Ardiente bola de nieve
Retirada siria de Líbano, desenganche israelí de Gaza, Sadam en juicio, referéndum en Irak: a pesar de las bombas, ¿un claro entre los nubarrones? Las apariencias engañan, pues los riesgos de una implosión de Oriente Medio aumentan. A la crisis sin solución -la aprobación de la Constitución no lo es- de Irak se suma ahora la posible desestabilización de Siria, después de que el informe para la ONU del fiscal alemán Mehlis haya apuntado como responsables del asesinato del ex primer ministro libanés Rafik Hariri el pasado 14 de febrero a un hermano y un cuñado del presidente sirio, Assad. EE UU, Francia (la relación entre Chirac y Hariri era más que cercana, Líbano es uno de los pocos países de la zona en donde la lengua francesa resiste) y Reino Unido han unido sus fuerzas contra él, con cuidado, en la ONU y fuera. Assad, cuyos militares no le perdonan haber perdido Líbano tras 29 años de ocupación, se debilita e incluso se tambalea. Pero Assad, a pesar de sus carencias, no tiene alternativa real. La tenía en la persona del ministro del Interior, Gazi Kanaan, pero lo han suicidado. Alternativa sí es el islamismo radical.
El vínculo entre Siria, Jordania y Líbano (pese a la retirada formal siria de ese país) e Irán sigue siendo crucial, a través del movimiento Hezbolá. La desestabilización de Siria podría repercutir en toda la zona. Y de ahí la preocupación general, y en primer lugar del actual Gobierno palestino de Mahmud Abbas. Para éste y su gente, el principal adversario a corto y medio plazo no es Israel, sino Hamás. Por eso pide ayuda a Israel (ese Israel que el presidente iraní quiere "borrar del mapa") para tener éxito en esa caótica franja que es Gaza. Sabe ya que la retirada unilateral israelí no tiene por qué llevar a otros pasos, y que la perspectiva de un Estado palestino independiente no es hoy por hoy viable, pues carece de apoyos en Israel. Se percata de que los otros problemas en la región están dejando al palestino pequeño, y con menor relevancia, pese a la ruptura de la tregua con atentados.
La bola de nieve tiende a crecer. Para el geopolitólogo George Friedman, el nexo es Irak, donde los soldados americanos muertos ya superan los 2.000 (y los iraquíes se cuentan por decenas de miles, o no se cuentan). La Constitución ha sido aprobada con una alta participación, pero según líneas sectarias y con la mayoría de los suníes en contra. No parece que pueda servir de estabilizador, sino que, por el contrario, puede contribuir a acelerar la división del país. Una posibilidad de evitarlo es la prevista renegociación de la Constitución para atraer a los suníes, algunos de cuyos dirigentes quieren ahora más política y menos bombas. Pero ni siquiera está claro con qué suníes tratar. Además, los cartuchos democráticos se están acabando. Tras este referéndum, hay las elecciones del 15 de diciembre, en las que participarán suníes. Después, ya no hay hitos democráticos significativos hacia los que avanzar. La doctrina de la Administración Bush, que consideraba que con el avance de la democracia remitiría la violencia, se está demostrando equivocada. En Irak hay varias guerras simultáneas y algunas limpiezas étnicas en curso, y todas con agendas distintas que sólo coinciden en parte. Los textos de Al Zarqaui muestran que la Al Qaeda local ha querido evitar a toda costa que suníes y chiíes se unieran en una guerra nacional contra EE UU y sus aliados. Lo que más le conviene a Al Qaeda son guerras múltiples contra el ocupante (aunque formalmente ya no lo sea) y civiles entre iraquíes.
Hay al menos dos maneras de considerar lo que está ocurriendo: es fruto de la incapacidad de la Administración Bush, que ha jugado a aprendiz de brujo y ahora no sabe qué hacer; o es una política deliberada de caos creativo para que EE UU tenga que permanecer, garante del Estado mínimo iraquí, en una zona crucial en términos de petróleo y otros intereses. La segunda resulta más cínica. La primera, más preocupante, no sólo por Irak sino por el conjunto. Pues, ¿quién controla? Bush ni siquiera controla ya Washington, y en la UE, nadie. aortega@elpais.es
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