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Entrevista:PETER BOGDANOVICH

El triste maestro del cine

A sus 70 años forma parte de la leyenda de Hollywood. Director, actor y escritor, es el padre de títulos míticos como 'La última película' o 'Luna de papel'. Tras el asesinato de su mujer, en 1980, bajó al infierno. Perdió todo. Robert Graves le ayudó a sobrevivir. Vuelve con nuevos proyectos.

Juan Cruz

A sus 70 años forma parte de la leyenda de Hollywood. Director, actor y escritor, es el padre de títulos míticos como 'La última película' o 'Luna de papel'. Tras el asesinato de su mujer, en 1980, bajó al infierno. Perdió todo. Robert Graves le ayudó a sobrevivir. Vuelve con nuevos proyectos.

"De niño parodiaba a Roosevelt, Churchill y Stalin. Ésa debió de ser la raíz de lo que luego sería mi vocación y mi oficio"
"En año y medio murió mi madre, murió un amigo y asesinaron a mi mujer. Eso provocó grandes cambios en mi vida"
"Jean Renoir, Orson Welles, Cary Grant, James Stewart… no son sólo parte de mi pasado, son mi actualidad"

Es un mito del cine, y su apariencia es la de un hombre melancólico, silencioso y a veces se diría que incluso entristecido por la historia, por lo que ha visto y por lo que le ha sucedido. Fue un niño prodigio; desde los cuatro años se vislumbraba que podía ser un genio. Su película más famosa, The last picture show (1971, traducida aquí como La última película), refleja prematuramente aquella atmósfera que ahora transparentan su rostro y su actitud, y cuyo origen él ha contado descarnadamente. Cuando le conocimos, en Deià (Mallorca), en el curso de los diálogos que allí organizan el actor y periodista inglés Peter Florence y los hijos mallorquines del escritor británico Robert Graves, estábamos en medio de la algarabía de un baile, y Bogdanovich era aquel hombre de 70 años (nació en Nueva York en 1935) que llevaba un pañuelo al cuello (siempre lo lleva, vimos luego), una chaqueta blanca y el aire de ser un extranjero en todas partes que al fin siente que hay un sitio donde no tiene que decir ni media palabra, ni siquiera en su idioma. Poco después de darnos muy formalmente la mano, ese mismo hombre se animó a subir al escenario, y desde allí, acompañado precisamente por los hijos de Graves, cantó algunos blues maravillosos que nos trasplantaron a la atmósfera de donde viene, y también a aquella película tan famosa, tan melancólica y tan dura. Quedamos luego para hablar, y lo hicimos bajo los árboles de un hotel de Deià. Él ya había dado unas cuantas entrevistas, a medios extranjeros y a medios locales, y también a alguna televisión. Es un profesional, no desdeñó a ningún medio, respondió a todo con la actitud de quien sabe que es un personaje que desata interés en sus interlocutores; pero resulta difícil sacarle de esa estancia de difícil acceso que guardan los que tienen heridas o secretos. Ha trabajado con algunos de los grandes del cine, como Orson Welles, Bogart, Bacall, Brando (fue quien le dio el único autógrafo que pidió nunca, cuando tenía 14 años), Jack Lemmon o Marilyn Monroe; sobre todos ellos ha escrito (su libro de Retratos y conversaciones está a punto de salir en España). Ha sido director, ayudante de directores y actor. Ha hecho películas memorables, como ¿Qué me pasa, doctor? (1972), Luna de papel (1973), Nickelodeon (1976), Todos rieron (1981), Máscara (1985), Texasville (1991), Esa cosa llamada amor (1993)… Supo que iba a ser actor desde muy pronto; él cuenta que en los anales de la familia consta que "desde que tenía cinco años daban por hecho que sería actor; las crónicas familiares registran que en un viaje en tren de New London a Nueva York, en 1944, me dediqué a simular conversaciones entre Roosevelt, Churchill y Stalin en un teléfono rojo de juguete…". Y desde el verano en que cumplió 16 años "he trabajado sin cesar con actores profesionales". La vida le llevó enseguida a los estudios, donde conoció a grandes del cine que le enseñaron algunas de sus convicciones más hondas: "El éxito no es nada, es tan peligroso como el fracaso", "Tú vales lo que tu última película". Y el cine le hizo rico y le llevó a la bancarrota. En 1985 registraba 21 dólares en su cuenta y una herida muy honda en su biografía personal, pues su mujer de entonces, Dorothy Stratten, una actriz a la que él había rescatado de los escenarios eróticos, fue asesinada en extrañas circunstancias. Viajó a Mallorca entonces en busca de Graves, de su literatura y de su consuelo; con el escritor inglés afincado en la isla ideó proyectos que la industria nunca le ha dejado hacer, pero con él halló la paz suficiente como para rehacer las ilusiones deshechas. Así que su regreso a Deià, donde ahora se ha encontrado con los activísimos herederos de Graves (músicos, escritores, activistas culturales), supone para el autor de La última película un reencuentro con un periodo de su vida en el que reconstruyó sus esperanzas. Su vida tiene en esta frase su resumen: "A los 34 años tenía seguridad financiera y mi futuro parecía asegurado; menos de cinco años después, todo esto se derrumbó, y antes de acabar 1980, mi carrera estaba arruinada y mi vida personal era una catástrofe. El asesinato de Dorothy Stratten, cuyas circunstancias he relatado en un libro de memorias, convirtió en insignificantes todas las demás cosas que me habían sucedido. El fracaso de cuatro películas en seis años, la muerte de varios amigos y mentores, incluso la muerte por cáncer de mi madre, no podían prepararme para la explosión sísmica que se desató cuando mataron a Dorothy". Ésa es la sombra que se proyecta sobre este hombre, sobre su mirada e incluso sobre su tono de voz. Sobre la música que canta.

