'Blanco' y 'El oso'
EL PAÍS presenta mañana y el sábado, por 5,95 euros cada una, dos aclamadas películas de Krzysztof Kieslowski y Jean-Jacques Annaud, respectivamente
Tres colores: Blanco, segunda entrega de la trilogía del polaco Krzysztof Kieslowski que alude a los colores de la bandera francesa, se alzó con el premio al mejor director en el festival de Berlín de 1994, mientras que El oso, la espectacular experiencia del francés Jean-Jacques Annaud, fue premiada con el César al mejor director de 1988, siendo también finalista al Oscar de Hollywood. Son las películas que esta semana ofrece la Colección Cine Europeo: dos formas distintas de afrontar el espectáculo cinematográfico. Kieslowski expurga en la condición humana, y Annaud la emprende con una parábola sobre la amistad, dando el protagonismo a dos animales.
Blanco en nada se parece a Azul, su antecesora. Ángel Fernández-Santos advirtió de ello a sus lectores: "Quienes busquen una prolongación argumental y estilística de Azul, que vayan preparando su mirada para contemplar el desparpajo y la originalidad con que la sorprendente imaginación del director y el guionista Pisiewicz dan un vuelco al asunto y sitúan al espectador en latitudes cinematográficas completamente inesperadas".
En un tono esperpéntico que roza el humor negro, Kieslowski narra la historia de un pusilánime peluquero polaco radicado en París (Zbigniew Zamachowski), humillado por su esposa (Julie Delpy), que solicita el divorcio acusándole de impotente. Sin casa, pasaporte ni dinero, el polaco debe comenzar una nueva vida, y regresa a su país, en plena vía de incorporación al capitalismo, fraguando allí una sutil pero rotunda venganza. Se trata de "una verdadera tragicomedia", según Julio Rodríguez Chico en su libro Azul, Blanco, Rojo, "pero con un enfoque lleno de alusiones irónicas a la ideología de los países marxistas".
"Sin ser una película testimonial ni explícitamente política", precisó Fernández-Santos, "el reflejo que hay en ella del tránsito que vive Polonia del salvajismo estalinista al capitalismo salvaje es de una dureza demoledora, una carcajada gélida y oscura que otorga verosimilitud radiográfica al torcido y retorcido puzle argumental". Película quebrada, plural, "que salta de escena en escena a través de insospechados giros y variantes argumentales", no se interesa únicamente en el retrato social, en opinión del crítico mexicano Ernesto Diezmartínez Guzmán: "Lo que queda a fin de cuentas es una extraña historia de amor. Él ha consumado su venganza sin dejar de amarla. Ella se ha dejado encarcelar sin dejar de amarle".
El oso significó una vuelta de tuerca en el cine de Jean-Jacques Annaud tras En busca del fuego (1981), película sin diálogos sobre la lucha por la supervivencia de los hombres prehistóricos, y El nombre de la rosa (1986), un complejo thriller en el que precisamente era básica la palabra. El oso es de nuevo cine prácticamente mudo donde lo que importa es el lenguaje del cuerpo. "Las palabras que se oyen no son propiamente lenguaje, sino simplemente los sonidos que hace el animal llamado hombre", escribió el norteamericano Roger Ebbet. La historia parte de una novela de James Oliver Curwood: un osezno huérfano busca refugio junto a un oso adulto, solitario y malherido, que huye de unos cazadores. Annaud cuenta con fascinada mirada humana la singular amistad entre los dos animales, sin dejar, al mismo tiempo, de ponerse en el lugar del animal salvaje y su permanente disyuntiva entre matar o ser matado.
Octavi Martí consideró El oso como "el gruñido de Europa" frente a la invasión del cine norteamericano: "Jean-Jacques Annaud es la respuesta europea, una de ellas, la que ha logrado llevar más espectadores al cine". En España, El oso atrajo a casi dos millones de espectadores, que seguramente coincidieron con la opinión de Erin Leland: "Es una película sin edad, de cualquier época; toca el corazón de niños y mayores, es realmente encantadora".
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