_
_
_
_
Entrevista:AMALIA SOLÓRZANO

Madre de acogida

Tenía 23 años cuando se convirtió en primera dama de México. Junto al general Cárdenas, presidente del país entre 1934 y 1940, organizó la acogida de miles de refugiados republicanos. Ahora, a sus 94, doña Amalia ha recibido en Madrid el reconocimiento y la gratitud de los españoles.

Francisco Peregil

Nació en 1911. Apenas había cumplido 17 años cuando conoció al general Lázaro Cárdenas del Río, un hombre 16 años mayor que ella, huérfano de padre, que llevaba media vida combatiendo en las filas revolucionarias. Los padres la internaron para protegerla del pretendiente. Tenía 21 cuando salió del colegio de monjas; 21 cuando se casó ante un juez amigo del novio, contra la voluntad de sus padres y con sus hermanos menores como testigos; 23 cuando su marido fue elegido presidente de la República de México; 25 cuando estalló la Guerra Civil española; 26 cuando llegaron a la ciudad mexicana de Morelia 460 niños españoles, los primeros refugiados de la guerra; 29 cuando su marido dejó la presidencia; 47 cuando el matrimonio salió por primera vez de México para conocer el mundo; 59 cuando se quedó viuda; 61 cuando empezó a trabajar con los indígenas de La Mixteca, una zona paupérrima cercana a la ciudad de Oaxaca; 78 cuando abandonó esa tarea. Ahora tiene 94 años, un hijo de 72 (Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, tres veces candidato a la presidencia de México), tres nietos (uno de ellos, Lázaro, gobernador del Estado de Michoacán) y dos biznietos. En su país la conocen como doña Amalia. Y en España no la conoce casi nadie. Ni siquiera su marido ha gozado de mucho reconocimiento. Hasta tal punto es así que en 1993, cuando Herminio Trigo, el que fuera alcalde de Córdoba por Izquierda Unida entre 1986 y 1995, quiso rendirle un homenaje al general Cárdenas y levantar un busto suyo en una nueva calle céntrica y peatonal, se produjo un incidente muy ilustrativo.

"El general Cárdenas me pidió que formara un grupo de señoras para acoger a los niños republicanos españoles"

Cuando se destapó la estatua, Cuauhtémoc Cardenas reparó en que el flamante busto no correspondía a Lázaro Cárdenas, sino a Benito Juárez (1806-1872), antiguo presidente mexicano muerto 23 años antes de que Lázaro Cárdenas naciera, allá por 1895. A los pocos meses se reparó el equívoco. Hay otra estatua suya en el parque Norte de Madrid, erigida en 1983 por Enrique Tierno Galván; un busto en Alcalá de Henares; una plaza en Valencia, inaugurada el mes pasado…, y poco más para quien fuera presidente de México entre 1934 y 1940; el hombre que se atrevió a nacionalizar la industria petrolera de México, a expropiar a los latifundistas y emprender la reforma agraria del país, y sobre todo a recibir a miles de refugiados españoles, enfrentándose a parte de la opinión pública de su país y a miembros de su propio Gobierno.

Tal vez porque la clase política española tenía cierta conciencia de que no se había rendido el debido homenaje a la figura de Cárdenas, la primera semana del pasado octubre Amalia y su hijo fueron agasajados y homenajeados por cantantes, políticos (del PSOE, PP e Izquierda Unida), sindicalistas, actores y niños de Morelia. Justicia histórica. Aún viven cientos de españoles repartidos por el mundo que hablan de doña Amalia como de un pariente lejano a quien se le profesa tanto respeto como cariño. A muchos de ellos se les conoce como niños de Morelia. En realidad eran niños de Sevilla, Barcelona, Madrid, Valencia… Algunos de ellos eran huérfanos, y la mayoría, simplemente pobres, tan pobres como para que los padres quisieran alejarlos de las bombas y llenarles el estómago durante unos meses. Porque estaba claro que la guerra iba a durar sólo unos meses, los fascistas serían derrotados y los niños contarían a sus padres cómo se lo pasaron en México. Pero la cosa se torció. A México iban llegando barcos y más barcos cargados de españoles. Hasta sumar más de 20.000 refugiados. Las voces críticas contra aquellos refugiados no amainaban. Que si iban a sembrar el comunismo en México, que si por culpa de ellos México se iba a indisponer contra otras potencias mundiales, que de dónde iba a salir el dinero para atenderlos… Pero Lázaro Cárdenas y Amalia Solórzano abrieron los brazos a los republicanos.

