Enfermo imaginario
Los últimos exámenes médicos ordenados por la Corte Suprema de Chile han puesto de manifiesto lo que cabía sospechar desde su detención en Londres en octubre de 1998: Augusto Pinochet está cuerdo, lo suficiente para soportar un juicio, a pesar de sus 90 años. Exageró sus síntomas de la leve demencial senil que padece para intentar evadir la justicia. Pero ésta se está mostrando terca. Desaforado por una anterior decisión de la Corte, se abre así la esperanza de que, finalmente, si lo decide el juez Montiglio, pueda ser procesado, al menos por su responsabilidad en el secuestro y desaparición en 1979 de 15 opositores a su feroz régimen, entre los miles que murieron en la represión. Además, prosiguen las investigaciones judiciales sobre posibles delitos de corrupción derivados de las supuestas cuentas millonarias del ex dictador en el Riggs Bank.
Ha intentado engañar al mundo, aunque no al Gobierno británico, y especialmente al entonces ministro del Interior Jack Straw, que buscó esa treta de la senilidad para dejarlo regresar a Chile. En su país, durante años ha seguido con el engaño, pero a la vez su imagen se ha deteriorado, incluso entre sus antiguos seguidores.
Si la naturaleza no acaba antes con su vida, uno de los últimos actos del jefe militar que dirigió el golpe contra Allende en 1973 y la posterior salvaje represión puede ser el de sentarse en el banquillo de los acusados. Aunque el nonagenario general para nada se arrepienta de sus actos, el sentido de la justicia saldrá con ello fortalecido.
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