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Vida de pastores

Quedan 90.000 pastores de ovejas y cabras en España. La mayoría, de edad avanzada. No está garantizado el relevo generacional. Su trabajo, que ha permanecido casi inalterado durante siglos y permite mantener vivos el paisaje y el mundo rural, se encuentra ahora en la encrucijada. Contamos las historias de pastores de diversas edades en las tierras del Moncayo.

Quedan 90.000 pastores de ovejas y cabras en España. La mayoría, de edad avanzada. No está garantizado el relevo generacional. Su trabajo, que ha permanecido casi inalterado durante siglos y permite mantener vivos el paisaje y el mundo rural, se encuentra ahora en la encrucijada. Contamos las historias de pastores de diversas edades en las tierras del Moncayo.

Cruce Santa Cruz del Moncayo. En la rotonda tire hacia Agromonte. Siga por esa carretera, pase una nave de ovejas, luego un almacén, luego una nave de cerdos, y a unos 500 metros estaré yo con las cabras. Ya me pongo cerca de la carretera para que me vea".

Cabras y pulgas en San Martín

"Nuestro trabajo está mal valorado. La sociedad tendría que ver que limpiamos el monte"
"El producto no vale. Mi padre tenía 300 ovejas y le daban para vivir; yo, 650 y ando justito"
"¿Qué hago en el campo? No me aburro, no. Miro las ovejas. Las distingo a todas, ¡eh!"

Ahí está Miguel Ángel Martínez, El Cabrero, de 33 años, que vive en San Martín de Moncayo (Zaragoza, 415 habitantes): "Yo trabajé seis años en una fábrica de Tarazona, de cableados eléctricos; pero no me hacían fijo, no me hacían fijo, y siempre me gustaron los animales, así que lo dejé hace ya ocho años y me metí en esto".

-¿Se arrepiente?

-Hay momentos que sí.

Ahí está con sus 550 cabras. "Al contrario que las ovejas, quieren más rama que yerba, y este terreno rinde más para la cabra, hay más monte". Con sus perros y una borrica. "Siempre llevamos una borrica, para la comida, la cazadora, una botella de agua, un traje de agua, y por si paren, para llevar los cabritillos en las alforjas; tenga en cuenta que hay tardes que me pueden nacer hasta seis".

Sopla frío el viento. Las heladas han apagado los colores de la naturaleza hasta dejarla en una armónica combinación de retazos de ocres, pardos, grises y verdes somnolientos. "Nuestro trabajo está mal valorado. La sociedad tendría que ver que hacemos un bien a la naturaleza; que desbrozamos, limpiamos el monte bajo, con lo que evitamos incendios forestales". A 813 metros, en invierno, en las faldas del Moncayo, la temperatura puede llegar a seis grados bajo cero a las seis de la tarde. "Pero, hoy por hoy, la ropa ya no es como la de antes. Y con un buen pasamontañas y unas buenas botas no pasas frío. Eso no es problema".

Miguel Ángel tiene ganas de hablar: "Organizas los partos, claro; vas buscando las fechas en que más dinero se paga por el cabrito: las navidades; mayo, por las comuniones; septiembre, por las fiestas de San Mateo en Logroño. Todo eso hay que tenerlo en cuenta. Se venden con 35-40 días, pesan unos ocho kilos, y valen entre 6.000 y 9.000 pesetas". Los pastores siguen hablando en pesetas.

Pega un grito a Ramón. Y desde otro retazo de paisaje ocre-verdoso viene Ramón Osta, de 53 años, soltero, con 650 ovejas. A Ramón le obsesionan dos cosas en su vida: las pulgas y las mujeres. A la pregunta de qué tal, va directo: "Pues que ninguna mujer se casa con un pastor porque dicen que llevamos pulgas". Vive solo en San Martín. "Yo le he cogido a esto cariño, pero hay que reconocer que es sacrificado. El tiempo libre lo dedico a cazar, y estoy en un grupo de jotas, vamos actuando por los pueblos. Canto desde chaval. Yo iba con los padres a segar, y mi padre tenía la cosa de cantar mientras segaba con la hoz, y así me dio a mí. Esto del ganado tiene su ciencia. No se crea que es fácil. Todos los días pasan cosas. Si comen mucha alfalfa, se hinchan y se mueren, de meteorismo se llama. Por el afán ese que llevan las ovejas de comer, cogen aire y…".