O sea, que desde los cuatro años, los que le rodeaban suponían que iba a ser actor después de escucharle hacer de Churchill, Roosevelt y Stalin…

Y lo hacía en serbocroata, que era el idioma que hablábamos en casa y era lo que ya hablaba antes que inglés. Sí, los parodiaba; yo no lo recuerdo, pero eso es lo que siempre se dijo en casa. Debe de ser verdad, y debe de estar ahí la raíz de lo que luego serían mi vocación y mi oficio. Yo mismo lo recuerdo vagamente. Mis padres siempre me lo repitieron, y decían que eso fue lo que les llevó a pensar que yo iba a ser actor. Ellos eran muy tímidos, y aquello les pareció muy gracioso. Yo no debía de ser tan tímido, obviamente.

Y además, mientras aún era un niño, también hacía programas de radio en su propia casa, imitando personajes. ¿De dónde le venía esa creatividad?

Lo ignoro. Bueno, mi padre era pintor, era una persona con talante artístico. Tocaba el piano francamente bien; dominaba tanto la música clásica como la pintura. Ésas eran sus pasiones. Yo crecí en una casa donde se pintaba: mi padre se levantaba de la cama, desayunaba y ya dedicaba el resto del día a pintar. A mi madre le tocaba salir a trabajar para poder pagar los pinceles y las pinturas. Más adelante, mi madre también descubrió su talante creativo y se convirtió en una excelente enmarcadora de cuadros. Usando pan de oro llegaba a hacer cosas increíbles. Así que me crié en una casa de artistas. Además, los amigos de mis padres eran pintores, escultores, músicos, escritores… Yo, sin embargo, me centré en la actuación desde pequeño. Eso era lo que me interesaba verdaderamente. Cuando era un crío, mi padre me llevaba al Museo de Arte Moderno a ver películas; veíamos películas mudas, que a mí me encantaban. Antes de ver películas con sonido, ya había visto muchísimo cine mudo. En cierto modo seguí la secuencia lógica: primero, películas mudas, y luego, cine sonoro.

Una vez, en Berlín, en 1977, le ofrecieron ver cine mudo de Lubitsch, y usted se vio seguidas 13 películas…

Sí, eso ocurrió, fue apasionante. Yo soy un gran admirador de Lubitsch.

