Chile da la vuelta a la historia
Michelle Bachelet, víctima de la dictadura de Pinochet, favorita para ocupar la presidencia del país
La mujer que tiene muchos números para convertirse en presidenta de Chile, Michelle Bachelet, reúne en su piel todo el cruce de dramas y esperanzas que este país ha acumulado en los últimos 30 años: hija de un general muerto tras las torturas recibidas en la dictadura; ella misma detenida por la policía política; después primera ministra de Defensa (2002-2004) en América Latina, y hoy, según las encuestas, vencedora como candidata de la Concertación en las elecciones del próximo 11 de diciembre en Chile.
"Entró muy tranquila y preguntó por la gente que había allí", recuerda hoy Lucrecia Brito, compañera de celda de la líder socialista en el centro de detención clandestino Villa Grimaldi (Santiago). Michelle Bachelet y su madre, Ángela Jeria, habían sido detenidas por la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), el feroz aparato represivo responsable de cientos de crímenes y miles de torturados. Y su padre acababa de morir.
Su madre fue vejada por quienes hasta poco antes la trataban con respeto y deferencia
Para las elecciones del 11 de diciembre, el lema de la candidata es: "Estoy contigo"
Bachelet es hija de un general fiel a Salvador Allende muerto tras la tortura de los golpistas
Brito había sido detenida embarazada y presenció en ese lugar una brutal violación en masa de prisioneras en la noche de fin de año de 1974. "Me libré de eso porque me puse a vomitar sin parar". A las presas las mantenían siempre con los ojos vendados y les suministraban tranquilizantes que Lucrecia Brito no tragaba para no dañar a su bebé. "Yo le pasaba las pastillas a Michelle, quien hacía de médico y las suministraba a quien lo necesitaba. Ella atendía a las chicas que acababan de ser torturadas".
Ésa fue la imagen de esos años de cárcel de una mujer marcada por los uniformes. Todo había empezado el 11 de septiembre de 1973, cuando, siendo una estudiante de medicina y militante de las Juventudes Socialistas, tomó la decisión de atrincherarse en la Facultad para resistir el golpe de Estado que en aquellos momentos perpetraba el general Augusto Pinochet. Desde el techo del edificio divisó la columna de humo que surgía a lo lejos del bombardeado palacio de la Moneda, donde el presidente constitucional, Salvador Allende, iba a morir.
En aquel momento no podía sospechar que tantos años después, en 2002, sería ella quien ordenara al mismo Ejército, como ministra de Defensa, salir a las calles de la capital para asistir a la población afectada por unas fuertes inundaciones. Aquella estudiante delgada, de pelo largo y grandes gafas que aguardaba la llegada de los golpistas de un momento a otro era la misma mujer que casi tres décadas después, vestida de uniforme y encaramada en la torreta de mando de un vehículo blindado de transporte de personal, impartía órdenes. Una imagen que la catapultaría en las encuestas y la haría aparecer a los ojos de muchos chilenos como alguien capaz de dirigir su país. Una percepción que ha ido tomando forma hasta convertirse en casi una certeza.
"Al principio hay quienes decían que era un fenómeno pasajero, pero la realidad es que siete de cada diez chilenos piensan que va a ser presidenta de Chile, y aproximadamente cinco de cada diez van a votar por ella en la primera vuelta", asegura en un café del barrio de Providencia, cercano al centro de Santiago, Ricardo Solari, ex ministro de Trabajo en el Gabinete de Lagos y jefe de comunicaciones de la campaña de Bachelet. Desde una pequeña casa de dos pisos y color gris, Solari organiza la agenda con los medios de una mujer que no necesita decir su nombre para transmitir su mensaje.
Los uniformes están presentes en la vida de Bachelet desde el primer momento. Nacida en Santiago en 1951, es hija de un militar de la Fuerza Aérea que alcanzó el grado de general de brigada y permaneció leal a Allende. Desde pequeña se acostumbró al ambiente castrense, aprendió a distinguir los grados, la disciplina y las costumbres y prácticas militares. Cuando en enero de 2002 asumió el cargo de ministra de Defensa de Chile -la primera vez que una mujer llegaba a este puesto-, los altos mandos militares se encontraron con alguien que conocía el mundo castrense casi tan bien como ellos mismos.
Espontánea, de sonrisa fácil y mirada directa a los ojos del interlocutor, su paso por los ministerios de Sanidad y Defensa generó el denominado por la prensa local fenómeno Bachelet. Impresionó no sólo porque era capaz de mandar a los militares, sino especialmente porque sobreponiéndose a su dolor y al de muchas otras víctimas de la dictadura podía trabajar con los uniformados y abrir puentes para el reencuentro. No guarda rencor, aunque no ha olvidado ni perdonado. Porque también los uniformes se encuentran en los momentos más duros de su vida, como cuando detuvieron a su padre por no haberse sumado al golpe. El general Alberto Bachelet Martínez moriría de un infarto después de haber sido torturado por quienes fueron sus subordinados. Después les tocó el turno a su madre, Ángela Jeria, y a ella misma. Y vino la prisión.
A Bachelet no le gusta dar detalles de los días que pasó detenida. "Sufrimos algún tipo de tortura, la privación de libertad en condiciones extremadamente duras, vendada, encerrada en lugares pequeños, maltratada (...). Pero no fui parrillada [torturada con electricidad]", ha dicho a este periódico. Prefiere autocalificarse como ex presa política que como torturada. Su madre también fue vejada por quienes hasta hace poco la trataban con respeto y deferencia. La obligaron a presenciar cómo los agentes forzaban a un grupo de jóvenes varones detenidos a masturbarse. Cuando fueron puestas en libertad, previo paso por el campo de detención de Cuatro Álamos, ambas se marcharon del país. Tras su experiencia en los cuarteles de la DINA, Bachelet, como otros que salieron con vida de estos recintos, se considera a sí misma una "sobreviviente".
Hoy, desde los laterales de los autobuses de color amarillo que recorren las calles de Santiago, en los carteles situados a los pies de las farolas o que penden de árboles y edificios, el rostro de una mujer rubia, de gafas y sonriente mira de frente al público. Ni un nombre, ni un símbolo. Tan sólo un lema: "Estoy contigo". Realmente, no le hace falta nada más. Todos saben que se trata de Michelle Bachelet, la candidata a la presidencia de Chile por la Concertación de Partidos por la Democracia, la alianza entre socialistas y democristianos que se ha revelado fundamental en la transición chilena y que aspira a ocupar el palacio de la Moneda tras las elecciones del próximo 11 de diciembre. Las encuestas le dan un 44% de los votos.
Bachelet ha centrado su campaña en la lucha contra las desigualdades, mientras los dos candidatos de la derecha, Joaquín Lavín (19% en los sondeos) y Sebastián Piñera (19%) apuntan a la delincuencia y el desempleo, y el de la izquierda, Tomás Hirsch (7%), critica el modelo económico. Pero la principal novedad en esta campaña es que en un país donde las mujeres ganan un 30% menos que los hombres, brecha que sube al 50% entre los profesionales universitarios, y donde existe el divorcio desde hace sólo un año, sea precisamente una mujer, la socialista Bachelet, quien puede tomar las riendas del país.
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