Doña Amalia advierte de que ella es parca en palabras. Cuando han pasado tres cuartos de hora avisa: "Ya hemos platicado mucho, ¿no?". Pero sigue hablando. Se refiere a Lázaro Cárdenas siempre como "el general". La cabeza no le juega ninguna mala pasada en más de hora y media de entrevista. Simplemente no se acuerda de qué parte de España eran los Solórzano, la familia de su padre, ranchero y comerciante. "Lo único es que procure hablarme un poco alto porque ando agripada y oigo un poco mal", previene. Esposa, madre y abuela de políticos, doña Amalia no puede evitar medir cada palabra que pronuncia. Y en más de una ocasión hace hincapié en que no quiere que nadie se moleste por lo que dice.

¿Recuerda cómo fue el día en que vio por primera vez a Lázaro Cárdenas?

Yo tenía 15 años y él estaba de gira política en su campaña para la candidatura de Michoacán. Él era ya general, y gobernador del Estado de Michoacán, y secretario de Gobernación, y presidente del PRI. Un grupo de chamacas fuimos a conocer al candidato. ["El día en que entró en la plaza del pueblo", ha escrito doña Amalia en su libro de memorias Era otra cosa la vida, "yo estaba con unas siete amigas en el balcón de mi casa, que da a la plaza principal, para aventarle confeti a su paso. Desde que nos vimos, yo del balcón y él que saludó como cualquier persona que saluda de abajo, desde la plaza, a unas personas que están en un balcón, desde ese momento fue mutua la simpatía"]. Él me envió una tarjeta donde me decía que tenía que salir hacia algunos lugares, pero regresaría a las seis para verme. Después de tres tarjetas, ya éramos novios. Fue una cosa muy inesperada. Se lo comuniqué a mi mamá, y entonces mis padres me dijeron que me internaban en un colegio. Mi papá era comerciante, tenía sus ranchos. Pero de política nunca quiso saber nada.

¿No querían a Lázaro Cárdenas para usted?

Pensaban que el general me iba a abandonar de un momento a otro. Mi papá me dijo: "Te vas a casar con un soldado y vas a andar de soldadera, con un perico en el hombro". Y por eso me internaron. Y nos comunicábamos por carta. Un hermano mío que también estudiaba hacía de mensajero a veces. Siempre tuvimos una comunicación constante de correspondencia.

¿Cuando se casaron, también?

También, porque él nunca tuvo descanso. Terminaba una comisión y empezaba otra. No paraba en casa. Cuando no estaba de jefe de operaciones en un Estado, estaba en otro. A mi hijo también le escribía cartas.

En el colegio sería usted la envidia de las otras chiquillas, ¿no?

Pues yo creo que sí. Aunque como no leíamos periódicos, ni oíamos la radio, ni nada, pues no sabían en realidad quién era él. Yo cargaba con una foto de él vestido de militar. Pero en el colegio no sabían de quién se trataba. Ellas oían que me escribía el señor gobernador y no sabían de quién se trataba. Él era secretario de Gobernación, eso es el segundo puesto después del presidente de la República. Era gobernador del Estado de Michoacán y presidente del Partido Revolucionario Nacional. Pero yo todo eso me lo perdí, lo viví de noche, no sabía qué significaba todo eso.

¿Se casaron en cuanto usted salió del colegio?