Y en 1952 produjo para su madre, que estaba en el hospital dando a luz, su propio programa radiofónico…

Sí, le hice una versión de Blancanieves y los siete enanitos mientras ella daba a luz a mi hermana… Hacía la interpretación de todos los personajes, incluidos los locutores. Yo tenía 11 o 12 años y me había regalado una grabadora antigua; era sencillo, creativo y muy divertido…

Supongo que hacía todo eso buscando la aprobación de los demás.

Claro, el arte es comunicación, y cuando realizas una labor creativa, lo primero que quieres es que los demás lo aprueben, lo disfruten o lo acepten. El arte no se hace tanto para agradar como para desarrollar las percepciones ajenas. Pero imagino que tienes razón: en este caso, yo hacía todo eso para agradar a mis padres, para alegrarles, porque eran personas bastante tristes. Sufrieron una gran tragedia que les convirtió en seres taciturnos. Su primer hijo, un hermano al que nunca conocí, vivió hasta el año y medio, y murió en un horrible accidente. Este drama familiar ensombreció mi concepción, mi nacimiento y mi vida. Cuando eres un crío y sientes la tristeza de tus padres es normal que hagas lo que sea para que sonrían. Ésta es una de las razones por las que desde que era un enano me propuse ser tan gracioso.

En 1973 [después de sus mayores éxitos] contaba usted que el cine era mejor que la vida; sin embargo, en 1985 [después de su propia tragedia personal] aseguraba que lo primero es la vida.

Sufrí varias muertes. Tres fallecimientos que ocurrieron en un plazo de año y medio. Murió mi madre, murió un gran amigo y más tarde asesinaron a Dorothy Stratten [la actriz, su mujer]. Estas tres desgracias tuvieron lugar entre 1979 y 1985, y eso provocó grandes cambios en mi vida. Después de que mataran a Dorothy no quise seguir trabajando y comencé a interesarme por otras cosas. Pero no encontré nada con que ganarme la vida. Pensé que era capaz de escribir, pero no es algo que realmente me guste, así que…

Pues usted escribe muy bien…

Gracias… Ahora disfruto escribiendo mucho más que antes, básicamente porque creo que lo hago mejor… De todos modos, y siguiendo con aquella historia, más tarde volví a trabajar dirigiendo Máscara, después de tres años de parón, y escribí un libro sobre Dorothy. Creo que es el mejor libro que he escrito jamás, por mucho que lo hayan criticado. Muchas cosas son mejores de lo que se lee en las críticas, y son mejores que las propias críticas, ¿verdad?

¿Cómo sobrevive usted a los ataques? No me refiero únicamente a los ataques profesionales, sino a los que proporciona la vida. ¿Cuál es su reacción inmediata al sentirse atacado?

Pues no lo sé. Tras el asesinato de Dorothy, lo que necesitaba era meterme en un agujero, y es lo que hice. Sin embargo, es preciso hallar el modo de seguir. No olvidas las cosas, pero aprendes a convivir con ellas.

Así definió usted aquel momento: "La lenta salida de aquel abismo cambió mi perspectiva sobre muchas cosas, y particularmente mi concepción del cine".

No sé qué decir… Las películas violentas me impacientan, me parecen innecesarias. Robert Graves vivió aquí cerca, y esta mañana fui a colocar flores sobre su tumba. Fue un gran hombre. Y su mujer también era una persona extraordinaria. Robert Graves decía que antes de escribir un poema había que preguntarse: ¿es este poema realmente necesario? Se trata de una pregunta muy interesante viniendo de un poeta. Las películas, aunque sean más complejas de realizar que un poema, deberían incorporar también esta pregunta antes de ponerse a andar: ¿es necesario hacer esta película? Hay tantas que son innecesarias, que no añaden nada, que no dicen nada…

La crítica y los espectadores han dictaminado sobre la necesidad de algunos de sus filmes: 'La última película', 'Luna de papel'… ¿Con qué estado de ánimo las hizo?

