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Muere Hernández Pijuan, artista de la trama

El pintor y grabador, académico de San Fernando y premio Nacional, falleció ayer en Barcelona a los 74 años

Con Hernández Pijuan desaparece uno de los pintores más sutiles de nuestro tiempo, un pintor que siempre se mantuvo fiel al paisajismo y cuya intensa evolución basada en la reflexión, la evolución y la sintonía con el arte de su tiempo sólo puede explicarse a partir de la sensibilidad y el rigor que caracterizan un interesante proceso pictórico que arranca con el postnoucentisme catalán, aunque pronto se dejó fascinar por la abstracción matérica -la que desarrollarían sus contemporáneos de los grupos Dau al Set o El Paso- y que finalmente, y sin renunciar a sus raíces mediterráneas, adoptó una línea propia de cálculo y mesura de lo que es la tela, más cercana a las tareas del agrimensor o a la meditada geometría del franciscano Luca Pacioli.

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Hernández Pijuan, que nació en el barcelonés barrio de Sant Gervasi el 5 de febrero de 1931, en el seno de un familia catalano-aragonesa, siempre supo que su vocación era dibujar y pintar y siempre fue consciente de que la fuente nutricia de su creación era la observación de la naturaleza, particularmente la de las comarcas catalanas de la Noguera y la Segarra. En 1947, al concluir sus estudios en la Escuela de Artes y Oficios de la Llotja, empezó a dedicarse plenamente a la pintura, aunque después pasaría por la Escuela Superior de Bellas Artes de Sant Jordi (1952-1956), que con el tiempo se integraría a la Universidad de Barcelona y de la que él en 1970 fue nombrado catedrático de Pintura, y en 1992, decano, cargo que ostentó hasta su jubilación, en 1997.

Pero más allá de su magisterio y de su dedicación a las técnicas pictóricas, de las que fue un gran experimentador, Hernández Pijuan fue también un destacadísimo grabador, que trabajó en profundidad las técnicas calcográficas y litográficas. No en balde este mismo año la Calcografía Nacional (Real Academia de Bellas Artes de San Fernando) le otorgó el Premio Nacional de Arte Gráfico.

Al inicio de su trayectoria, Hernández Pijuan cultivó un expresionismo radical, de resonancias existencialistas y colores oscuros dominados por el blanco y el negro. Fue aquélla una época de gran inquietud intelectual y cultural durante la que colaboró con los grupos Sílex e Inter-nos y en revistas estudiantiles. También fue en aquellos años cuando expuso en galerías renovadoras como El Jardín de Barcelona y cuando participó en las Bienales Hispanoamericanas de Arte y en los Salones de Octubre de Barcelona (actividades todas ellas comprometidas con la pintura no académica, con la ruptura de la tradición y con la búsqueda de nuevos lenguajes plásticos) y cuando presentó su primera exposición individual en el Museo Municipal de Mataró (1955), de la mano de su amigo y mentor Rafael Santos Torroella, al que seguiría unido el resto de su vida.

Su estancia en París entre 1957 y 1958, becado por el Instituto Francés de Barcelona, le permitió estudiar grabado y litografía en la Escuela de Bellas Artes de París e iniciar una nueva etapa en su trayectoria, en la que el expresionismo gestual daría paso a una abstracción de base geométrica dominada por los campos de color y por objetos solitarios (frutas, copas, huevos, tijeras, etcétera) que acabarían por transformarse en el punto neurálgico de sus telas. Sin embargo, suave y progresivamente, su pintura se iría desdramatizando para hacerse más minimalista y esencialista, incluso incorporando la cinta métrica como connotación de su método pautado de componer la superficie de la tela trabajando con formatos acusadamente verticales u horizontales. Las fajas de colores grises y verdes, la gradación tonal, las transparencias, las texturas, las resonancias de la luz son las notas dominantes de una pintura que en la década de los ochenta, y desde la más pura abstracción, recuperó el perfil del ciprés, los surcos del arado, la sinuosidad de un montículo, el perímetro de un predio o la silueta de una hoja o de una flor, lo que a su vez le permitía volver a los verdes, ocres, rosados y marrones de mayor intensidad, sin dejar de ser fiel a una caligrafía dictada por su energía interior que se plasmaba a través del óleo en cada una de sus pinceladas.

Premios

Los de Hernández Pijuan han sido casi sesenta años de vida activa que le han permitido exponer en las principales ciudades y museos de España, en muchas ciudades europeas, americanas y japonesas y participar en relevantes bienales como la de Venecia. Por ello, no ha de extrañarnos que se le distinguiera con múltiples premios, como el Premio Nacional de las Artes Plásticas (1981) o la Creu de Sant Jordi (1985), y que se le hayan dedicado exposiciones tan importantes como las presentadas en el Centre Cultural Tecla Sala de L'Hospitalet de Llobregat (1992), en el Reina Sofía (1993) y en el Macba (2003). Pero, probablemente, quien ha definido con más precisión la esencialidad y la sutileza de la pintura de su arte es su admirador y admirado amigo Fernando Zóbel: "Los adjetivos: limpio, sutil, riguroso, cerebral, elegante. Los medios: la trama. Mejor dicho: las tramas. Hernández Pijuan es capaz de convertir hasta brillos y materia en trama. La trama: la naturaleza. Lo que tiene de visible, la que sabe ver el artista para transformarla y enseñarla".

Daniel Giralt-Miracle es crítico e historiador del Arte.

Joan Hernández Pijuan, ante su obra <i>Sin título 91</i> (1996), en la retrospectiva que le dedicó el Macba en enero de 2003.
Joan Hernández Pijuan, ante su obra Sin título 91 (1996), en la retrospectiva que le dedicó el Macba en enero de 2003.CARLES RIBAS

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