Huésped en inhóspitos lugares
Las obras del escritor judío Soma Morgenstern (Budzanów, Galitzia Oriental, 1890-Nueva York, 1976) gozan de un merecido éxito en los países de habla alemana e inglesa. Desde hace apenas cinco años, Pre-Textos apostó por este autor en España publicando títulos tan señeros como Huida y fin de Joseph Roth o Alban Berg y sus amigos. También la barcelonesa Minúscula acaba de publicar el hermoso libro de recuerdos de infancia, En otro tiempo, comentado recientemente en estas páginas. A estos libros se añade ahora Huida en Francia, un relato novelado de la odisea que vivió su autor como refugiado extranjero en la Francia a punto de ser ocupada por los alemanes y durante los primeros meses del régimen colaboracionista de Vichy.
HUIDA EN FRANCIA. Un relato novelado
Soma Morgenstern
Traducción de Isidoro Reguera
Edición y epílogo de Ingolf Schulte
Pre-Textos. Valencia, 2005
532 páginas. 35 euros
Desde su juventud, Morgenstern fue un excelente periodista y residió en ciudades tan vivas como Berlín y Viena. También quería ser escritor, pero no pudo desarrollar como debiera su talento literario, pues poco después de publicar su primera novela, El hijo del hijo perdido, siendo un hombre maduro de 48 años, vio cómo su mundo se deshacía en pedazos a causa del triunfo del nacionalsocialismo. Tachado de "infrahombre", de "sabandija judía", expulsado del periódico para el que trabajaba, abandonó Austria el mismo día en que Hitler pronunciaba su discurso triunfal en Viena. Tuvo que dejar atrás a su mujer e hijo, madre y hermanos, convirtiéndose en un exiliado acosado y sin patria. "Considero a la gran política y sus resultados como una fuente omnipresente de infortunio humano", escribió como sobrecogedor diagnóstico del siglo XX.
En Francia, donde tuvo que
permanecer desde 1938 hasta 1941, primero en París y más tarde en Marsella, a la espera de un visado para Norteamérica, Morgenstern sobrevivió como pudo, sin ingresos fijos, subsistiendo gracias a la caridad de organizaciones que se ocupaban de los exiliados o al favor de influyentes amigos como Stefan Zweig. Con el Gobierno conservador de Deladier y la declaración de guerra a Alemania por parte de Francia, en septiembre de 1939, las circunstancias se agravaron aún más para los miles de exiliados extranjeros que con tanta magnanimidad había acogido el anterior Gabinete francés de León Blum; de pronto, los perseguidos por Hitler, los incontables judíos refugiados e incluso numerosos nazis que se hallaban infiltrados en París fueron declarados "personas sospechosas" e internados en "campos de reagrupamiento" en condiciones detestables y bajo vigilancia militar. En torno a París se habilitaron espacios deportivos como campos de concentración a fin de internar a los hombres y las mujeres por separado. Naturalmente, la desesperación entre los refugiados era inmensa, sobre todo conforme avanzaba la guerra y el Ejército alemán lograba victoria tras victoria, pues temían que cuando Francia fuera ocupada su Gobierno sería incapaz de garantizar la integridad de judíos y antinazis. Morgenstern estuvo como "huésped forzoso" en Colombes, el estadio Buffalo, y, finalmente, entre los muros de una antigua fábrica, en el pueblecito marinero de Audierne, en el Finisterre francés.
En Huida en Francia, el autor,
convertido en personaje de ficción (un "ario" ucranio llamado Petrykowsky) recrea la densa atmósfera de esos inhóspitos espacios donde convivían hacinados seguramente "algunos de los hombres más inteligentes de Europa"; e ilustra con admirable testimonio la absurda tragicomedia de esos "amis de la France", tratados casi como criminales por las vacilantes autoridades francesas. Aunque el libro trata de seres desesperados y de circunstancias trágicas, está impregnado de la imaginativa personalidad de su autor; apenas leídas tres páginas el relato nos atrapa. La ironía y la sensibilidad, la prosa ágil y luminosa de Morgenstern convierten en algo sumamente interesante la vida cotidiana de unos seres andrajosos que se nos revelan como los verdaderos seres humanos que son. "Dado que soy un escritor pasado de moda, consecuentemente, escribo estas hojas para aleccionar y no para entretener", admitió Morgenstern. Y, sin embargo, a pesar suyo, la lectura de este libro entretiene y el lector sonríe a menudo con las ocurrencias de los presos y las observaciones del escéptico protagonista, un pesimista muy lúcido al que no se le olvida el lado bueno de la vida. Mientras los internados decidían si evadirse o no, Audierne fue tomado por unos alemanes que, curiosamente, no eran nazis y trataron a los prisioneros, incluso a los judíos, casi con más humanidad que los franceses... Hay muchas paradojas y sorpresas en este libro magnífico -muy bien editado y traducido- de un autor verdaderamente único y original.
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