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Ni 15 clones de Houdini

Javier Sampedro

El cuadro de honor del fraude científico coincide exactamente con la galería del horror de los grandes editores del gremio. Es lógico, puesto que un fraude científico no sería tal de no haberse publicado bajo una de esas grandes cabeceras de prestigio.

Thereza Imanishi-Kari publicó sus mágicos (e imaginarios) reordenamientos de los genes del sistema inmune en la revista Cell, la mejor publicación en el campo de la biología molecular. El director de Cell y todos los referees que revisaron el borrador se tragaron el fraude, evidentemente, pero antes de eso ya se lo había tragado el premio Nobel David Baltimore, que no sólo era el jefe de Imanishi-Kari sino que no tuvo el menor reparo en firmar el artículo con ella.

Jacques Benveniste diluyó un compuesto tantas veces que no podía quedar ni una sola molécula en el vaso, pese a lo cual el compuesto seguía actuando de alguna forma que sólo Benveniste podía comprender (y que sólo él podía medir, según se comprobó), pero le coló el artículo a Nature, la otra gran revista generalista junto a Science, y su gran competidora por los artículos de impacto. El director de Nature en la época, John Maddox, llegó a personarse en el laboratorio en compañía de un mago profesional para intentar descubrir el truco.

¿Magos? Ni 15 clones de Houdini habrían bastado para pillar a Jan Hendrik Schön, el físico que inventó (en el mal sentido) los transistores orgánicos, que le coló siete goles a Nature y ocho a Science.

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