Harold Pinter arremete contra Bush y Blair
El dramaturgo sugiere en su discurso ante la Academia Sueca, grabado en vídeo, que ambos son criminales de guerra
En su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura, Harold Pinter arremetió ayer contra la política exterior de Estados Unidos y las mentiras de Irak. "¿Cuántos seres humanos deben morir para que califiquemos a sus responsables como criminales de guerra?", se preguntó el Nobel, en un discurso dedicado a la búsqueda de la verdad como una tarea imprescindible. Este concepto fue el eje del discurso del dramaturgo británico. Su texto, titulado Arte, verdad y política, describió a fondo las relaciones entre la creación y el mundo que habitamos. Las palabras del dramaturgo británico fueron proyectadas en vídeo ante la Academia Sueca, ya que su quebrantada salud le impidió estar personalmente en la tradicional ceremonia.
"La búsqueda de la verdad es impostergable, como un imperativo ético esencial"
David Hare: "Pinter se siente muy agradecido de la oportunidad de decir lo que quiera"
Para desarrollar la base de su discurso se basó en acontecimientos actuales, pero explicándolos a través de hechos del pasado. "En el teatro, la búsqueda de la verdad es la fuerza motriz, pero se trata de un objetivo huidizo, que puede surgir súbitamente, como por casualidad, por intuición, y muchas veces cuando se cree haberlo encontrado se escapa de nuestra comprensión y desaparece". Se refirió, naturalmente, a su propia creación, aludiendo a algunas de sus obras y advirtiendo que cuando la gente le pregunta cómo fue el proceso de creación de tal o cual obra, responde que no sabe explicarlo. Sólo puede decir que ocurre. "Sin embargo, la verdad verdadera es que no existe tal cosa como una verdad única en el teatro. Hay muchas. Esas verdades se desafían la una a la otra, ceden una ante la otra, se reflejan, se ignoran, se retan, y son ciegas. A veces se tiene la impresión de haberla captado, pero se nos escurre de las manos y desaparece", dijo Harold Pinter (Londres, 1930). "El lenguaje del arte, por tanto, es algo muy ambiguo, una arena movediza, un trampolín, un charco cubierto de hielo, que en cualquier momento puede ceder bajo los pies del autor. A pesar de todo, nunca hay que dejar de buscar la verdad. Esa búsqueda es impostergable, no se puede dejar para mañana. Hay que acometerla de inmediato, sin demora, como un imperativo ético esencial".
En el teatro político, explicó el dramaturgo británico, nos enfrentamos a una problemática muy distinta. "Hay que evitar a cualquier precio el panfleto como sustituto de la verdad. La objetividad es vital. Hay que dejar a los personajes que respiren su propio aire. El autor no puede domesticarlos para satisfacer su propio gusto, su opinión o sus prejuicios. Tiene que estar dispuesto a acercarse a ellos desde muchos ángulos, desde un sinfín de perspectivas, sin reservas, y posiblemente sorprenderles alguna vez, pero siempre darles la libertad de seguir su propio camino. No siempre funciona así. Y la sátira política, desde luego, no dispone de ese tipo de reglas, sino que hace todo lo contrario, lo cual es su objetivo", dijo.
Más adelante se refirió a la distinción entre lo falso y lo verdadero en el lenguaje político. Dijo estar convencido y poder respaldarlo con pruebas, que no está interesado en la búsqueda de la verdad, sino en la conservación del poder. "Y para lograr ese objetivo, lo primordial es mantener al pueblo en la ignorancia, escamoteándole la verdad, por omisión lisa y llana o por la desinformación". Ilustró esta afirmación con el hecho más importante, en la medida en que afecta a la estabilidad del mundo en el momento actual: la invasión a Irak. Recordó las motivaciones que se esgrimieron para justificarla, como la posesión por parte de Sadam Husein de un arsenal de armas de destrucción masiva. "Nos hicieron saber", manifestó el escritor, "que Al Qaeda era responsable, en conexión con el dictador iraquí, del atentado terrorista a Nueva York, el 11 de septiembre de 2001". Nada de eso era verdad, agregó. La verdad, dijo Pinter, está directamente ligada al papel mundial que Estados Unidos se ha autoadjudicado.