Los perros, diligentes, cuidan que las cabras no se salgan de su pedazo de tierra ni las ovejas del suyo. Ramón no quiere dejar pasar la oportunidad del periodista: "Si puede, ponga en el reportaje ese que va a escribir que los pastores no tenemos pulgas. Que yo noto que muchas mujeres, cuando me ven, se vuelven a mirar hacia otra parte. Y eso tampoco es. Que se venga alguna mujer por aquí. Que lo mismo que hay hombres necesitados de mujer, tendrá que haber mujeres necesitadas de hombre, digo yo, ¿no?".

Llama a las ovejas con un "prrrria, prrrria", y se despide con un "venga pues".

Los mozos viejos de Torrellas

José Villar Pérez, de 76 años, vive con Conrada, de 74, en una humildísima casa de Torrellas, un pueblo en Zaragoza de unos 200 habitantes. "No, no somos matrimonio. Somos hermanos. Los dos somos mozos. Mozos viejos". Reciben en la cocina: "Por la guerra éramos 1.500. Se ha quedado desvalijado el pueblo. La gente se marchó a Tudela y Tarazona. Aquí no había manducatoria". Toda su vida ha sido pastor, desde los 11 años -"mi padre estaba sirviendo y yo salía con seis ovejas"- hasta que se jubiló. Aún ayuda algo a su hermano pequeño, Santiago, que sigue dedicándose a las ovejas (tiene 300). "Esto se acaba. Es una vida mucho esclava. Ya nadie quiere ir por los montes. Hemos pasado la camisa, ¡eh! Vosotros habéis venido a la olla boba. Pero antes…". Repasa como en una lista: "Nosotros de pequeños íbamos descalzos, y yo he estado tres años durmiendo en el suelo en el monte. Cuántas veces se me ha secado la ropa en el cuerpo… Y en la mili, en Huesca, pasé más hambre que carracuca". Dice que de tanto sufrimiento le vienen ahora los achaques; cuenta que le han tenido que operar del corazón y de un ojo, que sufre arritmias al corazón. "Tengo que tomar ocho pastillas diarias". Y mueve la cabeza, como diciendo que tomar tanta pastilla al día no es vida, no. "Que hemos llevado una vida mucho mala y nadie nos ha ayudado nunca". Conrada interviene, erguida, muy digna, a pesar de estar tan despeinada: "Y nadie nos ha llamado la atención nunca, nadie nunca jamás. Hemos vivido muy honradamente. A los padres nunca les dimos disgustos".

Ahora, él cobra una pensión de 68.000 pesetas, y ella, otra de 50.000.

-Y usted, don José, ¿ha viajado algo?, ¿ha salido de Torrellas?

-¿Viajar yo? A la mili en Huesca y a los médicos en Zaragoza. No he salido más de mi casa.

Conrada sólo ha viajado a los médicos. No pudo ir a la escuela, no sabe leer ni escribir.

-¿Nunca han visto el mar?

-No, nunca, ¿para qué?

-¿Y no le hubiera gustado llevar otra vida, Conrada?

-No, a mí eso de ir a hoteles buenos y todo eso, no, ¿para qué? Hay mucho bullicio fuera. Hemos hecho nuestra vida y no nos hemos metido con nadie. Nadie puede decir nada malo de nosotros, y eso es muy grande.

-¿Pero habrán tenido ratos buenos; en las fiestas del pueblo, por ejemplo?

-En fiestas, nuestra madre nos llevaba al monte para que no vieran que no teníamos pantaloncicos. Luego vino la muerte del abuelo, la mili, la muerte de nuestro hermano, con 17 años…

Y en este punto de la conversación, a los dos mozos viejos les brillan los ojos. "Ay, pobre, que lo sacaron de casa por una apendicitis y ya nunca volvió vivo. Que se murió por el camino".

Conrada saca el pañuelo. Impresiona. Más de 50 años después, y vuelven a llorar al recordar la muerte de su hermano. Impresiona por lo que sienten y por comprobar que quizá la vida les ha ofrecido después tan pocas sensaciones y satisfacciones que en medio siglo no han conseguido poner capas que amortigüen aquel tremendo momento de dolor. "Ay, nuestra madre, la pobre, que ya no volvió a levantar cabeza. Se pasaba el día llorando, y se volvió loca. La muerte de mi hermano le quitó la vida. Y nos la quitó a nosotros también. Es que traerlo muerto… Según era aquel muchachón, y traerlo muerto". Es como una letanía. Cuántas veces la habrán repetido en esta cocina. "Mi madre se volvió loca. Eso ya nos quitó la vida, nos quitó la vida".

Llora Conrada como admitiendo que su vida estaba predestinada a ser tan triste y nunca pudieron hacer nada por cambiarla.

