Nación(es), España(s), Estado
Dedicaría este artículo a los que,llevando nombres sabinianos -Jon, Mikel, o Iñaki, el pasado día 5 permanecieron inicuamente mudos en la Puerta del Sol frente al exabrupto del filósofo Gustavo Bueno quien pontificaba ateamente: "La nación vasca es un producto de dementes". Cuánta más gallardía tuvo Unamuno el 12 de octubre de 1936, cuando, al oír entre otros muchos exabruptos que Millán Astray insultaba a vascos y catalanes, intervino no solamente con la famosa frase que se conoce -él que no estaba a favor ni del entonces creado Gobierno del lehendakari Agirre, ni del president Companys- diciendo: "También tengo que salir a favor de mis paisanos los vascos y, también de los catalanes, ya que el señor obispo no dice nada...". El prelado era nada menos que el tarraconense Plá y Deniel, que después de haberse opuesto activamente a la República, acababa de tomar posesión de la diócesis salmantina. Su actitud a favor del designado Caudillo once días antes, le supondría el ascenso a arzobispo de Toledo y primado de las Españas. ¿Esperan también los mentados canonjías?
Porque aquí ni Zapatero, ni Maragall, ni Ibarretxe aunque quisiera, está poniendo en riesgo la unidad del Estado
He escrito a propósito lo de "Primado de las Españas" porque era así como firmaban la Bula los arzobispos toledanos, anteriores y posteriores al susodicho franquista catalán. Es que, recientemente, mi viejo correligionario Eduardo Uriarte despachaba de un plumazo y con poco rigor que "(...) el mismo Maragall utiliza el término tan caro al absolutismo regionalista, el de los carlistas, para referirse a España antes de que esta fuera nación: 'las Españas". Si lo que pretendía con esa crítica era dar fe de liberalismo constitucional, también va descaminado el amigo Teo, ya que la propia Constitución de Cádiz, sí, la de 1812, enuncia así el Título 2º: "Del territorio de las Españas, su religión, y Gobierno, y de los Ciudadanos Españoles.-Capítulo 1º. Del territorio de las Españas". Es que ese nombre es muy anterior al carlismo, al absolutismo y a otras ideologías. El asesinado por ETA Ernest Lluch, que tan bien conocía nuestra historia, distinguía nítidamente la cuestión de las nacionalidades, por utilizar un término austro-marxista, de la cuestión de la unidad del Estado, que es otra cosa.
El rey de Castilla Alfonso X, que pretendía ser emperador de la península, inclusive la actual Portugal, en un documento fundacional de Alba de Tormes (año 1279) decía: "Ego Adefonsus hispaniarum imperator...". No hace falta saber mucho latín para darse cuenta que el rey sabio utilizó el plural.
Lo que les sucede a los que quieren descalificar a Maragall -alguno ya lo hizo con Lluch, con muy poco estilo, incluso después de muerto- es que hacen malversación del término liberal, confundiéndolo a mediados del siglo XIX, del Estado unitario y jacobino de España, lo cual es otra cosa. Confunden la revolución francesa de la época girondina con la jacobina, ya que en la primera, como dice el historiador Goyheneche: "On le sait, la Révolution française eut au moins cette influence bénéfique pour la langue basque, qu élle l? introduisit dans la littérature officielle et politique." Porque en la jacobina, de la mano de curas renegados como el abate Grégoire, se planificó el "anéantissement des patois" (el aniquilamiento de las lenguas locales = patois ), mutando el latín como lengua universal de la Iglesia Católica, por el francés lengua única de la República. Recientemente un reputado sociólogo, también con nombre sabiniano, criticaba el proyecto del nuevo Estatuto catalán desde su columna: "Tanta nación, tanta lengua y tanta historia se compadecen mal con una concepción republicana del autogobierno". Le preguntaría, con mis ideas republicanas: ¿de que republicanismo nos estás hablando : ¿de la liberal jacobina? ¿de los austromarxistas? ¿de la I República española? ¿de la bicentenaria República Confederal Helvética? Porque si la respuesta fuese un traslado mimético de la teoría de Habermas de la Germania postbélica a la Hispania postfranquista, resultaría ignorante de nuestra historia política y sociolingüística contemporánea.
No nos dicen, sin embargo, ni Uriarte, ni otros, cuando datan a España como nación en singular. Supongo que ponen fecha concreta para el parto del Estado-Nación liberal, pero unitarista. ¿Será cuando Moyano pone en marcha la decisiva Ley General de Instrucción Pública de 9-9-1857, ministro liberal con el dictador Narváez, que estableció la enseñanza obligatoria, pero también obligatoriamente la lengua nacional castellana como único vehículo escolar, marginando a las otras lenguas españolas? ¿Será cuando se promulga en el mismo decenio la Ley General de Ayuntamientos del Reino, por el que se unificaban hasta las denominaciones de los municipios hasta extremos tan ridículos como la supresión de la ç catalana? ¿ O en esa segunda mitad del siglo XIX por el que se crean los Cuerpos "nacionales" únicos de notarios, registradores de la Propiedad y jueces de lengua única y la Ley General de Registros por el que sólo se admitían los nombres en la lengua nacional castellana, prohibiendo en las demás? ¿O cuando el general Quesada, jefe del Ejército del Norte, suprime en la década de los 70 del XIX a la Guardia Foral vizcaína, dejándola en el cuerpo residual de Miñones porque no podía haber más gurdias que la Guardía Civil? Es decir, que vamos aproximándonos a la "datación" de nación española, que no de naciones.
Evidentemente, en eso no comulgamos, los que de acuerdo con nuestros estatutos tenemos lengua propia, diferente al castellano, aunque la compartamos como lingua franca, que no como dominante; los que como Castelao pensamos que históricamente formemos parte del mismo Estado las nacionalidades castellana, catalana, gallega y vasca, sin que la primera, con su capitalidad y regiones, tenga que ser la hegemónica, para que podamos ser igualitariamente buenos ciudadanos españoles en el mismo Estado. Porque aquí ni Maragall, ni Zapatero, ni siquiera Ibarretxe, aunque quisiera, está poniendo en riesgo la unidad del Estado. Será en todo caso otra concepción de este Estado, que ahora se llama Reino de España y hasta la anticonstitucional sublevación militar del 36 República Española.
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