Para fundamentar sus afirmaciones sobre estos hechos, Pinter se refirió al pasado cercano, de la política exterior de Estados Unidos a partir del final de la Segunda Guerra Mundial. En las llamadas guerras de "baja intensidad", como las que tuvieron lugar en Nicaragua y otros países centroamericanos en la década de los ochenta y noventa, murieron miles de inocentes. En el caso del apoyo financiero y logístico a las fuerzas militares montadas para combatir al régimen sandinista, Pinter recordó que Estados Unidos había sido el sostén de la dictadura de Somoza durante 40 años. La creación de escuadrones de la muerte, la utilización de mercenarios para perpetrar actos terroristas, fue una característica de la política norteamericana para la región. "El apoyo a brutales dictaduras, no solamente en la región latinoamericana, sino en otras regiones de Asia y algunos países de Europa como la dictadura militar en Grecia, causó un sufrimiento a amplios sectores de esos pueblos, similares a los que se habían condenado cuando eran otros gobiernos quienes los cometían".
Retornando a la actualidad, no ahorró calificativos de condena para la Administración de Bush y el primer ministro británico, Tony Blair, y se preguntó: "¿Cuántos seres humanos deben morir para que califiquemos a sus responsables como criminales de guerra?".
La muerte fue un tema recurrente en la alocución del escritor y un hecho que tuvo la extraña particularidad de convertirse en una suerte de epopeya universal, la Guerra Civil española, culminó su alocución. Intelectuales, hombres comunes de todo el mundo, sintieron el imperativo de arriesgar su vida para combatir, con las armas o la palabra, por la causa de la República, en las Brigadas Internacionales. Pinter recordó al poeta chileno Pablo Neruda y leyó un poema alusivo, del libro España en el corazón, en el que testimonia para una historia que se repetirá en otros lugares: "Generales traidores, / mirad mi casa muerta, / mirad España rota".
El dramaturgo no pudo acudir a Estocolmo por prescripción médica, informa Lourdes Gómez. Su salud había empeorado y días atrás ingresó en un hospital de Londres. El dramaturgo David Hare le visitó el jueves y, según comentó ayer, el Nobel se encontraba mejor. "Estaba en buena forma", dijo. Amigo personal de Pinter, Hare presentó la emisión en directo del discurso de aceptación por un canal de la televisión británica. "Se siente muy agradecido de la oportunidad que la Academia Sueca le ha ofrecido de decir lo que quiera", dijo. En 2002 operaron a Pinter de un cáncer de esófago. La intervención fue un éxito, y el dramaturgo y poeta siguió activo en los foros político y artístico. Dos esferas de actuación que, como explicó Hare en su presentación televisada, "están inescrutablemente mezclados" en la visión del homenajeado. El 13 octubre volvió a saltar la alarma en torno a la salud de Pinter, que acababa de festejar su 75º cumpleaños en Dublín. A la puerta de su casa, el recién nombrado Nobel en literatura daba una imagen patética: débil, delgado, magullado. Él mismo explicó las causas de su estado físico al día siguiente: "He sufrido problemas de salud y ahora camino con bastón. Me resbalé al salir del coche y me golpeé la cabeza en el pavimento. Estuve cuatro horas en el hospital y me dieron nueve puntos. Un momento antes disfrutaba en grande de la vida. Al siguiente pensé que iba a morirme".
De consecuencias más graves parece una extraña enfermedad que le afecta a la boca y dificulta su hablar. Pinter habló en el mencionado artículo de una "misteriosa afección de piel que es extremadamente rara y que me ha escogido a mí de entre millones de personas para reposar en mi boca".
Este poema, con el que Harold Pinter finalizó su discurso, se publicó por primera vez en el semanario The Times Literary Supplement el 10 de octubre de 1997, y se recoge en la última edición revisada de la antología de Harold Pinter Various Voices: prose, poetry politics, 1948-2005.
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