La última película nació de la lectura de un libro que me ofreció un buen material, muy potente, para llegar a hacer un filme de calidad. Sin embargo, no tenía ni idea de cómo abordarlo. Y esto me encanta. Me gusta el reto de encontrar el modo de hacer las cosas que me apasionan y cuyo método desconozco. Se trataba de contar una historia de pérdida y de desesperación, desde muchos ángulos diferentes, y finalmente la hicimos. Luna de papel me llegó ya en forma de guión, y pensé que era un buen material, a pesar del trabajo que me costó arreglarlo para convertirlo en una buena película. La historia era también bastante sugerente, porque trataba sobre la relación entre una hija y un padre, y entendí que la hija era mejor que el padre. Eso me llamó la atención, y también me resultó atractivo que la chica fuera más fuerte que su padre.

En esas películas hay mucha pérdida, personajes que pierden y deciden seguir luchando…

Bueno, creo que es preferible seguir luchando que darse por vencido.

¿En qué películas suyas se ha visto reflejado?

No lo sé. Creo que en cada película hay algo de mí mismo. De lo contrario, nunca las hubiera hecho. No podría hacer películas que no contaran o reflejaran algo de mi propia naturaleza… Todos rieron, la película que hice con Audrey Hepburn, es probablemente la que mejor refleja mi personalidad. Yo escribí el guión tratando de incorporar caracteres de personas que me interesaban especialmente. En aquella época [1980], mi yo pesaba mucho. Ben Gazzara y otros actores interpretaban papeles que eran parte de mi vida. Y salió la película más personal que he hecho. Quizá sea mi favorita.

Usted vivió toda su vida rodeado de grandes del cine…

Desde los 16 años. Ahí tuve mi primera experiencia con actores profesionales. Aprendí muchísimo…

¿Qué piensa de la industria de entonces?

En 1962, el viejo Hollywood estaba aproximándose a su fin, mientras el nuevo emergía con películas como Shadows, de John Cassavettes…, The Wild Angels, Bonnie and Clyde, Faces… Nosotros nos convertimos en parte del nuevo Hollywood. Yo tenía un pie en el antiguo y otro en el nuevo… Fue una época muy interesante. Algunos actores y directores del viejo Hollywood siguieron trabajando, pero la mayoría no lo hizo, y yo mismo me encontraba a mitad de camino. Pienso ahora que el viejo Hollywood era más interesante.

En una ocasión se dirigió a un actor comparándole con James Cagney y él no tenía ni idea de quién era Cagney…

Ocurrió hace muy pocos años; le comenté que me recordaba a ese gran actor y él no tenía ni la más remota idea de quién era Cagney…

Y a otro le pidió que lo hiciera como Cary Grant…

Y no tenía ni idea de quién era el punto de comparación… Es horrible. Los actores deberían conocer sus raíces, quiénes estuvieron antes que ellos, cuáles fueron sus etapas anteriores… Igual que los directores: todos deberíamos conocer a quienes nos han precedido. Esta convicción la heredé de mi padre, que tenía un gran sentido de los antecedentes pictóricos y musicales.

Leyéndole y viendo sus películas tiene uno la impresión de que le gusta más el pasado que el presente.

Probablemente. De la misma manera, si hubiese vivido esta experiencia en los años cuarenta o cincuenta, tal vez habría querido pertenecer a la época del cine mudo. Siempre hay una época dorada que precede a la que te toca vivir. Al menos así lo siento yo. Mis películas han sido calificadas de elegiacas. Ciertamente, Luna de papel y La última película lo son. Pero esto ha de deberse a mi afición por celebrar el pasado.

Al final de su último libro puede leerse: "Mantener vivo el pasado en la pantalla es uno de mis objetivos, como mantener la memoria de muchos seres memorables…". ¿Quiénes son esos seres memorables que ha conocido, cómo influyeron en la persona que es usted hoy?

Están todos dentro de mí. Los cito, y recuerdo sus palabras constantemente. Cualquiera de ellos es fundamental para mí: Jean Renoir, Howard Hawks, Orson Welles, Cary Grant, James Stewart… No sólo son parte de mi pasado, son mi actualidad.

