Si miras mucho a un abismo...
Si ETA está sopesando el anuncio del abandono de las armas y el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero intenta empujar en esa dirección, lo menos que se puede decir es que lo está haciendo en medio de grandes dificultades y con el acoso del principal partido de la oposición. La operación saldrá bien, o no, pero, desde luego, el PP no está prestando sus fuerzas a Zapatero y a los socialistas para sostener el pulso con la banda terrorista. Los populares tendrán, quizás, sus propias quejas sobre la actitud del Gobierno (por ejemplo, no es razonable que se diga que no se les facilita información porque "no se fían" de ellos), pero ninguna será suficiente como para justificar ante la opinión pública que hayan abandonado al presidente del Gobierno de su país en medio de un esfuerzo tan complicado, y frente a un enemigo que está armado y que es violento.
Todavía queda tiempo (algunos hablan incluso de meses) para que impere el sentido común y el PP encuentre la fórmula que permita a la derecha incorporarse a toda esta operación. Pero si decide, definitivamente, mantenerse al margen, es probable que el PP termine sufriendo daños "estructurales": o el proceso de pacificación sigue adelante con su expresa voluntad en contra, lo que sería un auténtico disparate (¿con qué mensaje se presentaría a las elecciones de 2008?, ¿con la oferta de romper todas las mesas de diálogo?) o ETA continúa matando para entonces (con la duda de si la oposición no habrá contribuido a retrasar el anuncio de su fin).
El PP tiene ya, precisamente, lo que podría exigir como condición previa para incorporarse al proceso: la garantía que ha dado el presidente del Gobierno ante el Parlamento de la nación de no iniciar ninguna negociación hasta el abandono definitivo de la violencia, de no pactar asuntos políticos con ETA y de no abrir puertas ni ventanas a ningún proceso de autodeterminación.
Algunos pretenden exculpar lo que está ocurriendo por el temor de muchos dirigentes del PP a que les nazca un nuevo partido de extrema derecha que comprometa en el futuro su vuelta al poder. Ese es realmente un riesgo serio que debe tener en cuenta no sólo el PP sino también cualquier demócrata, cualquier Gobierno y cualquier izquierda mínimamente sensata. Pero es posible también que lo que esté haciendo ahora el PP sea, precisamente, alimentar a esa extrema derecha, apuntalando sus mensajes y, sobre todo, banalizando su vocabulario y apropiándose de un lenguaje ultranacionalista de terrible memoria. (Da escalofríos leer titulares como los del pasado domingo de El Mundo: "Una marea separatista que recorre Bilbao y Barcelona"). El PP debe ser consciente de que si miras mucho tiempo un abismo, el abismo también mira dentro de ti y que la mezquindad es una palabra muy antigua (procede del árabe, éste la recibió del arameo, que a su vez la heredó del acadio), pero que siempre ha significado lo mismo: algo pequeño, diminuto, y falto de espíritu, que termina por corroer a su anfitrión.
El PP tiene que reaccionar. Y antes que nada, alejar de primera línea de esta batalla a quien fue el ministro de Interior cuando ocurrió el peor atentado de nuestra historia. El honor, dicen los japoneses, es la cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes y no reside en tomar la decisión correcta sino en asumir las consecuencias de la incorrecta. La decisión de Ángel Acebes de mantenerse como un interlocutor principal en esta polémica provoca estupor: no puede pretender que se ignore qué responsabilidades ocupó, qué dijo y qué hizo en aquellas circunstancias. Durante todo este tiempo se ha podido disimular su presencia en el equipo dirigente del PP, pero esa indulgencia se hace insoportable si se quiere ahora convertirle en un punto de referencia sobre la lucha antiterrorista. El derecho de toda persona a ser oída, como decía un político norteamericano, no incluye la obligación a tomarle en serio, y Acebes, por muy dramática que le resulte a él mismo su historia, no puede reclamar la confianza de los ciudadanos en el campo, precisamente, en el que demostró una total incapacidad. solg@elpais.es
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