Rebajas en Ucrania
Un año después de la 'revolución naranja' que anuló unas elecciones, Ucrania vive envuelta en la decepción y la crisis política. El presidente, Víktor Yúshenko, atraviesa sus horas más bajas, y el color que simbolizó la apertura a tiempos más libres y democráticos está ahora en liquidación.
Si el otoño de 2004 fue época de revolución en Ucrania, el de 2005 es época de rebajas. Rebajadas están las bufandas naranja en las boutiques de Jreschátik, la calle principal de Kiev, y rebajada está también la popularidad de los héroes de la plaza de la Independencia (el Maidán Nezalézhnosti). El porcentaje de los seguidores incondicionales del presidente Víktor Yúshenko y la ex primera ministra Yulia Timoshenko se ha reducido del 49% al 19,2% y del 47,3% al 17,5%, respectivamente, de abril a septiembre, según las encuestas del centro Razumkov.
¿Qué ha provocado esta caída en picado? Los héroes del Maidán han malgastado sus energías en rivalidades internas, no han impulsado las reformas radicales que el país necesita y se han dejado llevar en mayor o menor grado por las tentaciones y compadreos que socavaron el régimen del presidente Leonid Kuchma. La decepción flota en el aire y ha hecho mella incluso entre los ucranios que viven en la emigración permanente o temporal (entre cinco y siete millones). "Muchos estaban dispuestos a quedarse en Ucrania, pero en agosto y septiembre han vuelto a marcharse al extranjero", dice la socióloga Liudmila Shanguiná.
Los ucranios son más propensos a la ironía que al drama. "Por lo general, las revoluciones se comen a sus hijos, pero aquí han sido los hijos quienes se han zampado la revolución", explica el politólogo Dmitri Vidrin. "Nadie esperaba un milagro, pero cuando la gente ve que los nuevos dirigentes se comportan como sus antecesores, aparece la decepción", afirma Shanguiná.
El "divorcio político" entre Yúshenko y Timoshenko ha abierto una brecha en las filas de sus seguidores, y esa brecha se ensancha más y más a medida que se aproximan las elecciones legislativas del próximo marzo. Las apuestas son altas, ya que los partidos triunfadores de los comicios decidirán quién va a ser el primer ministro, y esta figura tendrá peso político y no dependerá del jefe del Estado como hasta ahora, a tenor de la reforma constitucional pactada en diciembre de 2004.
Al frente del Estado, los aliados del Maidán no llegaron a perfilarse nunca como un solo equipo. Hasta la crisis que culminó en septiembre, el secretario del Consejo de Seguridad, Piotr Poroshenko, que ambicionó el cargo de la primera ministra, indisponía a Yúshenko contra ella. La Juana de Arco de la revolución naranja, a su vez, trataba de cumplir las promesas electorales, como el aumento de la prima de natalidad hasta 8.500 grivnias (1.416 euros) por cada recién nacido, y para ello tomaba decisiones como revisar las privatizaciones más escandalosas de Kuchma, abolir las zonas económicas libres y fijar los precios de la gasolina y la carne.
Amedrentados por la voluntad de Timoshenko, los empresarios locales y los inversores internacionales acudían a quejarse a Yúshenko. La relación con Timoshenko llegó a ser motivo de tanta tensión para el presidente que, según confesó él mismo, sólo logró conciliar el sueño después de cesarla el pasado septiembre. Yúshenko cesó también a varios de sus colaboradores, incluido Poroshenko, a quien una compañía inmobiliaria ha acusado de intento de extorsión. El presidente está ahora más tranquilo, pero se ha debilitado. Los oligarcas de la época de Kuchma se sienten hoy más fuertes. Las relaciones de complicidad político-económica que fueron habituales ganan terreno a la revolución.
La rivalidad entre los héroes de la plaza ha dado una baza inesperada a los representantes del viejo régimen. En el otoño de 2004, las sesiones del Tribunal Supremo mostraron cómo se pueden aprovechar las palancas del poder para organizar un fraude electoral, y los altos jueces obligaron a repetir los comicios. Después del triunfo de Yúshenko, Víktor Yanukóvich, el delfín del presidente Kuchma, era considerado un "cadáver político" y estaba tan desprestigiado que hasta sus seguidores conspiraban para librarse de él. Sin embargo, Yanukóvich ha renacido de las cenizas, y el mérito hay que atribuírselo a Yúshenko, que ha sellado un pacto con el diablo de la revolución para combatir a su antigua aliada.
