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Columna
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Evo-luciones

Andrés Ortega

Evo Morales, que ayer se convirtió en el primer indígena en llegar a la presidencia de Bolivia, con proyección por esta condición en toda una Latinoamérica cuyo mal mayor es la desigualdad, ha despertado fuera al menos tantos recelos como entusiasmos. Morales, tras tumbar desde la calle a dos Gobiernos en dos años -y si no hubiera ganado, la crisis boliviana hubiera proseguido, lo cual es, en principio, también preocupante- logró un 54% de los votos, un récord desde la vuelta a la democracia en 1982, y muchos de ellos de la clase media. Su reto es no sólo mejorar la economía y la justicia social, sino también profundizar la democracia y el Estado de derecho. Y para lograrlo no debería seguir las enseñanzas de su admirado Hugo Chávez, que está democráticamente acabando con la democracia.

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En su visita a Madrid, Evo Morales consideró que "sin seguridad social, no habrá seguridad jurídica". Pero las dos cosas han de ir a la par, pues sin seguridad jurídica tampoco funcionará la economía, ni habrá riqueza que distribuir. Para él, "los Gobiernos antineoliberales son campeones del crecimiento económico", al ver a Chávez, aupado por el aumento del precio del petróleo, y a Castro ("no es un dictador" para Morales), salvado por el venezolano y China, pero que viene de tan abajo que su ejemplo ya no sirve para nadie, salvo para los que admiran su resistencia frente al enorme vecino del norte.

El nuevo presidente boliviano ha dado muestras de un gran doctrinarismo en sus referencias ideológicas, pero también de un cierto realismo al hablar de la necesidad de industrializar Bolivia y alejarla del riesgo de coger la enfermedad holandesa: la de un país que se concentra en un producto exportable -el gas en este caso, y posiblemente la coca- a costa de la competitividad de otros productos industriales y servicios. Pero ¿dónde se ha quedado la industria venezolana? El contraste con Brasil o Chile es patente. Pese a su confesada admiración por Chávez y Castro, que tanto le han ayudado en su camino al poder, Evo Morales debe seguir su propia vía, no ya de respeto, sino de afianzamiento de la democracia. Propone convocar una Asamblea Constituyente, pero es de esperar que no caiga en la vía (mal llamada) bolivariana de Chávez, incluso añadiendo un elemento étnico o estamental, porque, así, acabará cogiendo la enfermedad venezolana.

Su llegada es parte de la renovación política en curso en Latinoamérica, con un claro crecimiento de las izquierdas, que son varias. Frente a Michelle Bachelet, el propio Lula (con sus problemas), u otros, el triunfo de Morales, como otros colegas suyos actuales o futuribles, es también resultado del deterioro de la política y los políticos tradicionales. Y pocos, salvo los citados Chávez y Castro, le han ayudado. Estados Unidos ha ignorado la zona durante demasiado tiempo y sólo ahora empieza a ocuparse y preocuparse. España, su Gobierno y sus empresas, haciendo uso de la capacidad de interlocución con todos, puede tener que desempeñar un papel constructivo no sólo en Bolivia, sino en toda una región que se va a complicar, y que está necesitada de proyectos regionales concretos, como el gasoducto de Venezuela a Argentina que están lanzando Chávez, Lula y Kirchner.

El prestigioso Latinobarómetro muestra un desencanto general en Latinoamérica con la democracia, pero no en favor de ninguna opción militar. En cuanto a España, el último barómetro de opinión pública del Real Instituto Elcano, indica que, entre los líderes mundiales, las peores puntuaciones las reciben Hugo Chávez (3,52), Fidel Castro (2,58) y George Bush (2,49). Y la mejor, Kofi Annan. Es decir, que en materia internacional, la sociedad española recela de los extremos. Está por ver dónde se situará Evo Morales dentro de unos meses. Depende de la pista que siga y los amigos con los que se junte. En todo caso, ayer empezó en Bolivia un interesante nuevo experimento al que no cabe desearle suerte, sino ayudarle en lo posible para que tenga éxito en una evolución sensata de un país pobre que tendría que ser rico. aortega@elpais.es

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