina.

El directo de Mattafix resuelve algunos de los misterios de su primer álbum, Signs of a struggle (Buddhist Punk/Virgin). Efectivamente, el angelical Marlon Roudette hace todas las voces, desde su relamido gorgorito fino de pop-soul británico a las ráfagas ocasionales de grueso dancehall, en patois jamaicano; en vivo, ciertamente ambos registros no están tan radicalmente diferenciados.

Mattafix

Marlon Roudette (voz, piano eléctrico, steel pan), Preetesh Hirji (programaciones), Ben Allen (guitarra), Jason Smith (bajo), Chris Hanby (batería). Morocco. Madrid, 7 de marzo.

Sorpresa

Roudette compensa la imposibilidad de desdoblarse con una animosa presencia escénica y una voluntad de comunicación que hacen tolerable el maniqueísmo de Gangster blues o el citado himno a la vida urbana. Sorpresa, sorpresa: el cantante también introduce un steel pan tenor, ese instrumento derivado de los bidones de gasolina, para sumar seductores colores caribeños y como catalizador de clímax resolutivos.

Su socio en composición y producción, Preetesh Hirji, se esconde detrás del ordenador y cumple los requisitos del estereotipo de genio en la sombra.

Con una banda elemental, Mattafix disimula sus argumentos más blanditos y empuja por la línea (moderadamente) alborotadora. Lo que era un proyecto de laboratorio envasado al vacío comienza a caminar con grata solvencia.

Sobre el escenario, no salen demasiado a la superficie los cacareados elementos étnicos de los dos cabecillas (el disco cuenta con aportaciones instrumentales de Robbie Shakespeare o Talvin Singh).

Ahora mismo, Mattafix se balancea en el filo de la navaja: aunque tiende hacia un amaneramiento melódico que mella su impacto, la pareja sugiere aromas de gueto.

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