Una tartera hierve con algo dentro en el fogón.

José nos acompaña en un paseo por el pueblo, en cuya plaza mayor murieron cuatro personas al desplomarse el balcón del Ayuntamiento durante las fiestas patronales de 2003. Y apuntando con la cachava aquí y allá, a una casa y a otra, va diciendo: "Esto está muerto, esto está muerto, aquí ya no queda ni Cristo". "¿Ve?, otra casa cerrada, y otra, y otra, y en ésta y en aquélla sólo vienen los fines de semana". Después cambia esa retahíla de la vaciedad por otra más oscura aún. Pasamos a recorrer todas las casas en las que los dueños han muerto en el último año y se han quedado con las persianas caídas. "Esto está muerto", repite como admitiendo de nuevo que una mano superior obliga a que la vida sea triste y no se pueda hacer nada por cambiarla.

Josetxu, el grandote de Fustiñana

La pintura sólo ocre y gris de los pastores no sería realista. También hay en el oficio gente con ganas de pelear y salir adelante. Con móvil, sesiones de cine y conexión a Internet. Josetxu Larraz, de 33 años, es de Fustiñana (Navarra), localidad de 2.500 habitantes al lado de Tudela; está soltero y vive con sus padres. Es grandote y con esos mofletes colorados típicos de gente sana, expuesta mucho tiempo al aire. "Aquí toda la gente joven prefiere marcharse a trabajar a Tudela. En el campo, la cosa está jodida. Los productos no valen. La gente prefiere un horario de ocho horas y fines de semana libres. Yo he acabado en esto porque es lo que he visto en la familia. Mi abuelo y mi padre eran pastores trashumantes, del valle de Salazar, en los Pirineos; bajaban a las Bardenas a invernar. La cosa está bastante mal, pero nunca nos ha dado por cambiar. Y está mal porque cada cuatro o cinco años hay una reforma de la PAC [Política Agrícola Común, de la UE] y nunca sabes lo que va a pasar. Cada año nos van a ir quitando un 3% de ayudas. Eso crea mucha incertidumbre. Y nunca sabes bien en qué meterte. Hacer un corral nuevo es una inversión fuerte, y no sabes lo que va a pasar. Esto del campo está todo abandonado. Ha perdido todo prestigio. Mire lo que pasó cuando se intentó abaratar la comida del ganado: las vacas locas. La gente no valora este trabajo y que se cuide bien a los animales. Ni la labor medioambiental del ganadero, de limpieza del monte; eso no lo aprecia la gente. Entre los que se jubilan y los que no quieren entrar, esto va a pegar un bajón tremendo. Mire, mi padre tenía 300 ovejas y le daban para vivir, porque el producto valía; yo tengo 650 y ando justito, justito". "Tenemos que tener cuidado. Los lechales los vamos agrupando por lotes para vender, e intentamos concentrarlos en época de bodas, comuniones o Navidad. Para sacar algo más. Es que en invierno te pagan por un cordero lechal 5.000 o 6.000 pesetas". "Esta vida no la quiere nadie. Te ata todos los días. Ni fiesta, ni vacaciones. Es que irte a una boda te sale por un pico, porque tienes que dejar a las ovejas en el establo. Y lo que comen en un día sin salir es un pico. No viajas nada. Pero yo este año ya me harté y me fui 10 días a Argentina. Las dejé estabuladas. Alguna vez hay que dar el paso, ¿no?, y salir a ver algo". "Yo me suelo levantar a las siete, y atiendo a las paridas en el corral, que se quedan estabuladas. A las nueve o así tomo el almuerzo. Luego arreglo los papeles, que siempre hay algo que hacer, que cada vez te exigen más papeles y más burocracia para todo. Y a las diez o diez y media saco el rebaño. Las llevo a las Bardenas, a unos nueve kilómetros del pueblo. Todos los días. Haga sol, o llueva, o haga frío. Si te encuentras mal y no es grave, te tomas una aspirina, y ¡hala!, a correr. Me llevo la comida, y ¡hala!, hasta que anochece. A la vuelta por la noche, otra vez al corral a atender a las paridas. Total, que puedo llegar a casa en invierno a las ocho y media o nueve". "Me gusta salir a dar una vuelta, ver a los amigos en el bar. O meterme en Internet. Los fines de semana voy al cine a Tudela; me gusta sobre todo el cine español, como Obaba o El método. El americano me parece que es todo efectos especiales". "En el campo sí llevo la radio; me gusta La ventana, de la SER. A veces leo, me gustan los libros de Pérez-Reverte y de Vázquez Figueroa". "Es duro porque no sacas mucho dinero, pero ¿triste? Yo veo a la gente de la ciudad corriendo en el metro a las seis y media de la mañana, y eso me parece más triste que ir yo con mis ovejas a las Bardenas. Todo es relativo".

