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EL FUTURO DEL ESTADO AUTONÓMICO
Columna
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Alivio

Enrique Gil Calvo

Qué alivio. Por fin tenemos nou Estatut, desbloqueado y blanqueado. Ya era hora, tras cuatro meses de incertidumbre que han mantenido el suspense político hasta el desenlace final, para concluir al gusto de Hollywood con un venturoso happy end. Y como si tan tortuoso argumento hubiera sido escrito por un guionista hitchcockiano, el desarrollo de la negociación ha estado salpicado de continuos golpes de efecto para provocar la ansiedad del espectador, clavándole a la butaca pendiente de la pantalla política. En este sentido, la obra maestra de esta función teatral ha sido abrir y cerrar la historia con sendas escenas de diván, en las que Artur Mas hacía de seductor Don Juan, que buscaba llevarse al huerto a una languideciente España, mientras Zapatero hacía por supuesto de idealista Don Quijote, siempre dispuesto a defender la honra virginal de la dama asediada.

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Y por un avispado maquiavelismo, ambas escenas de diván han sido escenificadas para que exhiban un signo inversamente opuesto. En la primera, Artur Mas ganó de calle, logrando que Zapatero aceptase un borrador soberanista y confederal. Lo cual provocó el horror de la platea española, convirtiendo la obra entera en una película de miedo: un thriller donde el inocente héroe castellano (ZP, évidemment) era angustiosamente perseguido por las fuerzas catalanas del mal. Mientras que en esta segunda parte de la historia ha sucedido exactamente al revés: en la escena del diván del sábado por la tarde, quien se ha llevado al huerto al catalanista Mas ha sido el diestro Zapatero, que ha sabido torear con elegancia la bravura del catalán.

Esta finta maquiavélica ha permitido escenificar la rendición catalana como un combate copero a dos vueltas. En la primera vuelta, jugada ante el Parlamento catalán a finales de septiembre, Zapatero fingió ceder ante Mas, entregándole el fuero y el huevo. Pero en esta segunda vuelta, jugada ante las Cortes generales, Zapatero ha recuperado el fuero y sólo ha entregado la mitad del huevo, cediéndoselo a Mas para que pueda salvar la cara y volver triunfante a casa. Y de la sucesiva lectura de ambas escenas cabe deducir una victoria a los puntos de Zapatero, pues quien ríe el último ríe dos veces. Algo parecido a lo que hizo su antecesor Felipe González en el 93, en aquellos debates televisivos contra Aznar que le permitieron retener in extremis el poder: cedió la primera vuelta para acojonar al público, pero sólo para llevarse después la segunda vuelta volcando las expectativas electorales. Y ahora su discípulo ZP ha repetido la misma jugada.

Pero no todo es maquiavelismo y escenografía. Las circunstancias objetivas también determinaban que esta vez fuera Mas quien hubiera de ceder. Como señala Gianfranco Pasquino (Sistemas políticos comparados, Prometeo, Buenos Aires, 2004), la clave del proceso político reside en quién dispone del poder de veto. En septiembre, CiU disponía de poder de veto ante el Parlament (ya que sin ella no había Estatuto), y por eso pudo imponer sus designios Artur Mas. Mientras que ahora CiU ya no tenía poder de veto en las Cortes (que podían reformar el Estatuto sin su acuerdo), y por eso Mas ha tenido que ceder.

Pero lo ha hecho con buenas razones. Pues es verdad que Mas ha renunciado al fuero a bajo precio (sólo la mitad del huevo), ya que aceptar un traspaso fiscal que no supera la crucial frontera del 50% equivale a abdicar de la reivindicación soberanista y confederal para permanecer sometido a la disciplina de la integración federal. Pero el precio que obtiene a cambio de este plato de lentejas no es baladí: una agencia tributaria única para Cataluña (aunque haya de ser consorciada) y sobre todo la primogenitura política del principado, pues gracias a la finta de Zapatero (divide et impera), Mas conseguirá el ansiado sorpasso superando a un desbordado Maragall y a un burlado Carod Rovira, atenazados ambos por la pinza entre Mas y ZP. Pero quien más gana es éste, pues su nueva pareja le liberará de dos socios que han resultado desastrosos sin que sea él quien se manche las manos.

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