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Columna
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Maradona y el laberinto de la soledad

Desde que en 1950 Octavio Paz publicara El Laberinto de la Soledad, los iberoamericanos sabemos que las diferencias culturales nos pueden complicar las siempre difíciles relaciones con Estados Unidos. Otro gran escritor, Enrique Krauze, con inteligencia y elegancia, nos ha hecho ver que el iberoamericano es un ser gregario que, dando prioridad al "nosotros" frente al "yo", se prepara mal para comprender la desolación de los cuadros de Hopper. A nosotros lo que de verdad nos va es la estética de un domingo en la Alameda. Y este fin de semana, en Mar del Plata, hemos sacado todos los instintos a pasear.

En la IV Cumbre de las Américas, los participantes en la contracumbre han puesto el color -desafortunadamente, mucho más- con trazos tan intensos que han conseguido que Maradona herede del Ché el puesto de icono internacional de la izquierda antiglobalizadora. La desolación quizás la hayan los 32 jefes de Estado de la región que una vez más han constatado lo poco que sirve consensuar un lema atractivo para una Cumbre -no ahorraron nada: "Crear empleo para enfrentar la pobreza y fortalecer la gobernabilidad democrática"- si luego de lo que realmente se discute es de lo que más divide a la región, el Acuerdo de Libre Comercio para las Américas (ALCA).

Como suele ocurrir, la atención mediática se ha centrado en los violentos sucesos de la calle y en el párrafo de la Declaración en que consuma el divorcio y en el que 27 países se manifiestan a favor de seguir manteniendo abiertas las conversaciones del Acuerdo de Libre Comercio para las Américas, cuatro países del Mercosur insisten en que no se dan las condiciones y Venezuela se manifiesta dispuesta a enterrarlo definitivamente, orillando el dato de que ya está en vigor en México, Chile, Centroamérica y casi en Colombia.

Está todo tan ajustado al guión -incluida la mención a los problemas de Argentina con el Fondo Monetario Internacional en la intervención del presidente Néstor Kirchner- que bien se pudiera decir que el balance de estos dos días es que nada se ha perdido, nada se ha ganado. Ni una sola sorpresa.

La post-cumbre ha traído, sin embargo, la buena noticia de que el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, haya comenzado a salir de su particular laberinto de soledad latinoamericano -tan sólo aliviado por la Colombia de Uribe- viajando al Brasil de Lula. No es una señal a despreciar. Brasil es la mitad de Latinoamérica en casi todo, lo que convierte a este país en el mejor lugar imaginable para escenificar la vuelta de la región al radar de la política exterior norteamericana, como que la recuperación por Estados Unidos de aliados estratégicos en el área de peso.

Para todos -y especialmente para Iberoamérica- sería una gran noticia que las consecuencias de este viaje fuesen un creciente protagonismo de Brasil en la política continental y una mejor comprensión norteamericana de las razones por las que el continente desconfía de sus proyectos políticos y económicos.

Y todavía sería mejor que, inmediatamente después, México fuese capaz de hacer avanzar en la agenda continental un tema tan importante como la inmigración antes de que la sombra del choque de civilizaciones se instale en el imaginario colectivo.

Con todo, lo realmente excitante es que en menos de tres semanas los jefes de Estado latinoamericanos han asistido a dos cumbres tan importantes como la XV Iberoamericana de Salamanca y ahora la IV de las Américas. Quizás algo se esté moviendo.

Y si eso fuese así, quizás habría llegado el momento de pedir a quienes se han hartado de hablar de la "irrelevancia táctica y estratégica" del continente que se expliquen o se disculpen. Aunque sólo sea por vergüenza torera.

Dirigentes latinoamericanos, en la Cumbre de las Américas.
Dirigentes latinoamericanos, en la Cumbre de las Américas.REUTERS

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