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Reportaje:

España, dígame

En los años veinte, los caminos se plagaron de postes telefónicos. La modernidad llegó en forma de mágicos hilos que dinamitaron las distancias y abrieron España al exterior. Un puñado de fotógrafos de la época retrataron aquel país de contrastes y aportaron una visión, aún hoy inexplorada, de cómo éramos.

Gabriela Cañas

Hubo un tiempo en que llamar por teléfono era noticia destacada. Sobre todo si los interlocutores eran un monarca y su primer ministro. El 1 de diciembre de 1924, Alfonso XIII se trasladó a la Presidencia del Gobierno en Madrid, descolgó aquel mágico artefacto patentado por Alexander Graham Bell apenas cinco décadas atrás y habló diez minutos con Miguel Primo de Rivera, de viaje en Tetuán. El reportero destacó que ambos "se entendieron perfectamente", si bien el militar y aristócrata Antonio Magaz, entonces ministro de la Marina, vaticinó con evidente falta de tino que en el futuro este tipo de conversaciones seguirían haciéndose con el sistema de conferencia telegráfica para que quedasen registradas por escrito.

Los ciudadanos recibían como bellos iconos del progreso la instalación de postes y crucetas

En 1924, el número de despachos oficiales y personajes pudientes que disponían de un teléfono era muy limitado. En total, 80.000. El teléfono era todavía un lujo poco útil en ocasiones si se tiene en cuenta que muchas ciudades de España no estaban ni siquiera conectadas entre sí y que había que cazar a lazo a alguien que, a su vez, también dispusiera de teléfono.

En 1924, la muerte de Lenin deja paso al negro régimen de Stalin, Hitler escribe en prisión Mi lucha, André Breton presenta el Manifiesto del surrealismo, el dictador Primo de Rivera gobierna con mano de hierro tras un golpe de Estado que el monarca acata y, a pesar de la recesión económica internacional, España vive una edad de plata cultural, un cierto impulso tecnológico y un crecimiento económico y mejora del nivel de vida de los trabajadores, muchos de ellos emigrados del medio rural, que genera un cierto sentimiento de felices años veinte.

De aquellos años datan otros muchos acontecimientos, quizá menos profusamente reseñados por la historiografía oficial, que diseñaron el futuro, es decir, nuestro presente. Por ejemplo, casi se duplicó el parque automovilístico, que en 1930 ya era de 250.000. Se tendieron cientos de kilómetros de vía férrea, se construyeron carreteras y se terminaron de erigir los centros de poder de las grandes ciudades, como Bilbao, Barcelona, Sevilla y, sobre todo, Madrid, que tras la Gran Vía proyectaba ya la ampliación del paseo de la Castellana. El Gobierno de Primo de Rivera impuso la censura informativa y acorraló a la disidencia, además de cercenar toda iniciativa proveniente de la mancomunidad catalana y todas las expresiones de catalanidad de la época, pero también impulsó las nuevas tecnologías, la educación (la mitad de los españoles no sabía leer ni escribir) y promovió la formación de monopolios, como el de Campsa (ahora Repsol) y Telefónica.

Rafael Levenfeld y Valentín Vallhonrat, expertos en fotografía, han buceado casi un siglo después durante cinco años en el archivo gráfico de esta última empresa. Almacenadas en cajas y sufriendo el deterioro del tiempo, Lavenfeld y Vallhonrat se han sumergido en esa colección formada por 12.872 fotografías y 26 películas de metraje corto que la entonces Compañía Telefónica Nacional de España (CTNE) hizo de sus primeros y decisivos años de existencia: de 1924 (año en que se creó el nuevo monopolio) a 1936, si bien de momento se ha seleccionado sólo material elaborado entre 1924 y 1931 para la exposición que la Fundación Telefónica exhibe actualmente en su sede central de la Gran Vía y que aporta un valioso retrato de la sociedad española de la época.

El origen de este archivo se debe a una costumbre importada, como el propio teléfono, de Estados Unidos. La casa madre de la nueva Compañía Telefónica era la americana ITT (Internacional Telephone and Telegraph Coporation), que, siguiendo sus costumbres corporativas, encargó a un puñado de reputados fotógrafos que capturaran con sus objetivos y con fines publicitarios la ingente tarea de cablear España interconectando todas las capitales de provincia con servicio automático, es decir, sin operadora, con la marcación directa sobre el dial, esa rueda de diez hendiduras sobre los diez dígitos que ha sido tan familiar en todos los hogares del mundo.

Fueron años en los que el nuevo monopolio sacó a España de su retraso en el desarrollo de la telefonía a nivel europeo y que abrió este país al mundo estableciendo servicio telefónico con el resto de Europa, con África y con América. Aquella conversación de Alfonso XIII con el dictador en diciembre de 1924 era, en realidad, la inauguración de la línea que conectó la Península con el norte de África.

