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Reportaje:

Un oasis en el barrio

Un centenar de niños de distintas etnias y religiones aprenden a convivir cada día en la Fundación Balia. Nacida en una zona deprimida de Madrid abundante en inmigración y escasa en recursos sociales, es un primer paso para evitar el nacimiento de un nuevo gueto.

Elena Sevillano

Un centenar de niños de distintas etnias y religiones aprenden a convivir cada día en la Fundación Balia. Nacida en una zona deprimida de Madrid abundante en inmigración y escasa en recursos sociales, es un primer paso para evitar el nacimiento de un nuevo gueto.

En los barrios más 'pobres' de Madrid, el 30% de los adolescentes de 16 años no acabaron la educación secundaria
Los niños proceden de familias con pocos recursos, desestructuradas o con jornadas laborales 'maratonianas'

La última Navidad ha sido la segunda que han pasado en España Eric, de 10 años, y su hermano Gabriel, de 7. Y la tercera de su madre, Angélica Pérez, de 32, que vino a Madrid de avanzadilla desde Argentina y al año arregló la mudanza para sus hijos. "Aquí vi más posibilidades laborales para mí y para el futuro de ellos; sueño con que vayan a la Universidad". Angélica enumera las ventajas. Pero su apuesta también entraña dos inconvenientes: la añoranza y el problema de dejar a los pequeños solos en casa mientras ella trabaja más de 14 horas diarias para ganar menos de 800 euros al mes.

El primer problema no tiene solución, salvo el teléfono y la perspectiva de una visita por vacaciones. Para evitar lo segundo está Balia, una fundación sin ánimo de lucro que desde hace seis años trabaja con niños y jóvenes de Tetuán, el barrio madrileño de Angélica y los suyos. A su sede central, en la calle de Fereluz, acuden Gabriel, Eric y también su amigo ecuatoriano Rafa. O el marroquí Adil, que quiere ser policía. O la madrileña y desenvuelta Electra. Y así hasta 100 chicos y chicas, mitad españoles, mitad inmigrantes, de 3 a 17 años, de lunes a viernes, de cuatro a ocho de la tarde. Meriendan, hacen los deberes, organizan asambleas, juegan, montan teatros y talleres, cocinan, bailan, aprenden informática en el aula de alfabetización digital. Y conviven.

De clase a Balia sin remolonear en las calles de uno de los cinco distritos madrileños con plan especial de inversiones. Por sus "desequilibrios". Más de 150.000 habitantes, un cuarto de ellos inmigrantes, una renta per cápita de 12.095 euros, un paro que roza el 12% y bolsas de pobreza e infravivienda, según consta en las estadísticas municipales. Y en los primeros puestos del ranking en cuanto a actuaciones policiales: más de dos detenciones y más de 23 intervenciones al día en materia de seguridad durante noviembre de 2005.

Un buen currículo para aspirar a convertirse en un gueto. "Siempre existe ese peligro", reconoce María Entrecanales entre el griterío infantil. Esta abogada madrileña, de 37 años, presidenta de la fundación, reanuda la charla: "Por eso elegimos esta zona para iniciar nuestro proyecto [posteriormente han abierto un segundo centro en Latina]. El distrito ha mejorado estéticamente, pero en él siguen viviendo ancianos, familias nacionales e inmigrantes marginadas, y otras, jóvenes y escasas en recursos, con hijos pequeños".

En Tetuán viven cerca de 23.000 niños; unos 13.000 en edad escolar y casi la mitad de ellos con acento foráneo. Acuden a 24 centros educativos públicos y privados concertados, aunque desigualmente repartidos. Cuatro de cada diez estudiantes del colegio público Ortega y Gasset y siete de cada diez chavales del instituto Jaime Vera son extranjeros. "La red pública está asumiendo un porcentaje elevadísimo de alumnado inmigrante, de hasta el 60% y el 70%", denuncia Entrecanales. "¿Qué integración hay? Ninguna; nos encontramos ante un foco de gueto para el futuro". La Consejería de Educación de la comunidad reconoce que el 77% de escolares no nacionales se concentran en centros públicos de la región, mientras que los concertados atienden al 23%. El sindicato Comisiones Obreras ahonda la diferencia esgrimiendo un 84% frente a un 16%.

