El lado oscuro de Judith Miller
La dirección de 'The New York Times' se distancia de la periodista implicada en el escándalo de las filtraciones en la Casa Blanca
En un correo electrónico interno que refleja el desasosiego de la redacción en las últimas semanas, el director del diario The New York Times, Bill Keller, lamenta errores en el comportamiento de la dirección en el caso Judith Miller y critica por primera vez la actitud y el trabajo de la periodista. Miller pasó 85 días en prisión por negarse a revelar la identidad de una fuente. Su colaboración posterior con la justicia ha planteado serias dudas sobre la ética de su comportamiento periodístico; muchos en la redacción del Times han cuestionado también si los vínculos de Miller con el Gobierno de Bush eran -son- demasiado estrechos.
En el correo enviado a la plantilla de The New York Times, Keller lamenta haber sido casi el último en enterarse de que Miller "era una de las receptoras en la campaña de rumores" del Gobierno de EE UU contra Joe Wilson, el marido de la agente secreta de la CIA, Valerie Plame. Un fiscal especial investiga si altos cargos de la Casa Blanca filtraron que Plame pertenecía a los servicios de espionaje sólo para desprestigiar a su marido, que se oponía públicamente a la invasión de Irak.
Los compañeros de Miller consideran que se preocupa mucho por proteger a Bush
Keller acusa a su reportera de moverse en el oscurantismo y ocultar detalles de su trabajo que sus superiores en la redacción deberían haber conocido. El editor del Times se pregunta por qué tuvo que enterarse de algunos aspectos del caso a través de la investigación del fiscal y no del relato de su reportera, y cita expresamente una reunión de Miller con el jefe de la oficina en Washington, Philip Taubman, en 2003, en la que "Judy parece haberle engañado" en cuanto a su grado de implicación en los hechos.
Keller lamenta también no "haber sentado a Miller para que me explicara con detalles" su implicación en el caso cuando fue citada por primera vez. En la muestra más clara de arrepentimiento y distanciamiento, el editor llega a decir que si hubiera conocido el "enredo" de Miller con I. Lewis Libby, el jefe de gabinete del vicepresidente Dick Cheney y presuntamente uno de los autores de la campaña de desprestigio contra Wilson, su periódico podría haber estado abierto a llegar a un acuerdo con el fiscal que investiga el caso en lugar de gastar millones de dólares en la defensa de su reportera.
Miller envió a la dirección del periódico una respuesta escrita en la que considera que esos comentarios son "gravemente inexactos", y niega "haber engañado nunca" a su jefe en Washington. La periodista parece dolida por la referencia a su "enredo" con Libby, con quien dice no tener una relación más allá de la profesional, y asegura que nunca supo que estaba siendo utilizada en una campaña de desinformación del Gobierno.
Fuentes de la redacción del Times recogen un malestar creciente contra una periodista que nunca fue sancionada por haber publicado múltiples informaciones erróneas sobre la supuesta presencia de armas de destrucción masiva en Irak. Miller nunca informó al fiscal ni a sus editores sobre una de las reuniones que mantuvo con Libby en julio de 2003, que sólo reconoció después de que surgieran pruebas de su existencia. Además, Miller ocultó a sus superiores la identidad de Libby y definió a su fuente como "un empleado en el Capitolio", en donde Libby trabajaba mucho antes de llegar a la Casa Blanca.
La carta del editor del Times a sus empleados parece haber abierto la veda contra Miller por una actitud que algunos de sus compañeros consideran egocéntrica, interesada y profundamente preocupada por proteger al Gobierno de George W. Bush. Una de las columnistas más importantes del diario, Maureen Dowd, dedicó su artículo editorial de ayer a su compañera de redacción bajo el título Mujer de Destrucción Masiva. En el texto, salda cuentas pendientes con Miller por sus modales en la redacción y llega a decir que su regreso al periódico sería una amenaza para sus lectores.
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