Dijo alguna vez que Renoir era el mejor.

Bueno, sin duda era el mejor director. Al menos en Occidente. Sus películas eran tan simples y a la vez tan complicadas. Hacía películas sobre gente, y la gente no cambia. Son mejores o peores personas, pero no cambian.

Y tiene palabras muy hermosas para Cary Grant, para Katharine Hepburn, para James Stewart…

En la época dorada de Hollywood, lo que se buscaba en los actores era, además de consistencia, un magnetismo y una personalidad que traspasara la pantalla. El público debería poder entender y distinguir fácilmente entre una película de Bogart y otra de Cagney o de John Wayne… Este culto a la personalidad resultó muy interesante. Te permitía escribir teniéndolo en cuenta. Podías escribir un diálogo visualizando a tal o cual actor interpretando tus palabras. Y aquellos actores ejemplificaban lo que te digo. Y esto ya no ocurre, probablemente porque todos los actores quieren parecerse a Marlon Brando, quien precisamente buscaba ser diferente en todas sus películas. Tampoco quiero decir que aquellos actores interpretaran siempre de manera parecida en todas las películas que hicieron. Fíjate en Cary Grant en Only angels have wings [Sólo los ángeles tienen alas] o en His girl friday [Luna nueva]… Se trata de interpretaciones totalmente diferentes en las que ellos mantuvieron absolutamente su personalidad. A Brando, eso le gustaba. Actualmente, los actores quieren ser como Marlon. Éste es el cambio más radical. Antes había contratos con los estudios, y éstos imponían un estilo. Eso ya no ocurre.

¿Acaso no ha quedado nada de los buenos y viejos tiempos?

No. Ocasionalmente han aparecido actores personalistas, como Clint Eastwood, Barbra Streisand, Bruce Willis o Burt Reynolds… Son una especie de estrellas a la vieja usanza. Actualmente, lo que los actores cultivan y necesitan demostrar es su versatilidad.

¿Se siente cómodo con la industria de hoy día?

No. Y no creo que nadie se sienta cómodo. Ni siquiera la industria se siente cómoda consigo misma.

¿Y cuál será el futuro de la industria?

Me parece interesante que hayan bajado las cifras de taquilla. La gente no va al cine como antes. Quizá sea por efecto del tipo de cine que se ve ahora. Yo adoro la experiencia de ir al cine, y aunque no creo que se acabe, sí es cierto que se está transformando en algo distinto.

Orson Welles fue una persona importante en su vida. Elíjame un recuerdo suyo, o de alguno de sus preferidos.

Orson era un ser humano extremadamente complejo. Muy diferente a cualquier persona que haya conocido. Era más grande que la vida misma. No debía de ser nada fácil ser Orson Welles. No era un hombre simple, pero sí muy gracioso. Probablemente la persona más graciosa que he conocido nunca, aunque también terriblemente deshonesto. Por supuesto que era brillante, cuando le escuchabas o cuando mantenías una conversación con él. De una fascinación inagotable. Evidentemente, se trataba de un cineasta extraordinario, brillante en todo. Y llevó una vida muy práctica. Prefiero quedarme con lo que alcanzó en lugar de añorar las cosas que nunca llegó a realizar. Y Renoir fue un hombre extraordinario; era el director preferido de Orson. Era un poeta, un santo. Esto último no debe confundirse con debilidad o con fragilidad. Era increíblemente fuerte. Sus películas tienen esa enorme densidad que jamás disminuye.

En sus películas frecuenta usted temas como la adolescencia y la infancia. Y dijo en una ocasión: "Para poder llegar a hacer lo que [los actores] hacen con tanta magia y humanidad es necesario tener un matiz infantil, efectuar un cierto retorno a la niñez". ¿Qué siente ahora acerca de su propia adolescencia?

