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AGENDA GLOBAL | ECONOMÍA
Columna
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Bush, el gran negocio de la compasión

Joaquín Estefanía

POCOS DÍAS DESPUÉS del discurso de Bush sobre el estado de la Unión se ha presentado en EE UU

el proyecto de presupuestos para el ejercicio 2007 (octubre de 2006-septiembre de 2007). En sus grandes líneas, que pueden ser corregidas por el Congreso, contempla un incremento de los gastos de seguridad y defensa (en un 7%, hasta 439.000 millones de dólares, un 45% más que cuando Bush llegó a la Casa Blanca a principios de siglo), un recorte de los programas sociales (en el Medicare, asistencia médica a los más pobres, y en el Medicaid, las pensiones de la Seguridad Social) y el mantenimiento de las rebajas de impuestos que se aprobaron a partir del año 2001. La conclusión es que las cuentas públicas americanas seguirán contabilizando un gran déficit. Pero, como dijo el vicepresidente Cheney, "¿a quién le importa el déficit?".

EE UU ha de pagar las pensiones, los intereses de la deuda y gastos crecientes en seguridad. Y tiene impuestos muy inferiores a lo que se requiere para financiar esto. ¿Por dónde se romperá la cuerda?

Ese déficit, que superará los 400.000 millones en 2006 (la mitad del PIB español) y seguirá en 354.000 millones en 2007, según las estimaciones más benévolas, no contempla el dinero que van a costar la guerra de Afganistán y la invasión de Irak. Al mismo tiempo que se presentaba el presupuesto, la Casa Blanca ha anunciado que pedirá al Congreso otros 120.000 millones de dólares para hacer frente a los costes bélicos en los que incurra hasta finales de este año y principios del siguiente.

La principal crítica que se ha hecho a Alan Greenspan cuando ha dejado la Reserva Federal (Fed) es que no resultó ser el baluarte de la probidad fiscal, como lo fue cuando los demócratas ocuparon la Casa Blanca. Cuando llegó Bush, legitimó la bajada de impuestos a pesar del enorme incremento del déficit público. Luego dijo que para paliar este último habría que reducir las pensiones. Así pues, en este aspecto Greenspan ha sido tan heterodoxo como Bush; ambos han sido partidarios de reducir los impuestos con un enorme déficit y en tiempos de guerra. Lo nunca visto.

Paul Krugman ha explicado en su libro El gran engaño (editorial Crítica) cuál ha sido la operación de Bush con los impuestos: primero presentó un recorte de impuestos que destrozaba los presupuestos y otorgaba a los más acaudalados el grueso de sus beneficios (de los tres grandes impuestos federales, el de las rentas del trabajo, el de las rentas personales y el de sucesiones, bajó fundamentalmente los dos últimos), como si fuera un modesto plan para devolver unos ingresos innecesarios a las familias corrientes. Después, cuando los números rojos empezaron a multiplicarse se envolvió a sí mismo en la bandera nacional, atribuyéndoles a los terroristas y a fuerzas fuera de control la culpa del déficit.

Ahora llegamos a la segunda parte del negocio: comienza a jubilarse la generación del baby boom (los años de la explosión de la natalidad) y los programas de pensiones ocupan gran parte del presupuesto federal. Si se han de pagar esos costes, más los intereses de la deuda y los gastos de seguridad y defensa, se deberá dejar algo de lado o subir los impuestos. Uno de estos años, los mercados financieros examinarán la situación y se percatarán de que el Gobierno ha efectuado promesas inconsecuentes: ha asegurado beneficios a los futuros jubilados, reintegros a los que han invertido en deuda federal (en buena parte alojados en países como Japón o China), y unos impuestos muy inferiores a los que se requieren para financiar todo esto. El sistema cederá por el lado más débil, como ya demuestran los presupuestos presentados.

El corolario descriptivo de Krugman es brutal: un país que carezca básicamente de una red de seguridad social, que confíe sobre todo en su poderío militar para imponer su voluntad en el exterior, dotado de escuelas que no enseñen la teoría de la evolución aunque sí religión, y probablemente un país en el que las elecciones no sean más que una mera formalidad.

Nuestro economista, que hace de la pedagogía su oficio, dice que es difícil que un hombre entienda algo cuando su sueldo depende de que no lo entienda.

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