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Evo Morales no es un Che Guevara indígena

Jorge G. Castañeda

Evo Morales, el nuevo presidente de Bolivia, no es el primer indígena jefe de un ejecutivo en Latinoamérica; el primero fue Benito Juárez, líder de México desde 1858 hasta 1872. Y Bolivia no es Latinoamérica: junto con Guatemala, es el único país en el que los pueblos indígenas representan a una mayoría de la población. Sin embargo, la importancia de la victoria electoral de Evo Morales no debería subestimarse, tanto por su relevancia simbólica como por las implicaciones que podría acarrear en el resto del hemisferio. En una región en la que la concentración de poder y riqueza siempre ha sido escandalosa, tener un presidente que pertenece a una comunidad indígena no es un asunto secundario. Bolivia siempre ha sido un país en cierto modo paradigmático: la revolución de campesinos y mineros del estaño de 1952 fue sólo una de las cuatro revoluciones realmente populares del siglo XX en Latinoamérica (junto con las de México, Cuba y Nicaragua), y fue trágica y equivocadamente escogida por Fidel Castro, Che Guevara y Régis Debray a mediados de los años sesenta como plataforma de lanzamiento de movimientos guerrilleros en toda Suramérica, y, junto con Chile, fue el primer país en someterse a "reformas estructurales" o "reaganomics en el trópico", allá por los años ochenta.

En su nueva presidencia del país, el anciano líder de la revolución de 1952, Víctor Paz Estenssoro, aconsejado por Jeff Sachs, intentó uno de los más radicales "tratamientos de choque" contra la hiperinflación, y después contra la pobreza extrema, que en un principio tuvieron éxito. Al cabo del tiempo, ninguno de los dos funcionaron muy bien, pero llegaron a ser emblemáticos de esfuerzos análogos en otros lugares. De manera parecida, las campañas estadounidenses para la erradicación de drogas a menudo se refieren o imitan lo que, desde determinada perspectiva, se veía como un gran éxito: la sustitución de cultivos y la intervención militar en la región de Chaparé, cerca de Cochabamba, también desde mediados de la década de los ochenta. La extensión de los cultivos de coca disminuyó de hecho, pero no hizo más que trasladarse al valle alto del Huallaga, en Perú, dejando en Bolivia a un gran número de agricultores furiosos y empobrecidos. Entre ellos, cómo no, estaba Evo Morales.

Su ascenso a la presidencia, con casi el 55% de los votos y una mayoría en la Cámara legislativa, bien podría tener repercusiones fuera del país: para la región, y para las relaciones entre Estados Unidos y Latinoamérica. En la actualidad hay una tendencia hacia la izquierda en Latinoamérica, pero ésta no es homogénea. Los partidos con líderes de izquierdas que vienen de la vieja tradición comunista, socialista o castrista (con la excepción del propio Castro), tienden a haber cruzado el Rubicón hacia la economía de mercado, la democracia representativa, el respeto a los derechos humanos y las posturas geopolíticas responsables. Ricardo Lagos de Chile y su sucesora, Michelle Bachelet, Lula en Brasil, puede que Tabaré Vázquez en Uruguay, pertenecen a este grupo. Pero aquellos cuyas raíces se hunden profundamente en la tradición populista latinoamericana, como Hugo Chávez en Venezuela, Néstor Kirchner en Argentina, Andrés López Obrador en México o Evo Morales en Bolivia, tienen un carácter diferente. Están mucho menos convencidos de los imperativos de la globalización y de la ortodoxia económica, del valor intrínseco de la democracia y del respeto a los derechos humanos, y no hay nada que les guste más que meterse con la Casa Blanca, especialmente con sus inquilinos actuales.

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Este comportamiento tiene su lógica. La "nueva izquierda" que viene de la "vieja izquierda" no sólo se ha reconstruido después de experimentar de primera mano los desastres del antiguo bloque soviético y de Cuba. Tiene un programa que regresa a sus raíces: combatir la pobreza, reducir la desigualdad, mejorar la sanidad, la vivienda, la educación, etcétera. Su programa exterior puede llevarla a veces a estar en desacuerdo con Washington -Chile lo estuvo en torno a Irak, Brasil lo está en relación con el comercio- pero sin estridencias. La izquierda populista a su vez no tiene un gran programa en política interior (el populismo raramente lo tiene, excepto regalar o gastar dinero con objetivos políticos), pero saca brillo a sus credenciales izquierdistas a la vieja usanza, gracias a una política exterior antiestadounidense y pro-La Habana. Con toda probabilidad, esto es lo que Morales hará en Bolivia. No tiene mucho margen en temas como el gas natural, la ayuda internacional y estadounidense, la deuda exterior, el apoyo del Banco Mundial, etcétera. Ir demasiado lejos en cualquier dirección no sólo alejará la inversión y la ayuda financiera extranjeras, sino que además podría intensificar las fuerzas centrífugas, casi secesionistas, que se dan en los valles más prósperos del este del país, alrededor de Santa Cruz. Habrá que hacer un enorme esfuerzo por combatir la pobreza extrema en Bolivia (junto con Haití, es la nación más pobre del hemisferio), pero en esto también los resultados no serán espectaculares a corto plazo.

Así que Morales tendrá que hacer lo que los populistas de este tipo hacen siempre: meterse con Washington y congraciarse con su base electoral, es decir, con los cultivadores de coca de Chaparé, donde comenzó su carrera política hace años. Ha empezado sin ambigüedades con Estados Unidos: sus primeros viajes al extranjero fueron a La Habana y a Caracas, y hará todo lo posible para incluirse en el llamado "eje del bien" fundado por Fidel Castro y Hugo Chávez. Y al negarse no sólo a seguir con los programas de erradicación de la coca, sino anunciando además que pretende aumentar sus superficies de cultivo, ya que la hoja de coca es un artículo de consumo tradicional en las tierras altas de Bolivia, mata dos pájaros de un tiro: elige una trayectoria de choque "políticamente correcta" con Washington, y sigue el juego a su base más extrema, algo que George Bush comprende muy bien.

Pero a fin de cuentas, es poco probable que Evo Morales resucite al Che Guevara o se convierta en un Fidel Castro andino. Su país tiene frontera con otros cuatro, es trágicamente pobre (aunque rico en reservas de gas natural), depende dramáticamente de la ayuda exterior y tiene el peor historial de inestabilidad de toda Latinoamérica. Si Estados Unidos actúa con serenidad, y si Brasil finalmente asume sus responsabilidades en los asuntos del hemisferio, Evo será noticia, pero no hará historia. Es de esperar que todo el mundo reconozca la diferencia.

Jorge Castañeda, ex ministro de Exteriores de México, es autor de La vida en rojo, una biografía del Che Guevara y de La utopía desarmada. © Global Viewpoint / Jorge Castañeda.

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