Un corral con 1.500 ovejas

"Es la tierra de Soria árida y fría (…) el caminante lleva en su bufanda / envueltos cuello y boca, y los pastores / pasan cubiertos con sus luengas capas".

"Las tierras labrantías, / como retazos de estameñas pardas, / el huertecillo, el abejar, los trozos / de verde oscuro en que el merino pasta, / entre plomizos peñascales, siembran / el sueño alegre de infantil Arcadia. / En los chopos lejanos del camino / parecen humear las yertas ramas".

En Borobia, en un paisaje castellano como éste que describía Antonio Machado en Campos de Soria, de alcores, viento, cielo, frío y ovejas, Juan Manuel Yagüe Rubio, de 63 años, tras un día entero cuidando con sus mastines un rebaño de más de un millar de ovejas -más otras 400 paridas, que le esperan en el corral-, vuelve a su casa de este pequeño pueblo de 350 habitantes cuando ya se han encendido las farolas. Está bien dispuesto para la charla. "En tiempos de mis abuelos hubo en este pueblo hasta 22.000 ovejas; ahora son 7.500". Le apetece repasar su vida: "Yo, antes de irme a la mili a Melilla, a lo que me dedicaba era a la agricultura. Era lo que veía en casa. A los 10 años me quedé sin padre, a los 12 ya iba a labrar…, y desde entonces yo no conozco lo que es parar. Pero a la vuelta me pasé a las ovejas. Porque ya todo el mundo empezaba a tener tractor, y a mí los tractores nunca me gustaron… Y desde entonces hasta ahora, que en todo este tiempo no sé lo que es guardar fiesta ni un solo día. Porque si te invitan a una boda o un bautizo, sí vas, pero ya tienes que contratar un pastor para ese día, y cada vez te es más difícil encontrarlo, y además aviar el corral por la mañana tienes que hacerlo, eso no te lo quita nadie. Esto es muy sacrificado. Esto se acaba. Porque la juventud ya no lo quiere. Nuestro hijo tiene 29 años, y sí, está conmigo. Dice que quiere dedicarse a esto, pero no sé, yo no lo veo claro; el día que falte yo, no sé… Esto se acaba. Aquí estábamos 15 pastores. Ahora aún estamos ocho. Pero de hijos, de la nueva generación, quedarán ya sólo tres o cuatro dedicándose a esto. Es mucho mejor ser agricultor que ganadero, dónde va usted a parar. El agricultor que no tiene animales, con la maquinaria que hay hoy día está medio año de fiesta. Pero el trabajo nuestro es igual que hace 200 años. Lo único que ha cambiado, que vas en todoterreno al corral; lo demás, igual". "¿Y qué hago en el campo? No me aburro, no. Miro las ovejas. Las distingo a todas, ¡eh! Usted coge dos de las mías, las mete en el rebaño del vecino y yo sé perfectamente cuáles son. No hay ninguna igual".

Uno mira alrededor: una pesadilla de balidos y cabezas clónicas, y no queda otra que poner cara de incredulidad. "Yo, móvil no llevo; radio, sí. Lo que más me gusta, el parte, las noticias". Lo colateral le interesa menos; enseguida retorna al meollo: "Esto no da de sí lo que tenía que dar. Mire, somos dos hombres para 1.500 ovejas, trabajando mucho. Y no se crea que da… Bueno, sí, da para volver a invertirlo, en naves, en tractores para mi hijo, pero poco más. Mire, le voy a poner un ejemplo que lo va a ver muy claro: hace 38 años le compré a un vecino 100 ovejas, y con el dinero que le di se pudo comprar un piso en Zaragoza; hoy, con mis 1.500 ovejas no me daría ni mucho menos para un piso, ni siquiera para recomprarle a ese hombre su piso viejo de 38 años. Hace 30 años vendías una oveja vieja por 1.000 pesetas; hoy, a tres euros. Y por un corderito de 10-11 kilos te dan entre 7.000 y 11.000 pesetas. Pero es que a mí, por esquilarlas me cobran cada año 200 pesetas por oveja. Y luego tengo que pagar 1.000 euros al año por el servicio para que me recojan los animales muertos. Porque ahora ya no es como antes, que podías tirarlos al campo para que se los comieran los buitres; ahora no, ahora tienes que echarlos a un contenedor y llamar a un teléfono para que vengan a recogerlos".

