Un niño de la Guerra Civil
Ángel Fernández perdió a su madre cuando tenía 10 años, durante un bombardeo fascista, y tuvo que exiliarse a Francia
La Guerra Civil escribió con sangre una gruesa y triste página de la historia de España entre 1936 y 1939. Casi setenta años después, de los que 36 fueron una dictadura, muchos son los represaliados
que siguen reivindicando su derecho a una recompensa moral o, como poco, su derecho a reescribir esa misma historia como la vivieron los perdedores.
Ángel Fernández, nacido en la capital catalana en 1928, fue uno de los miles de víctimas de la guerra y del franquismo: "Perdí a mi madre en Barcelona, en 1937, mientras huíamos de las bombas de la aviación fascista". Entonces Ángel tenía 10 años y tuvo que hacerse cargo de su hermano y su hermana de dos y cuatro años cuando fueron trasladados a una colonia del Ampurdán para mantenerles a salvo del avance de los nacionales.
"Estuvimos en Can Sabench, una colonia para madrileños en la Cellera de Ter (Gerona) hasta 1939". El día 4 de febrero de ese mismo año unos camiones militares evacuaron a los niños para trasladarlos a Francia. "Estábamos haciendo noche en Figueres, en una especie de capilla, cuando oímos el familiar sonido de los motores. Abracé a mis hermanos. Nos apretamos en un rincón y eso evitó que el techo se desplomase sobre nosotros cuando empezaron a caer las bombas. Había sangre y muertos por todas partes; y niños heridos y llorando. Fue terrible".
Los que se salvaron aquella noche tuvieron que salir corriendo de allí sin ningún adulto que les guiase o estuviera pendiente de ellos. "Nos unimos a un río de gente que caminaba hacia la frontera. Había muchos niños perdidos. No sabíamos adónde íbamos", recuerda Ángel. Sin comida ni agua, los tres niños continuaron su periplo arrastrados por el éxodo de civiles que huían de la invasión franquista.
"Primero nos alojamos en unas barracas y después nos llevaron a un lugar entre el mar y la montaña, ya en Francia". Convertido en el padre y la madre de los más pequeños (su padre, activista de la CNT, estaba en el frente), Ángel tenía que responsabilizarse de que comieran algo: "Nos tiraban la comida como a perros. No había orden. El que podía pillar algo, lo hacía, y el que no, se moría de hambre".
Llegó el momento de partir y a los niños que viajaban solos les separaron del resto: "A los mayores de 10 años nos metieron en un vagón como animales". La voz se quiebra al otro lado del teléfono: "Me duele según lo cuento; pasamos dos o tres días sin salir de ese tren, nos abrieron para ponernos unas gavetas con agua y judías, cerraron y nos dejaron. Teníamos que hacernos nuestras necesidades encima. Al final, ni siquiera hablábamos". Los tres hermanos habían estado unidos hasta ese momento, pero aquel tren les llevó por caminos distintos.
La casualidad quiso que, aunque en campos de refugiados diferentes, los tres hermanos coincidiesen en La Dordogne (Francia). "Cada vez que alguien llegaba le preguntaba por dos niños con las características de mis hermanos". Cuando llegaron las noticias sobre ellos, Ángel hizo un intento frustrado de huida. Le pegaron "una paliza terrible". Aunque la ironía de la vida le hizo agradecerla. "Cuando conseguí reunirme con los pequeños y enseñé las heridas de los golpes, la encargada no dejó a la policía que me devolviese. Pude quedarme definitivamente con mis hermanos".
Ángel no supo en ningún momento dónde estaba su padre, ni si seguía vivo o muerto, aunque años después ha conseguido reunir documentos que acreditan que la policía francesa lo supo en todo momento: "En 1941 volvimos a verle. La metralla le había destrozado la cara y le enviaron a un hospital militar en Tulle especializado en heridas faciales.Gracias a su madrina durante la estancia en el hospital, que más tarde nos adoptó, conseguimos reunirnos".
Años más tarde, Ángel ha viajado desde Toulouse, donde vive en la actualidad, a los escenarios de su infancia junto a sus dos hijas y su esposa, pero antes tuvo que pasar 15 años en varios presidios de España. Militaba en las Juventudes Libertarias, tenía 20 años y estaba a punto de entrar en la escuela de ingenieros de aviación, pero algunos rebeldes como Savater y Masana, que militaban junto a su padre en la CNT, le pidieron que les llevase a España atravesando Teruel. Durante la incursión fue detenido y condenado a muerte. "Gracias a la intervención del entonces presidente de la República francesa, Vincent Auriol, que conoció a mi padre en la resistencia, me conmutaron la pena de muerte a 30 años". Cumplió 15 antes de que le amnistiaran en 1964 y no volvió a ver a su padre.
Babelia
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