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LA COLUMNA | NACIONAL
Columna
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La batalla del reformismo

Josep Ramoneda

EL PRESIDENTE Zapatero ha puesto en marcha la oleada de reformas más importante desde la transición. Los cambios siempre comportan riesgo. Los partidos políticos son, por naturaleza, bastante conservadores: las burocracias que los dirigen tienen muchos intereses que defender. Los temores se agrandan cuando se alcanza el poder porque nada da más vértigo que la idea de perderlo. Al mismo tiempo, los cambios, si son de calado, afectan a los equilibrios de intereses de la sociedad. Y ante ellos siempre hay gentes que temen perder posiciones. No es extraño, por tanto, que las iniciativas de Zapatero provoquen reacciones de rechazo -a menudo, tan desmesuradas y patéticas que ponen en evidencia a sus autores- entre los sectores más conservadores que, aunque predominantemente se sitúan a la derecha, también abundan en la izquierda. En el mandato anterior, José María Aznar intentó con su mayoría absoluta trasladar a España la revolución conservadora. Ninguno de los que ahora acusan a Zapatero de desestabilizar España opuso reparo alguno. Y fueron los españoles con su voto los que la dieron por terminada antes de que germinara. A Zapatero también le llegará el momento de pasar esta prueba.

Las reformas de Zapatero se pueden clasificar en cuatro grupos: costumbres y derechos civiles, nuevas políticas sociales, ejercicios de biopolítica y reorganización territorial. Dos ámbitos importantes han quedado fuera del proceso reformista: la política económica y la política internacional.

En economía, Zapatero ha optado por la prudencia, dejando en manos de Solbes una gestión ortodoxa. Zapatero probablemente piense que la buena situación de la economía española es el mejor colchón para poder afrontar con tranquilidad las reformas y que ya llegará el momento de introducir algún sesgo nuevo en la política económica, como efecto de los propios cambios. El Gobierno acaba de presentar la anunciada reforma de los impuestos. Es la ocasión de ver si hay voluntad -como cabe esperar de un Gobierno de izquierdas- de conseguir un mejor reparto de la presión fiscal, para que su peso principal no siga cayendo sobre los asalariados.

La política internacional está por hacer. Parece como si con el llamativo gesto de retirar las tropas de Irak, Zapatero hubiera dado el trabajo por concluido. Dicen que es en el segundo mandato cuando los presidentes se enamoran de la política internacional y empiezan a olvidar todo lo demás. Es muy legítimo querer tener un papel propio en la escena internacional y no actuar como subalterno del Gobierno de Estados Unidos, como hacía José María Aznar. Pero hay que ganárselo.

La oleada reformista en materia de costumbres ha estado guiada por la ampliación de los derechos, de modo que aumenten las posibilidades de elección de la ciudadanía a la hora de hacer sus opciones vitales. La ley que permitió los matrimonios homosexuales ha sido emblemática. La aparatosa respuesta conservadora se diluyó en semanas. En las sociedades abiertas no es ningún cataclismo que los ciudadanos tengan menos inconvenientes legales para vivir a su antojo. Es cuestión de libertad.

Y precisamente por esto es chocante que el Gobierno se haya metido por un camino intervencionista como es el de la biopolítica. La ley del tabaco se sitúa en un terreno ideológico y moral opuesto a la ley de los matrimonios homosexuales. En ésta se amplían derechos, en aquélla se restringe la libertad de vicio de los ciudadanos. ¿Otra vez el Estado papá que trata a los ciudadanos como adolescentes incapaces de discernir qué les conviene y qué no les conviene? El que se castiga el pulmón con el tabaco no puede alegar ignorancia. Y sólo a él corresponde la decisión de dejarlo o no.

Sin embargo, es en la legislación social donde Zapatero está demostrando capacidad para afrontar las nuevas necesidades. En vez de sumarse al coro de enterradores del Estado del bienestar, está buscando soluciones a las cuestiones derivadas de los cambios culturales de fondo y del aumento de la esperanza de vida. La ley de ayuda a las personas dependientes puede ser un referente de la legislatura. Como lo son las iniciativas legislativas en cuestiones de género.

Queda evidentemente la cuestión territorial. El embrollo permanente que Zapatero intenta resolver por la vía de la complejidad, a la vista de que la simplificación ha acabado siempre provocando atascos. La técnica de dejar que florezcan mil propuestas e intervenir al final para cerrar el proceso es peligrosa. Pero si el presidente se sale con la suya, hay Zapatero para rato. Si fracasa, una vez más las naciones eternas -la española y las periféricas- se habrán llevado por delante la ambición reformista.

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