Sí, un 25 de septiembre. El general habló con mi madre. Y papá dijo que yo era muy joven para casarme. El general llamó a un juez y nos casamos. Entre la gente que iba con él, uno hizo de testigo. Y la concurrencia fueron mis hermanos, que eran menores de edad. La nuestra era una familia de ocho hermanos, seis mujeres y dos hombres, todos nacidos en Tacámbaro, en el Estado de Michoacán. ["En nuestra casa nacimos todos con la misma comadrona, doña Susana Palacios. El mayor de mis hermanos era Idelfonso, que murió a los 18 años. Estaba en el colegio y estuvo enfermo del riñón desde muy jovencito"]. Y el mismo día en que nos casamos fuimos a la casa de campo que él tenía en Páztcuaro.

"Llegamos por la noche a La Quinta Eréndida", recuerda en Era otra cosa la vida. "La Eréndida [en la hermosa lengua tarasca significa risueña] se empezó a construir en 1928, el año en que nos conocimos. Siempre pensé que sería nuestro hogar. La Eréndida tenía una casa pequeña y una huerta con frutales y caballerizas. El general montaba todos los días por los cerros cercanos. Los días con él comenzaban muy de mañana. Éramos muy tempraneros. Nosotros, de seguro, a las seis de la mañana ya estábamos fuera de la cama. A eso de las ocho venía a desayunar".

¿Cómo era el general?

Físicamente, yo le decía que era muy exitoso. Había sido secretario particular del primer general con el que se encontró [el zapatista Guillermo García Aragón] para darse de alta en el ejército. Le vio aptitudes, aparte de su buena letra, porque había trabajado en una imprenta. Y este general le hizo secretario particular. Había nacido con una estrella. Era bastante bien parecido. Veía el futuro, tenía mucha perspicacia. Si hubiera tenido un poco más de tiempo…

Tenía una paciencia y una tolerancia enorme. Toleraba a una persona que repetía lo mismo durante una hora. Él decía siempre que había que aprender a escuchar, que de eso se sacaba mucho.

"Le gustaba bordear de árboles los caminos. En todas las avenidas de nuevo trazo ponía jacarandas, laureles de la India (…). Decía que el árbol creaba su propio suelo, y es verdad, sus hojas secas se pudren y se vuelven humus. Veía además en los árboles una fuente de ingresos para el pueblo si se respetaban las reglas para su explotación". Así recordaba doña Amalia a su general.

Era más hombre de acción que de lecturas, ¿no?

Sí, él se formó solo porque de muy joven se fue con el general de secretario. Era muy disciplinado.

A usted le llamaba Chula. ¿Y usted a él?

Sí, él siempre me escribía las cartas diciéndome Chula. Y yo le decía Mi'ijo. Nos entendíamos bastante bien. Me llevaba 16 años. Pero nunca sentí esas edades. Fuimos muy afines en todo. ["Los dos éramos del mismo Estado, comíamos los mismos alimentos, teníamos los mismos hábitos y nos gustaba mucho montar. Amábamos las plantas, todos los árboles, las lluvias, aunque fueran tormentas"]. En 1968, con las manifestaciones estudiantiles, yo me iba de incógnito. Le decía: voy a la costurera. Y él me contestaba: no vayas a ir por tal parte porque va a haber esto. Y por la noche, cuando regresaba, me decía: ¿cómo estaba la manifestación, Chula? Él sabía que eran unas mentiras muy piadosas.

En los seis años en que Lázaro Cárdenas ejerció como presidente, ¿qué medidas destacaría usted como más importantes?

Yo creo, aparte de la acogida a los refugiados españoles, que el general pasará a la historia por haber emprendido la nacionalización del petróleo y la reforma agraria. Pero yo no sé mucho de eso, mejor que se lo explique mi hijo Cuauhtémoc.

A lo largo de la entrevista, doña Amalia insistirá varias veces en que debemos hablar con su hijo Cuauhtémoc. Cuando éste llega explica que la reforma agraria fue algo más que la mera expropiación de los latifundios a los terratenientes: conllevaba todo un sistema de educación, de construcción de colegios y hospitales en las zonas más necesitadas. Y en cuanto a la nacionalización de la industria petrolera, se efectuó el 7 de junio de 1938. El detonante fue que las 15 compañías que operaban en el país se negaban a acatar el veredicto de la Suprema Corte de Justicia de México por el que tenían que pagar varios millones de pesos a los trabajadores, incrementar los salarios y mejorar las condiciones laborales.