Ya en casa, abre la puerta su mujer, que acaba de lavarse la cabeza y sale con rulos en el pelo. "¿Viajar? Pues poco. Que si una boda en Zaragoza o en Soria, o a Sabadell, que es donde está el carnicero al que vendemos los corderos".

Noche estrellada en Borobia. En la taberna de la casa rural de El Castillo se reúnen los pastores Antonio Ruiz, de 65 años; Jesús Modrego, de 63, y Pedro Aranda, de 45. Coinciden: "Esto es cada vez peor vida". "Se meten muchas horas, y si no fuera por las subvenciones, a esto no se dedicaba nadie. Haces cuentas, y no te salen. Es mucho esclavo". "Sí, sí, si no fuera por las subvenciones, ¡pero y el papeleo que lleva todo…! Que a veces parece que hay que tener una secretaria, que cada vez lo ponen más difícil todo, y con más exigencias. Y el tiempo que tienes que perder con tanto papel… Ningún día de fiesta. A esto no quiere dedicarse nadie, hombre".

En Borobia, prácticamente todo el pueblo anda ahora preocupado por los planes de una empresa vasca y la Junta de Castilla y León de abrirles una descomunal mina a cielo abierto en la sierra de Tablada para extraer magnesio. La explotación rompería la belleza, limpieza y tranquilidad del entorno del pueblo, los pastos del ganado y los manantiales y acuíferos del río Manubles, que afectarían a una docena de pueblos. Tienen miedo de que la opinión de quienes allí viven no cuente para nada.

Fuera hace frío y comienza a llover. Los balcones están llenos de pancartas con el lema: "Mina, no". En la ventana de la casa rural, un paisaje de gotas de agua nieve. La hilera de chopos desnudos se desdibuja.

Más información en: www.artzainmundua.net.

Quedan 90.000 pastores de ovejas y cabras en España. La mayoría, de edad avanzada. No está garantizado el relevo generacional.
Quedan 90.000 pastores de ovejas y cabras en España. La mayoría, de edad avanzada. No está garantizado el relevo generacional.JOSÉ ANTONIO MARTÍNEZ

Escuelas y congresos mundiales

Algunos se niegan a ver a los ganaderos-pastores como algo caduco, meramente bucólico, como una estampa desteñida que no encaja en los ritmos económicos y sociales actuales. Es el caso de Jesús Garzón, presidente de la asociación Concejo de la Mesta y el gran animador en España de las reivindicaciones de la ganadería extensiva y la recuperación de las vías pecuarias. Él es quien da el dato de que quedan 90.000 pastores en España (65.000 de ovino y 25.000 de cabras), porque las estadísticas del Ministerio de Agricultura no distinguen entre ganadería extensiva e intensiva. "En los últimos 15 años se ha mantenido estable este número, y ha aumentado el número de cabezas, porque los rebaños cada vez son más grandes". Pero frente a esas cifras que miran al optimismo, Garzón señala como punto inquietante la alta edad media de los pastores: "El gran problema es el relevo generacional, hay mucha gente a punto de jubilarse. Habría que montar escuelas de ganadería, al menos una en cada comunidad autónoma. Hay que reconocer que el trabajo de pastor es una profesión que requiere una cualificación alta: son ganaderos, son veterinarios, son ecólogos, manejan inversiones de 300.000 euros nada más empezar… Son grandes profesionales. La mejor garantía para el turismo de interior, el mantenimiento de los núcleos rurales, frente a los grandes incendios forestales".

Ahora hay un centro de formación de este tipo, la Escuela de Pastores, que el Gobierno vasco montó en Oñati (Guipúzcoa) hace nueve años, y que les orienta en las cada vez más difíciles tareas del ganadero europeo (el papeleo derivado de la normativa de la UE). Desde ese germen ha crecido el Foro Mundial del Pastor (Artzain Mundua), que ha organizado ya tres congresos mundiales. Miren Elgarresta, veterinaria y coordinadora de Artzain Mundua, explica la filosofía de ambas iniciativas: "Se trata de crear estrategias y proyectos para que esta profesión no desaparezca, pues es útil social y económicamente, necesaria para el futuro sostenible del planeta". Por la escuela pasan unos 17 alumnos cada curso, que dura seis meses, con una edad media de 25 años. "Queremos acabar también con el desprestigio social", añade Elgarresta. "Es algo que ha llegado prácticamente inalterado hasta el siglo XXI desde muchos siglos atrás; por algo será. Eso sí, hemos visto que el futuro del pastoreo pasa por la formación y el apoyo de las administraciones".

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