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Reportaje:

El loco mundo gogó

Son las 'vedettes' del nuevo siglo. No hay discoteca que prescinda de ellos. Cada día hay más gogós: jóvenes que animan a la clientela de las salas contoneándose sobre tarimas con un aire seductor. Así es su frenético ritmo de vida.

Carmen Pérez-Lanzac

El podio mide metro y medio de alto, dos de ancho y otros dos de largo. Un cubo negro de madera lacada que pasa inadvertido en medio de la pista de baile de una de las discotecas más chics de Madrid. A las 3.45, Verónica y Ana plantan encima sus tacones de aguja. El podio sale del anonimato y pasa a convertirse en el centro de atención de la sala. Imposible no desviar la vista para verlas bailar. Verónica: 1,73 metros de altura, medidas 85-60-90, sensual y contenida, moviendo sus caderas con elegancia al ritmo de la música. Ana: 1,77 metros, medidas 90-61-92, exuberante, paseando sus larguísimas piernas desnudas de una esquina a otra del podio como diciendo "¡aquí estoy yo!".

Una hora antes. Un grupo de veinteañeros con traje de chaqueta y flequillo relamido hace cola frente a la puerta de la discoteca. Ana pasa delante de ellos con prisa, arrastrando una maleta. "Lo siento, llego tarde", dice repartiendo besos a encargados y porteros. Son las tres de la mañana de un jueves, y Ana empieza su segunda jornada de trabajo. Anoche bailó en la terraza Ananda y en unas horas volará a Marbella, donde bailará viernes y sábado. El domingo volverá a Madrid para bailar de nuevo en Ananda. Lunes y martes, descanso. Miércoles, vuelta a empezar.

"En una discoteca ¿qué hay que ver? Poco. Las gogós le dan un punto de imaginación y locura a la sala"
El gogó que se emplee a fondo puede ingresar 1.800 euros mensuales, casi siempre 'libres de impuestos'

Desde principios de los noventa, la figura del gogó se ha vuelto imprescindible en las discotecas. Cientos de chicos y chicas bailan medio desnudos sobre podios o escenarios para entretener la vista de la clientela y darle un toque de clase al local. Las vedettes del siglo XXI. En opinión de Miguel Jiménez, subdirector de Kapital, una popular sala madrileña, una discoteca sin gogós resulta "triste, fría, aburrida". "En una discoteca ¿qué hay que ver?", pregunta Francisco Ferré, director artístico de Pachá Ibiza y pionero en el asunto. "Las barras, los cuatro muebles, a los camareros. Las gogós le dan un punto de imaginación y locura a la sala".

Locura es una buena palabra para describir este mundo. Loco es su ritmo de vida -duermen de día y trabajan de noche, en ocasiones animados por alguna droga- y loco es el espectáculo que dan. Hay gogós que bailan con los pechos al aire, tipo showgirl; chicos inflados que se menean en tanga o travestis que dan botes vestidos de divas de la copla. No hace mucho, Ana se paseó por una discoteca a lomos de un elefante de seguro más sorprendido que la propia clientela.

Ana y Verónica son dos de las gogós que figuran en la agenda de Bebé, una madrileña con rasgos de muñeca que, además de bailar, a veces hace de intermediaria entre gogós y empresarios. Su agenda parece la de una ejecutiva desbordada: citas, billetes de avión, tarjetas… La profesión se ha sofisticado. Para algunos, demasiado. Sandra Sáez, una valenciana que empezó a bailar en 1989, cree que ha perdido autenticidad. "Antes bailábamos para desinhibirnos. Ahora, la mayoría lo hace sólo por dinero, dinero, dinero".

Ana llega al 'camerino', un cuartucho de la trastienda custodiado con uñas y dientes por los encargados de seguridad de la sala. Allí, cambiándose de ropa, la esperan Macarena, Estrella y Verónica. Ana se quita las sandalias de suela plana que utiliza a diario y saca de la maleta el vestuario: ropa interior negra, unos zapatos fucsia con ocho centímetros de tacón y un vestido de encaje tamaño camiseta. Ana Roldán, de 23 años, recuerda perfectamente la primera vez que pisó un podio, hace cuatro años. "Acababa de quedarme sin mi curro de camarera y fui por varios garitos pidiendo trabajo. En uno de ellos me preguntaron si sabía bailar. Contesté que no, pero cuando me dijeron que se cobraba 75 euros, me lancé". Aquella noche se sintió ridícula, pero encontró una forma de ganarse la vida y le ha cogido el gusto. Verónica Sánchez, Vero, es menos entusiasta. Tiene 25 años, y desde los 20 esta gaditana se gana la vida bailando. Ha sido gogó en Mallorca, Londres y Madrid. Empieza a cansarse. "Me gustaría encontrar un curro normal, pero luego ojeo las ofertas de trabajo, y para ganar 700 euros, paso".