En siete años, España pasó de 80.000 teléfonos en uso a 240.000 en 1931, y más de la mitad de ellos disponían de servicio automático. La transmisión del sonido casi instantánea que pulverizaba las distancias se extendía entre la población. El prohibitivo telegrama (el coste de un mensaje transatlántico era similar al salario de un obrero español) dejó paso a la conferencia, más barata, y que, como la CTNE bien publicitaba, se podía obtener en apenas cinco minutos. En tan sólo siete años, la telefonía española recortó sus distancias y situó el número de teléfonos por habitante a nivel de la media europea.

Pero frente a tan apabullantes datos, las imágenes de aquellos fotógrafos como Alfonso, Vicente Barberá, Ramón Claret o Gaspar muestran una imagen de España que habla más de hambre y miseria que de modernidad. Calles que son barrizales, celadores-conductores con furgoneta que son una rara avis en el paisaje de carretas y mulos. Peones empalmadores encaramados a los postes sobre un desierto de civilización. Desde el punto de vista estético, los fotógrafos de entonces introdujeron una importante innovación. Frente a la fotografía al uso, la oficial, la monumental y, como mucho, la de la actividad fabril, los fotógrafos contratados por Telefónica captan, como dice Rafael Levenfeld, "los no lugares", aportando una imagen de España totalmente desconocida a nuestro ojos.

El historiador de la ciencia José Manuel Sánchez Ron dice que aquellos años de la llamada edad de plata cultural coincidieron con una cierta edad de bronce de la ciencia en España, si bien en telefonía primó la ingeniería sobre la innovación científica. El invento de Bell estaba ya suficientemente desarrollado en el resto del mundo. "La compañía valoraba más la habilidad de los peones que el conocimiento", explica Juan Esteban, ahora jubilado; toda una vida tendiendo cables telefónicos, como su padre, empleado número 13 de la compañía. Cavar hoyos para los postes, tender los hilos en las crucetas y enterrarlos en las grandes ciudades fue el grueso de esa febril tarea desarrollada por Telefónica durante aquellos primeros años.

Años en los que cambió el paisaje urbano y rural. En los que la prensa, y seguramente también la ciudadanía, recibía como bellos iconos del progreso la instalación de postes, hilos y crucetas que anunciaban la revolución del mundo de la comunicación y, por tanto, de una sociedad que, en su conjunto, vivió transformaciones que fueron el preludio de la nuestra. "En los años veinte, la radio, el cine o el fútbol hicieron su entrada en las costumbres, convirtiéndose en distracciones generalizadas y en símbolos de modernidad", explica Eduardo González Calleja en su estudio La España de Primo de Rivera. La modernización autoritaria, 1923-1930 (Alianza Editorial). Las fotos de la CTNE de sus telefonistas, bien atendiendo las centralitas, bien descansando en medio de su jornada laboral, muestran ese inicio de transformación social de los años veinte que supuso también la entrada masiva de las mujeres en el mundo laboral, ocupando, como destaca Sánchez Ron, tareas peor remuneradas, pero estables y pagadas, mientras el pantalón se abría paso como una prenda más del atuendo femenino.

Cámaras de fotos más ligeras, como la compacta Leica comercializada en 1925, facilitaron la labor de los fotógrafos-reporteros. A pesar de ello, las imágenes que los comisarios de la exposición, Levenfeld y Vallhonrat, han desempolvado, restaurado y digitalizado son imágenes originales por poco frecuentes y hablan de una época de España menos conocida, quizá eclipsada por las convulsiones políticas y sociales vividas a partir de 1931 con la II República Española y la posterior Guerra Civil.

La guerra civil española asoló el país y, de paso, frenó todo progreso tecnológico como el de la telefonía. Tomás Esteban, el padre de Juan, vivió la guerra en Aranda de Duero reparando las líneas telefónicas interrumpidas por las bombas unas veces en la zona republicana y otras en la contraria. Pero ésa ya es otra historia, como lo es el hecho de que hoy firmas como Skype estén a punto de dinamitar el viejo sistema de la llamada telefónica en la que el usuario paga por minuto de llamada y en razón de la distancia con su interlocutor.

De los postes se pasó a los cables coaxiales, a la fibra óptica y a la comunicación vía satélite. Pero, como recuerda la propia Telefónica, aquel trabajo de cableado es la infraestructura base de Internet, otra de las grandes revoluciones del siglo XX que ha cambiado el mundo y, de nuevo, nuestra percepción del tiempo y la distancia.

La exposición 'Transformaciones. La España de los años veinte en los archivos fotográficos de Telefónica' está abierta en la Fundación Telefónica (Gran Vía, 28. Madrid) hasta el 20 de enero de 2006.

La escuela de celadores de Barcelona, en plena clase práctica para tender los hilos telefónicos en 1925.
La escuela de celadores de Barcelona, en plena clase práctica para tender los hilos telefónicos en 1925.RAMÓN CLARET ARTIGÁS

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Sobre la firma

Gabriela Cañas
Llegó a EL PAIS en 1981 y ha sido jefa de Madrid y Sociedad y corresponsal en Bruselas y París. Ha presidido la Agencia EFE entre 2020 y 2023. El periodismo y la igualdad son sus prioridades.

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