Su casa de México está llena de recuerdos de cuando su marido era presidente. ¿Fue ésa la época más feliz de su vida?

No. Tal vez después de la presidencia, ésa puede que sea la más bonita. Yo no fui una persona a la que le gustara todo esto de la diplomacia, estar toditico el día de un lado para otro. Después fui más libre.

¿Cuándo empezó usted a trabajar con los indígenas?

Cuando falta el general, en 1970, empiezo a recibir correspondencia de mucha gente, del Estado de Oaxaca, donde había trabajado él muchas veces. Entonces pensé que no debía quedarme sentada. Fui a visitar los lugares. Pero no a acompañarles en sus rezos y lloros, sino a ver en qué podía yo servir. Entonces trabajé 18 años en La Mixteca, una parte muy pobre de Oaxaca. Me vi motivada a trabajar con algunas amigas. Invitaba a los estudiantes para que se dieran cuenta de lo que es la miseria. El principio fue duro. ["La gente no sabía si lo que le obsequiábamos se lo cobraríamos", escribe en sus memorias. "Nos tiraban al suelo los rebozos, las cobijas, los comestibles. Con los niños, aunque eran huraños y tímidos, fue más fácil relacionarnos. Con el tiempo vimos que lo que querían era cariño y atención"].

Hicimos grupos de cien personas. Conseguíamos caminos vecinales, escuelas, hospitales… Hicimos dos colegios de secundaria… Salinas [el presidente Carlos Salinas de Gortari] tomó este trabajo como que yo andaba haciendo propaganda a favor de Cuauthémoc. Entonces, para no perjudicar la vida política de mi hijo, me salí de ese trabajo. Y fue tremendo, porque nadie volvió a ocuparse de esa pobre gente. Teníamos costureros públicos y nos dedicábamos mucho a la cuestión de las escuelas. Que no tuvieran profesores sólo de paso, sino fijos. Llegamos a traer médicos americanos que no nos cobraban nada.

¿Cómo son sus relaciones con el comandante Marcos?

Eran buenas. Tengo un libro -ahora mando a que se lo traigan a usted- donde aparezco en la portada junto a Marcos. Pero Cuauthémoc y yo apoyamos una ley que se llamó la ley indígena [Ley de Derechos y Cultura Indígenas, aprobada en 2001], y Marcos se resintió. Las leyes se tienen que respetar de alguna forma. Ahora él habla muy mal del Partido [de la Revolución Democrática, al que pertenece Cuauthémoc Cárdenas]. Y yo creo que sin razón.

¿Cuándo se produjo su primer contacto con los niños de Morelia?

En 1937 me dijo el general que yo formara un grupo de señoras para acoger a los niños. Él sabía que las esposas de los soldados cargaban con la familia, y los niños no tenían escuela. Y pensó que iban a tener el mismo problema los soldados españoles con sus hijos y sus esposas. No quería que se diera esa desunión de familia. Entonces, el general me dijo que formara un grupo. ¿Por qué a Morelia y no a la capital de México? Porque casi todos ellos eran niños de provincias. Querían que estuvieran en una parte muy chica, pero era la capital del Estado de Michoacán. Cerraron una escuela de artes y oficios para cederla a los españoles.

¿Es cierto que hubo gente en México que decía que los niños mexicanos padecían mucha miseria, que se podía socorrer a ellos antes que a los españoles?