Creo que está muy relacionada con la inocencia. Es importante mantener, por todos los medios, a ese niño que llevamos dentro. Es parte de nuestro espíritu. Y es difícil conservar el espíritu. En ocasiones, las heridas y las cicatrices te hacen perder la conexión con esa época de la inocencia; sin embargo, es muy importante que el artista se mantenga cerca de su espíritu. También es importante mantener la inocencia, y respetarla. Creo que el gran peligro de no estar en contacto con la propia inocencia es precisamente el de perderla…

En las dedicatorias de su último libro, usted se refiere a los que ha perdido: "Todos fueron desapareciendo de forma tan intensa y siempre antes de tiempo"…

A todos ellos, personas que murieron jóvenes, les dedico mi libro. Como Audrey Hepburn; como mi madre, que murió a los 60 años; como John Ridder; como Dorothy; como John Cassavettes… Una cosa es perder a un ser querido cuando tiene 90 años y otra cosa cuando se va a los 60. Es igualmente triste, pero no es tan trágico. Imagínate, River Phoenix murió a los 33. Es horrible: lo que realmente pierdes es todo el tiempo que podrías haber compartido con ellos. Cuando se van, una parte de ti se va. Es doloroso porque quieres a las personas por lo que las define, por lo que las hace diferentes, eso es lo que llegas a querer. Hay algo muy especial en ellas, algo que amas, algo con lo que no volverás a conectar cuando ya no estén. Puedes hacerlo con su espíritu; aunque esto, siendo importante, no es lo mismo.

Es como una aspiradora emocional, como si te arrebatasen algo.

Sí, yo siento ese vacío, el efecto de esa aspiradora emocional.

Como ser humano, ¿cómo se siente en el mundo en el que vive ahora?

Intento mantenerme alejado de la política porque nunca había estado en niveles tan bajos. El mundo se encuentra en una situación bastante precaria. Sin embargo, no hay gran cosa que yo pueda hacer. Quizá un puñado de buenas películas y rodearme de unos cuantos amigos y de gente a la que yo quiera. Tengo dos hijas, un nieto y varias ex mujeres, pero nos llevamos bien. Me mantengo cerca de mis amigos y sigo haciendo películas.

En 1985 vino usted a Deià para hablar acerca de un proyecto cinematográfico sobre las novelas de Graves…

Estuve también en 1981, y en 1982, y efectivamente estuve en 1985. Y muchas veces más. Me gustaría adaptar las novelas de Robert Graves; es difícil, pero espero que algún día se pueda hacer. Realmente, ahora mismo estoy barajando más proyectos cinematográficos que nunca.

¿Uno en especial?

Tres o cuatro. Son muy diferentes, pero todos tratan sobre familias o relaciones desestructuradas. Uno de ellos está basado en un hecho real ocurrido en Hollywood y otro trata sobre una familia de Tejas que está destrozada… Hay muchos proyectos, castings que ya han sido realizados, guiones ultimados…

¿Por qué no viene a Europa a hacer alguna película?

Hay una que se pretende hacer en Inglaterra, pero dependemos del dinero. La última que hice, The cat's meow, estaba ambientada en Estados Unidos, pero se hizo en Europa, que es donde surgió el dinero. En fin, soy una persona optimista, y aunque a veces me hundo, intento reponerme de nuevo.

¿Y cómo se siente ahora?

Hoy me siento bien. Este lugar [Deià] hace que se recupere mi espíritu. La escritura de Robert Graves me ayudó mucho, estuve aquí con él en mis peores tiempos, y aunque él estaba ya muy enfermo, estar a su lado fue algo formidable. Su familia me quiere mucho.

Cuando le vi anoche, cantando sobre el escenario, daban ganas de abrazarle, desearle que se sintiera bien, que contara con los que le estábamos oyendo…

Muchas gracias.

Daban ganas también de entrevistarle. Usted ha hecho muchas entrevistas. ¿Quién fue su mejor entrevistado?

Orson Welles.

¿Y la mejor persona?

Renoir, porque era el más humano. Y la persona más buena que conocí en mi vida fue Dorothy Stratten.

Director, actor y escritor.
Director, actor y escritor.TOLO RAMÓN

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