Con ayuda de Yanukóvich, la Suprema Rada (el Parlamento) dio luz verde a Yuri Yejanúrov, el hombre elegido por Yúshenko para sustituir a la primera ministra. A cambio, el presidente y su antiguo rival han firmado un acuerdo de "reconciliación cívica" que garantiza la inmunidad de los dirigentes y la amnistía de los culpables del fraude electoral de noviembre de 2004. Muchos se preguntan ahora para qué se lanzaron aquella noche al Maidán.
Para bien o para mal, una de las características de la política ucrania ha sido la de no llevar nada hasta sus últimas consecuencias. Esto afecta a investigaciones consideradas clave en la época revolucionaria. Hasta hoy, sigue sin saberse quién es el culpable del asesinato y decapitación del periodista Grigori Gongadze, ocurrido en tiempos de Kuchma, y sigue sin conocerse cuál es la causa de la deformación del rostro del presidente. "Nunca se ha realizado una investigación médica bajo control judicial", afirma una persona del entorno de Yúshenko que se niega a aceptar sin más la versión de que el político fue envenenado por sus rivales. Las incógnitas difícilmente se disiparán en los próximos meses de campaña electoral, así que lo sensato hoy en Ucrania es creer sólo lo que uno ve y mantener un sano distanciamiento.
Más allá de las intrigas de una clase política curtida en un clima de corrupción, hay un país de más de 47 millones de habitantes que, cada vez más, confían sólo en sus propias fuerzas. Y la capital, Kiev, con más de 2,6 millones de habitantes, es una ciudad de aluvión donde confluyen, en busca de trabajo, gentes de todas las regiones del país. Al atardecer, cuando acaba la jornada laboral, una marea humana circula del centro hacia la periferia. En la ribera izquierda del Dniéper se alzan las ciudades dormitorio como Troeschina, donde viven más de 300.000 personas, y los distritos industriales como Dárnitsa. De las estaciones fin de trayecto del metro parten autobuses que llevan aún más lejos. En Dárnitsa vive la familia formada por Yulia, una maestra; su esposo, Vitali, taxista, y la hija de ambos, Daria, de seis años. Julia y Vitali tienen 28 años y vinieron de Lugansk, una región minera e industrial del Este.
"Para nosotros no ha cambiado nada. Cuando me prometieron que me subirían el sueldo me alegré mucho, pero cuando miré la nómina y vi que cobraba 30 grivnias más que antes (5 euros), me eché a llorar", dice Yulia. La maestra cobra 640 grivnias (106 euros) al mes por una jornada de ocho horas. Vitali suele ganar entre 250 y 300 euros al mes. La familia abona 125 euros mensuales por un apartamento de una sola habitación y subsiste en parte gracias a la capacidad organizativa de Yulia y la disposición de Vitali a salir a la carretera a cualquier hora. No pueden ahorrar, y lo que más les preocupa es la falta de un piso propio. Pedir un crédito no está a su alcance.
De momento, los sueños de Vitali se concentran en el coche nuevo que le ha prometido su empresa. Seguirá pagando por el vehículo, pero esta vez el coche acabará siendo suyo al cabo de unos años. Vitali se siente cómodo en Kiev, aunque acaricia la idea de emigrar temporalmente, como hacen algunos de sus parientes. Yulia, en cambio, quisiera volver a Lugansk, pero en Krasnoluch, su pueblo, no hay trabajo. "Han cortado los subsidios a las minas, van a cerrarlas. Mi madre no cobra el sueldo desde mayo porque su fábrica está parada. Es catastrófico", dice.
La maestra da clases en ucranio, pero Vitali y Yulia hablan en ruso en casa. Daria pasa sin ninguna dificultad de una lengua a otra. Yulia cuenta que en la escuela han reforzado este año las clases de ruso por deseos de los padres.
En la orilla izquierda del Dniéper vive Lida. Por 90 euros comparte un apartamento de una sola habitación con Oksana e Inna, otras dos chicas provincianas. Todas ellas han trabajado como dependientas en Troeschina, el mayor mercado de ropa de Kiev. Lida y Oksana han progresado y despachan ahora en unos grandes almacenes del centro. Les dan el equivalente a 166 euros al mes y están aseguradas por una cotización mínima, que supondrá también una jubilación mínima. No pueden tomar vacaciones, aunque legalmente tengan derecho a ellas. "Las empresas privadas escriben sus leyes. La alternativa está en trabajar para el Estado por un sueldo miserable y una protección ficticia, o para la empresa privada y sin protección", dice Lida.