En el propio gabinete del Gobierno, algunos veían que los niños sólo podían acarrear problemas. Alguien preguntaba por qué no les dieron la nacionalidad mexicana. Pues porque no se pensaba que fuera a durar tanto la guerra. Muchos de ellos llegaron a estudiar. No se ha sabido de uno que se diga que mató a fulano, que robó a mengano. Los que se portaban mejor venían a veces los fines de semana a nuestra residencia. El general visitaba los Estados, y entonces se iba para Morelia muchas veces. Cuando ya habían pasado unos 15 años desde que el general no era presidente de la República, alguien pensó en reunirlos. Y nos pusimos a ello. Algunos se habían ido a California; otros, al norte de México… Otros habían formado una comunidad y vivían juntos en el mismo bloque de pisos.

Cuando el general dejó de ser presidente, ¿se sintió deprimido ante la falta de poder?

Al contrario. Entonces empezó a visitar las tierras para ver qué se había quedado pendiente. Por eso aceptó cargos que podía haber aceptado cualquier abogado. Abarca la región del Pacífico en la época de la II Guerra Mundial. Y vuelve a aceptar puestos militares. La vida de él siguió después de la presidencia de la República. Los presidentes que le sucedieron vieron la necesidad de su persona. Pidió comisiones de trabajo para el éxito del campo; desarrollo de los ríos, las escuelas, las clínicas. Se propuso ver qué problemas se habían quedado más incompletos.

¿Viajaron mucho por el mundo?

Menos a España y a Inglaterra, a muchos países. Fuimos a Alemania; de allí a Moscú, a China, desde octubre a febrero de 1958 a 1959 recorriendo el mundo. Era la primera vez que él salía. Cuauhtémoc estaba viendo algunos trabajos en Alemania para la siderúrgica. A Madrid vine hace unos 20 años, cuando pusieron el monumento en el parque.

¿Cree que hay menos machismo en México que hace cincuenta años?

Yo creo que ya no existe… Se ven diputadas, senadoras, toditito esto ya… Está saldado… Y cuando yo trabajaba con los indígenas tampoco lo padecí. Eso sí, el indígena no consiente que le des cosas a la mujer. Tiene que ser por conducto de él. Pero, por lo general, no hubo machismo. Tuvimos una respuesta tan generalizada, tan buena…

¿Cómo era el México de entonces?

Entonces era otra cosa la vida. Tengo escrito un libro que se titula así: Era otra cosa la vida. Y en verdad, lo era. La gente tenía más tiempo para todo. Ahorita la vida es muy rápida, los hijos caminan muy rápido, se separan más de la familia. Ahorita en la ciudad tenemos miles de marchas, de protestas… Está todo muy movido.

En su libro, doña Amalia rememora los días de Tacámbaro, el pueblo donde siempre se oía música y los paisanos tomaban el fresco por la mañana; la fuente de la plaza, donde la gente se remojaba para ver si era cierto que en una mitad estaba el agua caliente y en la otra fría, y el obelisco de la fuente, con una fecha en un lado (28 de julio de 1867) y tres frases en los otros tres: "La constancia vence todos los obstáculos", "El trabajo es la base de la industria y de la moralidad pública" y "El espíritu público forma la fuerza y la felicidad de los pueblos". Su casa de techos altos, largos corredores y patios con malvas, begonias y buganvillas. Las excursiones con las hermanas para regresar cargadas con fresas silvestres, frambuesas, peras y manzanas; la madre comiendo guayabas y plátanos a la sombra de un limonero.

Hoy todo aquello parece muy lejano. Pero no tanto. En medio de uno de los multitudinarios homenajes que recibió doña Amalia en Madrid, un anciano de aspecto humilde se abrió paso hacia ella entre una nube de políticos, cantantes, escritores y periodistas, sólo con la intención de expresarle el cariño y el agradecimiento que él y muchos como él sienten por los Cárdenas. El anciano, que es un niño de Morelia, regresó a su casa en las afueras de Madrid, y doña Amalia, a la suya en Ciudad de México, una casa de techos altos con las paredes llenas de recuerdos del general.

Francisco Peregil es autor de 'Manuela' (Espasa Calpe), donde se recoge la historia de los niños de Morelia.

Madre de acogida
Madre de acogidaGUILLERMO PASCUAL

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_