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Columna
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El olor de la casa

Este Gobierno, que nunca nos ha gustado mucho empezando por su presidente, parece que ha subcontratado a una buena agencia de marketing social. El resultado consiste en que frente a una primera y agitada acción gubernamental, dirigida a halagar a feministas o a escandalizar a curas, se ha girado hacia un repertorio de consideraciones con tino. Porque, contra lo que acaso crean los políticos de izquierdas o de derechas, las gentes de izquierda han venido sintiéndose incómodas con las adscripciones que se les han asignado a manera de chantajes. Hace una década Kas tuvo que retirar su eslogan central que preguntaba "¿Y tú de quién eres?". Se vio obligado a hacerlo porque los clientes no deseaban ya ser militantes siquiera de un refresco. Mucho menos se desea ser clasificado de izquierdas como un dócil feligrés de la modernidad.

Siempre han existido distintos tipos de izquierdas pero ahora, de acuerdo con los tiempos de la customización, todavía más. Tal y como les ocurre a las marcas, ningún partido político puede contar realmente con sujetos fidelizados de por vida. Hay que ganarlos, atenderlos, pensar en su circunstancia sin cesar. Emplear, en fin, la creatividad que ha enseñado el marketing y no comportarse como ante un público supuestamente rehén. No votaremos a ZP porque se declare rojo, más bien acaso no queremos ser los rojos de esa misma tonalidad.

¿Qué cambia, sin embargo, ahora para despertar interés? Notablemente, que el Gobierno, en lugar de seguir ofuscado en asuntos de su propio interés o de sus ruidosos socios, ha vuelto la mirada, en estos días, a algunas cuestiones propias de los electores. Es decir, a los deseos y problemas de los clientes de la derecha, de la izquierda, de la clientela ciudadana en general. Es decir, a eso que la Ilustración llamó el pueblo y hoy ni siquiera es la polis.

De hecho, si algo sustantivo ha mutado en la naturaleza política, sin que los políticos lo vislumbren tanto como los profesionales del mercado, es el protagonismo de la polis que va siendo reemplazando por el del domus. La polis en cuanto ciudad física se ha convertido en un parque temático, embotellado o recreativo. Pero también, simultáneamente, la polis conceptual ha perdido su constitución fundacional y el respeto colectivo. No es extraño que para los jóvenes la política se encuentre a la cabeza de las instituciones con mayor descrédito y que, si se trata de corrupción, la clase política sea la que obtiene la nota más alta.

Seguir creando política y generando políticos a la antigua usanza es el procedimiento directo para su ineluctable descomposición. Cuanto mayor número de jóvenes se incorporan a la edad de votar menos votan, cuanto más avanza la nueva cultura de las comunicaciones sociales más incomunicados se encuentran los líderes. No es extraño que el Gobierno recurriera -imaginariamente- a una buena agencia de marketing para restablecer los contactos sociales. ¿O es que pensaban llegar a conseguirlo con artefactos tan fementidos como el Estatut?

La acción del marketing, en régimen de outsourcing, no ha tenido, en cambio, dificultades para detectar los asuntos que componen hoy el nuevo cuerpo de "la política domus" en sustitución de la vieja "política polis". Se trata, efectivamente, de cuestiones tan inmediatas, u obvias en su dolor, como hacer conciliable la vida laboral con la familiar, sin cuya solución es impensable la calidad de la vida, sea izquierdista o derechista, roja, morada o carmín. Se trata, efectivamente, de resolver los problemas de la dependencia de los minusválidos con algo más, desde luego, que llamarles discapacitados. Se refiere la mágica agencia a toda la afectiva política de lo doméstico y a la legítima ambición de los sujetos en un país a la cabeza de la UE. A sus derechos, por ejemplo, de ser enseñados en una escuela competente y al día, de recibir unos servicios sanitarios, una televisión y una radio públicas, una vivienda, una pensión y una justicia de incuestionable calidad. Los progresistas de hoy no se reconocen en la herencia de un carné marchito y dócil, sino en la vivacidad de un ejercicio social que procure un nuevo color y sentido a lo político.

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