_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Aduaneros Sin Fronteras

Primero fue un chiste contra aquel alud de ONG caritativas y vaticanas, pero ahora mismo es una necesidad. El mundo en general, y Europa (talla XXL) muy en concreto, necesita una ONG que se llame precisamente así, Aduaneros Sin Fronteras, para atacar los inéditos problemas de tránsito en la globalización sin fronteras.

Partamos de la base de que la globalización se demuestra andando. Es decir, transitando como Pedro por su casa de un país al otro, de un continente al otro, de un Estado al siguiente, de una autonomía de raza federal a una región de casta regional. Ya lo dijo Steiner: "Los árboles tienen raíces, pero los hombres tienen piernas". Esto que llamamos homo sapiens se fabricó de la manera más tonta: cuando un mono, harto de trepar por los árboles, se puso en pie, escrutó el horizonte (hacia el este) y decidió estirar las piernas harto de la posición vegetal. Ahí está la fuerza primigenia de la globalización, y cuando luego surgieron las fronteras virtuales de las naciones, los Estados, los imperios o las religiones, mucho más infranqueables que las fronteras naturales, no sólo empezó el lío histórico, sino que se frenó la evolución. El hombre nació moreno y andarín, y por esa razón, que tenemos grabada en nuestro código genético, su bioquímica no soporta las aduanas y se estresa ante los aduaneros y las vallas fronterizas.

Los únicos problemas graves de esta globalización, que ante todo prometía minimalismo aduanero, están justamente en ese nuevo barroquismo de raza kafkiana que nos ha surgido en las fronteras del mundo sin fronteras. Se dijo y repitió que luego de la caída de los bloques ideológicos y de la globalización -dos buenas noticias- había un par de profesiones sin futuro: los espías y los aduaneros. Basta ojear los titulares para comprobar que todos los follones derivan de la falta de reciclaje de esas dos profesiones. Los viejos espías, que sólo eran bilingües respecto al inglés y al ruso, se encontraron con que no sabían una sola palabra de árabe clásico o dialectal, y que eran incapaces de disfrazarse de enemigo porque la chilaba les sentaba fatal y eran rubios de doble uso. Es más, el único problema serio que tiene Bush, después de su sarta de barbaridades y de haber batido el récord de mentiras, lo tiene por culpa de una 007.

En cuanto a los aduaneros, ya digo, urge reconvertir el chiste en una ONG laica (Aduaneros Sin Fronteras: ASF) para poner un poco de sensatez en este nuevo globo sin fronteras. Porque todo lo que sucede ahora mismo es asunto de fronteras: las vallas altas y mortales de Melilla; las pateras de Canarias y Brindisi; el auge euroamericano de la extrema derecha racista; la implosión de los barrios franceses (versión Sarkozy); el muro que encierra Palestina; el blindaje a cal, canto e informática de las aduanas norteamericanas; las nuevas barreras comerciales para impedir la libre circulación de mercancías chinas, pelis europeas o productos informáticos indios y coreanos…

Ya sé que, en este nuevo contexto aduanero de la glo- balización, mi pequeña experiencia sonará frívola, pero es la única que tengo para argumentar la creación de la nueva ONG. Influido por la maravillosa prosa de Vicent (el Mediterráneo es el Centro) me he dedicado estos últimos tiempos a triangular por España, Francia e Italia con el pasaporte en regla y sin nada que ocultar en las maletas. El caso es que siempre me detienen en las fronteras inexistentes. Es cierto que en teoría ya no tienes que hacer colas, y concretamente dos, la de la identificación ante los gorros policiacos y la de las oficinas de cambio monetario. Pero si medimos por colas la libre circulación por el Centro de Vicent, y es de lo que se trata, hemos salido perdiendo. El tiempo ahorrado lo hemos ganado con esas nuevas colas, controles y caos fronterizos.

Si vas como por el Mediterráneo en plan vuelo barato comprado en Atrápalo.com, ya sabes a lo que te arriesgas. Al overbooking, a los retrasos y cancelaciones sin disculpas ni reembolsos, al aterrizaje en aeropuertos de urgencias y al maldito asiento ni ventana ni pasillo. Esto es lo normal. Lo anormal son los distintos métodos que la Europa unida utiliza para combatir el terrorismo islámico, y que también producen colas desmoralizantes. Existen varias versiones europeas. Hay arcos detectametales que pitan por tus céntimos de euro, otras aduanas en las que tienes que quitarte el cinturón o cosas peores (los sostenes con ballenas metálicas) y existen algunos arcos que se disparan por los chips de tus tarjetas de crédito. Con los túneles del escaner que fisga tus maletas es el mismo estrés fronterizo. Los de Italia tienen rigurosamente prohibido los cortaúñas y las minitijeras. En los franceses, el peligro islamista está concentrado en los sprays para después del afeitado, lacas y demás aerosoles. El escaner de mi pueblo, sin embargo, cree que puedes secuestrar aviones con cuchillas de afeitar Gillete, viejo formato.

Y entonces te preguntas dos cosas. ¿Sería mucho pedir que Sarzkozy, Pisinau y Alonso unificaran sus fronteras mediterráneas en su lucha contra el terrorismo? Pero sobre todo te preguntas qué clase de estrés mortal están creando las aduanas de esta globalización sin fronteras con sus nuevos muros de Berlín, sus vallas metálicas, sus barreras informáticas, sus paredes de cemento y sus cercados electrónicos.

Aduaneros Sin Fronteras, ya, y de paso, si no es mucho pedir, Espías Sin Fronteras.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_