Según la Ley Orgánica de Educación, recién aprobada en el Congreso con los votos en contra del PP, la Administración establecerá la proporción de alumnos con necesidades de apoyo educativo (principalmente inmigrantes) que deban ser escolarizados en los centros públicos y privados. Ambas redes tendrán que armonizar sus porcentajes. A la espera de ver cómo se concreta el enunciado, hay otro dato que pone los pelos de punta: más del 30% de adolescentes de 16 años de Tetuán (y de otros barrios pobres de Madrid) no acabaron la educación secundaria obligatoria en el curso 2003-2004. Es la razón de que el apoyo a los estudios sea uno de los platos fuertes de Balia. Primero, por el futuro de estos chicos y chicas. Segundo, porque llevar los deberes a clase supone un reconocimiento por parte del profesor, lo que es muy positivo para su autoestima. Tercero, porque la desmotivación aleja del aula y acerca a la calle. Y en la calle, según detectan desde esta ONG, rondan las bandas juveniles dispuestas a captar nuevos miembros.

La fundación trabaja en zonas deprimidas con rentas por debajo de la media regional, altos índices de fracaso escolar y mucha población extranjera. ¿No es el caldo de cultivo que desató las revueltas de jóvenes franceses de barrios marginales hace unos meses? "Tenemos los sucesos de Francia muy presentes", responde la presidenta. Aunque la realidad en España, según añade, es distinta. Por la mayor presencia de suramericanos, con la misma religión y la misma lengua que los españoles. Y por la corta edad de los primeros hijos de inmigrantes nacidos en suelo español. Mientras, en el país vecino van por la segunda y tercera generación de franceses de origen extranjero. Lo que es, a la vez, un aviso para navegantes y una oportunidad de no repetir esos errores: "Soy optimista; nuestra Administración está concienciada y hay políticas orientadas a la integración, para evitar los guetos", concluye.

Sin embargo, Entrecanales reconoce que existe poco intercambio y relación entre las distintas etnias: "En España tendemos a una cierta actitud racista, con comentarios como que los inmigrantes copan la Seguridad Social o quitan a los nacionales los puestos de trabajo… cuando se ocupan de lo que nosotros no queremos". El desconocimiento y la falta de información generan incomprensión y xenofobia. ¿La mejor vacuna? El aprendizaje de valores y normas de convivencia para que los pequeños no perpetúen los prejuicios de sus mayores.

Eric, formal, obediente, buen estudiante, ha estado jugando en el patio y va a lavarse las manos antes de merendar; después se pondrá a estudiar: le gustaría ser doctor. Esta tarde invernal de lunes transcurre como cualquier otra en Balia. Los chavales, por grupos de edades, pasan de una actividad a otra junto a sus educadores. Proceden de familias con pocos recursos, desestructuradas o simplemente sometidas a jornadas laborales maratonianas. Muchos son niños de la llave, porque se quedan solos en casa, o en la calle, mientras sus padres trabajan. Un fenómeno, por cierto, que afecta a todas las capas sociales.

Los integrantes del proyecto Territorio Joven son 22 hervideros de hormonas entre los 12 y 16 años, locos por tener un móvil de contrato, que reciben información sobre educación sexual y prevención en drogodependencias. El coordinador del programa, Esteban Miranda, dibuja su retrato-robot: uno de cada dos es inmigrantes no nacido en España. La mitad procede de un hogar monoparental, por separación, abandono o fallecimiento. Las tardes que no acuden a Balia suelen pasarlas solos -ven la tele y luego bajan a jugar a la plaza- o ayudando en las tareas domésticas o haciendo los deberes en casa. Las horas del fin de semana discurren entre la videoconsola, las visitas a algún pariente o el traslado en familia al centro comercial. Sólo una minoría sale al campo con sus padres.