De las tres compañeras de piso, Inna sigue de dependienta en Troeschina. Cobra lo mismo que sus compañeras de piso, con la diferencia de que no está asegurada y se pasa el día de pie a la intemperie. Inna acaricia la idea de emigrar a Italia, donde su tía y sus primas trabajan en el servicio doméstico. Pero antes quiere acabar los cursos de derecho que sigue. "En Italia no podría ejercer como abogado, pero al menos podría ahorrar para un piso", afirma.
En el pasado, Oksana e Inna soñaron con ser empresarias. Compraron su propio puesto en el mercado y viajaban a la ciudad portuaria de Odessa para comprar ropa al por mayor. Era una mala época y acabaron liquidando el negocio y alquilando el puesto. Ahora, todo lo que quieren es traspasarlo para amortizar las pérdidas. En Troeschina se concentran 5.000 pequeños empresarios y sus dependientes. "Un 80% de los que despachamos aquí tenemos educación superior", bromea Liuda, que en época soviética era ingeniero militar especialista en cohetes y ahora es vendedora de jerséis de lana turcos.
Oksana es traductora y reside en Brovarí, una ciudad del extrarradio de Kiev. Tiene una casa con jardín que compró hace tres años por 17.500 euros. Su hermana Valentina es médico y cobra cerca de 500 grivnias (83 euros) al mes (a razón de tres grivnias, medio euro, la hora) en un servicio de urgencias, y 250 grivnias más por dar clases en una academia. La doctora complementa estas actividades con el cultivo y venta de hortalizas. El estado de la sanidad la escandaliza. En su clínica faltan los medicamentos más elementales. A los niños los atienden con la reserva de urgencias, y luego, los padres, de su propio bolsillo, reponen los fármacos y el equipo utilizados para que el siguiente paciente no encuentre el botiquín vacío. Valentina no quiere trabajar en el sector privado: "Ahí el paciente es obligado a consumir cuanto más mejor para incrementar la factura. Eso no encaja en la idea que yo tengo de la profesión de médico".
Ucrania aspira a incorporarse a la Unión Europea, pero su estructura social hoy se parece más a la de Rusia que a la de sus vecinos occidentales. El distanciamiento entre la mayoría empobrecida y la minoría enriquecida es cada vez mayor, según la socióloga Shanguiná. En el país hay en torno a un 2% de millonarios y un 8% que puede considerarse clase media; el resto son pobres con diversos matices. Oficialmente, la pobreza afecta a entre un 27% y un 30% de la sociedad. Los ucranios no tienen ahorros ni el sistema de seguros y créditos que arropa a las clases medias en Occidente.
Ucrania es un país regionalizado con orientaciones geopolíticas y culturales diametralmente opuestas. Las regiones occidentales miran hacia Europa y aspiran a la integración en la UE y en la OTAN. Las del Este, hacia Rusia, y quieren la integración económica con este país. Kiev y el centro de Ucrania son una mezcla de ambas corrientes. Las diferencias son utilizadas por las diversas fuerzas políticas y se han profundizado en los últimos años.
El factor ruso es un componente de la vida de Ucrania. "Cerca del 60% afirma que el ruso es su lengua materna, y una cifra como ésta obliga a hablar de biculturalismo", dice Shanguiná. La diversidad regional, lingüística y también religiosa obliga a los dirigentes a evitar movimientos bruscos.
Los que temen por el futuro de la cultura rusa se alarmaron a principios de este año, cuando la ministra de Cultura, Oksana Bilozir, intentó cesar al director del teatro dramático ruso Lesi Ukrainki de Kiev, Mijaíl Reznikóvich. La ministra no logró su objetivo, y ella misma perdió el puesto en la remodelación gubernamental de septiembre. El teatro es el más visitado del país, asegura su director, que durante la campaña electoral apoyó a Yanukóvich. Un par de calles más lejos está el teatro Iván Francó, con cartelera en ucranio.
