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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Prenegociación

Prenegociar es una de las grandes aficiones colombianas. Antes de sentarse a tratar, hay que fijar tantos parámetros que esos preámbulos suelen eternizarse. Y en las últimas semanas ha habido dos tentativas de pre-negociar: una, con la segunda guerrilla del país, el ELN, ha salido bien, mientras que la gran apuesta, con las FARC, es la enésima vez que se frustra. Con los elenos ha sido posible concertar ese pre-acuerdo en una reunión celebrada en diciembre en La Habana, que contó con el apoyo de Gabriel García Márquez. El ELN, que nunca ha recurrido al tráfico de coca, estaba tan arruinado como acabado militarmente, hasta el punto de que, acosado por los paramilitares, debía optar entre desmovilizarse y buscar una salida política con la coalición de izquierda o meterse en la droga para sobrevivir. Por eso, el presidente Uribe, que se presenta a la reelección en mayo, puede hacer una buena operación que por electoralista no es menos legítima y buena para Colombia.

A las FARC se les ofrecía, bajo la supervisión de España, Francia y Suiza, una zona desmilitarizada de algo menos de 200 kilómetros cuadrados durante un mes para negociar el canje humanitario de prisioneros. Pero tras un forcejeo de comunicados en que lo que le importaba a la guerrilla es que pareciera que el intransigente era el Gobierno, dieron el lunes pasado por rotos todos los contactos, acusando a Uribe de oportunismo electoral. La guerrilla no quiere hacer ningún favor a un presidente que aspira a derrotarla militarmente durante ese segundo mandato que parece cerca de conseguir. Las FARC no quieren una paz que no venga en la práctica a consagrar su victoria, mientras el presidente Uribe mide sus concesiones al milímetro, hasta el punto de que ahora mismo parece difícil conseguir un mero canje humanitario.

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