Cuatro o cinco de estos adolescentes, sentados en torno a la mesa de la cocina, piensan su respuesta a la pregunta del millón: qué quieren ser de mayores. A Christian, el deportista de la pandilla, no le importaría nada dedicarse al fútbol. Juan, el más práctico, piensa en emplearse "donde consiga más dinero". Vanessa y Electra aspiran a "cualquier trabajo que tenga que ver con niños". Mónica quiere ser abogada… Pues para eso hay que estudiar. Ceños fruncidos, disimulos, alguno que mira para otro lado. Sólo les falta silbar. "Mejor hablamos de otra cosa, ¿vale?", zanjan la cuestión.

Varios centros educativos han pedido a Balia que organice actividades extraescolares en sus instalaciones. El Ortega y Gasset, el cole de Eric y Gabriel, será el próximo, posiblemente a partir de enero. No más de 10 u 11 alumnos por grupo: durante hora y media harán su tarea y después se dedicarán a actividades lúdicas. Asegura la ONG que el trabajo en red de los distintos agentes sociales implantados en un área suele ser sinónimo de mayor eficacia. Los servicios municipales, el colegio, el IES, el Centro de Atención a la Infancia, la junta de distrito. El coordinador de Territorio Joven destaca el desarrollado tejido asociativo de Tetuán. Aunque se lamenta de la cantidad de frentes abiertos: "Absentistas, bandas, drogas, delincuencia".

Si Mónica se esfuerza y saca limpia la primera evaluación de 1º de ESO, su padre le comprará un ordenador, a ella y a su hermana mayor Cristina. Música celestial para los oídos de esta adolescente de 12 años, ojos expresivos, coletas y pasión por el chat. Vive en La Ventilla, un barrio que ha mejorado mucho, según cuenta su progenitor, Pedro Luis Revilla: más grande, más pisos. También más población extranjera: "Antes nos conocíamos todos; ahora abundan los inmigrantes, sobre todo suramericanos. El que es bueno es bueno, y el que es malo es malo. Lo mismo que los españoles. Mi hija tiene muchos compañeros de otros países en clase; algunos hacen pellas, pero también las hacen los de aquí", explica este feriante de 49 años que está criando a las niñas y nunca las deja solas. A su lado, Mónica dice lo que le gusta de su barrio: "Los compañeros del instituto, ir a casa de mi amiga Yaiza, el cíber". Y lo que no: "Los borrachos del parque, unos niños que dan golpes a la puerta de la parroquia y el poco espacio que hay para jugar".

La denuncia queda confirmada al día siguiente, que es fiesta y el centro de la calle de Fereluz permanece cerrado. Niña y periodista damos un paseo por unas calles comidas por el cemento y las grúas. Cerca del piso de los Revilla hay dos parques desprovistos de verde: el primero está ocupado. "A ésos, ni mirarlos", advierte. El segundo es un recinto infantil de proporciones diminutas y en pésimo estado. Ninguna biblioteca, ningún centro social a la vista. Llamamos a Yaiza por el portero automático. Normalmente se quedan las dos en su casa o en las zonas comunes de abajo; pero hoy han venido unos parientes de visita y la amiga no puede salir. Vuelta al asfalto, con chavales charlando en los portales y tres puntos de reunión juvenil: una tienda de golosinas y dos cíber. Mónica suspira: "Ojalá hicieran un parque con un tobogán muy grande y un columpio en forma de semicírculo para colgarse".

Fundación Balia por la Infancia: 915 70 55 19; www.fundacionbalia.org.

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Sobre la firma

Elena Sevillano
Es corresponsal de EL PAÍS en Alemania. Antes se ocupó de la información judicial y económica y formó parte del equipo de Investigación. Como especialista en sanidad, siguió la crisis del coronavirus y coescribió el libro Estado de Alarma (Península, 2020). Es licenciada en Traducción y en Periodismo por la UPF y máster de Periodismo UAM/El País.

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