En las cadenas de televisión centrales predomina el ucranio; en la prensa escrita, el ruso, aunque este año algunas revistas internacionales, entre ellas Playboy, han lanzado ediciones en ucranio. En Kiev se estrenan las mismas películas norteamericanas que en otras ciudades europeas y las mismas películas rusas que en Moscú, como La novena brigada, sobre la guerra de Afganistán. Entre los autores de moda, Yuri Andrujóvich y Oksana Sabushko escriben en ucranio, y Andréi Kurkov, en ruso.
Entre los proyectos culturales apoyados por el Estado está la fundación de un museo nacional de arte de Ucrania en los vetustos edificios de la fábrica militar Arsenal de Kiev. "Será un complejo museístico que deberá expresar la idea nacional de Ucrania", dice el gestor del proyecto, Bogdán Shevchuk. El filósofo Miroslav Popóvich cree que el museo permitirá ver si Ucrania se presenta al mundo a partir de una concepción moderna de sí misma o a partir de una visión localista y folclórica. El reto es válido para otros ámbitos culturales. ¿Están los ideólogos de la idea nacional preparados para aceptar a Nikolái Gógol y Mijaíl Bulgákov como autores ucranios que escribían en ruso? ¿Está Ucrania preparada para aceptar la cultura rusa como algo que también le pertenece? El tiempo dirá.
Las viejas polémicas ideológicas que han desgarrado el país no están superadas. Este otoño, partidarios y adversarios de la rehabilitación de los miembros del Ejército Insurgente Ucranio (EIU) se han enfrentado en las calles de Kiev. El EIU era una formación nacionalista fundada en Ucrania Occidental en 1942 bajo la ocupación alemana. En el este del país ven a los veteranos del EIU como colaboradores del nazismo. En el oeste, como héroes.
Sean cuales sean sus inclinaciones, Yúshenko aspira a ser el presidente de todos los ucranios, y eso le obliga a mantener un equilibrio, opina Popóvich. La cristalización del país como un Estado moderno debe venir, según él, a través de la economía. Un mejor nivel de vida acabará limando las diferencias entre Este y Oeste. En situaciones extremas, los rusohablantes de la región oriental de Donetsk se han mostrado como patriotas ucranios. Lo demostraron tomando partido por Kiev cuando se produjo el conflicto con Rusia sobre la pertenencia territorial de la estratégica península de Tuzla, que controla el estrecho de Kerch, entre el mar de Azov y el mar Negro.
La economía, de momento, es el eslabón más débil. Nikolái Azárov, que fue ministro de Finanzas en la época de Kuchma, asegura que en 2004 la situación era mejor que ahora. El PIB, que entonces creció un 12,1%, experimentó una contracción del 1,6% en agosto de este año y crecerá un 4% en 2005, si se cumplen los pronósticos más optimistas. De enero a agosto, la inflación ha aumentado un 6,7% y la inversión directa extranjera ha caído un 14%.
Quizá uno de los mayores logros de la revolución naranja haya sido el florecimiento de la libertad de expresión. "En los medios de comunicación centrales hay el grado de libertad que estén dispuestos a tomarse los periodistas", afirma Yulia Mostovaya, directora adjunta del prestigioso semanario Zérkalo Nedeilii. "Pero la libertad de expresión no es sólo el resultado de la lucha de los periodistas o de la buena voluntad de las autoridades, sino, sobre todo, de la falta de personas que pudieran organizar el control de los medios en el entorno del presidente y de la ex jefa del Gobierno". Según ella, Poroshenko trató de controlar las cadenas de televisión, pero no lo consiguió.
Los dirigentes no acaban de comprender cómo funciona una prensa independiente. "Yúshenko piensa que la libertad de información consiste en criticar a Kuchma y que los que le critican a él lo hacen por dinero", señala Mostovaya. La periodista fue una de las primeras firmantes de una carta en la que 700 profesionales exigieron al presidente que se disculpara por haber llamado "asesino a sueldo" al periodista que quería saber por qué su hijo, el estudiante de 19 años Andréi, disfrutaba de un teléfono móvil, un coche y un reloj de lujo. Yúshenko se disculpó, pero nunca explicó de dónde saca el dinero su hijo. Mostovaya insiste: "El presidente puede tener vida privada, pero cuando él o un miembro de su familia traspasa el marco de la moral social o de sus posibilidades financieras, la prensa está obligada a informar". Algo queda aún de la revolución naranja.
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