El podio es estrecho, pero Ana y Verónica se reparten bien el espacio. Cada cinco minutos, Vero baja el filo de la falda que se empeña en dejar al aire su trasero. Un turista japonés se sube al podio decidido a aprovechar esta inesperada ocasión, pero Ana le mira furiosa y el japonés comprende que ha malinterpretado la situación.

Cambio de escenario. Estamos en Fabrik, una discoteca de 5.000 metros cuadrados ubicada en un polígono industrial a las afueras de Fuenlabrada (Madrid) que este domingo abre sus puertas al mediodía para aquellos que nunca ven la hora de volver a casa. Además de la tradicional pista de baile, Fabrik dispone de terraza, río artificial, cascada, palmeras, tienda de merchandising, zona VIP para la gente guapa. Y, por supuesto, gogós.

El camerino, con bancos y casilleros, podría pasar por el vestuario de un equipo de baloncesto de no ser porque está bajo la mesa del pinchadiscos y la música hace temblar las paredes. El calor es sofocante. Son las 14.30, e Iván, el peluquero, está agobiado. Dispone de una hora para peinar a 12 bailarines con crestas, tupés y extensiones. Los gogós, cuatro chicas y ocho chicos, se preparan para la sesión: se ciñen los vestidos con alfileres, untan pintauñas sobre el pecho para adherir un escote rebelde, betún sobre los tacones agrietados… Jouseff Elqacem, un guapo marroquí responsable de todo el tinglado, explica la variedad de sus gogós: "Por un lado están los mazas", dice señalando a Patrick Ngandu, un ex albañil congoleño. "Luego están los fashion, que no tienen por qué estar tan cachas. Es más importante que tengan estilo, que vistan bien. Y por último están las chicas con cuerpazo. Hay que tener variedad, para entretener la vista de todos".

A las 16.00, los primeros gogós salen a trabajar. Bailan de cuatro en cuatro y durante quince minutos. En los descansos, cada uno hace lo que quiere. Matheo, un colombiano muy animado, liga con la clientela. Miguel, un visitador médico que no quiere salir en el reportaje para que sus clientes no le reconozcan, come arroz de un taper. Amparo se tumba a dormitar sobre un banco. Cuando acabe se irá a otra discoteca a seguir bailando. Amparo estudió publicidad y era relaciones públicas. Durante dos años compaginó ambos empleos, trabajando de día y bailando de noche. Cuando se hartó, escogió la opción que le reportaba más ingresos. Y aquí la tienen, embutida en un mono rosa chicle y esperando su turno con los ojos cerrados…

Un gogó cobra entre 60 y 300 euros por bailar unos cinco turnos de 15 o 20 minutos la noche. Si se emplea a fondo, puede sacar 1.800 euros mensuales libres de impuestos, ya que, salvo excepciones, se trata de dinero negro. Eso lo convierte en un trabajo apetitoso. La travesti La Larga (alias muy bien puesto, ya que mide dos metros y está escuálida), peluquera y gogó, explica con desparpajo las ventajas de este trabajo: "Es un dinero socorrido. Por pintarte los ojos y mover el culo, te pagan. ¿Tú sabes la de cabezas que tengo que peinar para sacar lo que saco bailando?".

A veces, muy excepcionalmente, algunos gogós trascienden la barrera y se convierten en personajes conocidos. De entre todos, el nombre que más se repite es el de Menor. Pero no se asusten. Hace seis años que cumplió la mayoría de edad y su nombre de pila es Enrique. El de guerra, un mote que le pusieron a los 17 años, cuando empezó a trabajar en discotecas recogiendo vasos, primero, y de camarero, después. "Un verano me fui a Ibiza de camarero", explica con su amaneramiento dulce. "No pensaba bailar, pero vi el percal. Estaba harto de romperme la espalda, así que me dije: 'Hija mía, ¡a bailar!".

El 3 de junio de 2001, en el Space Ibiza, Menor pisó su primera tarima. La ropa le impedía moverse con soltura y poco a poco fue desprendiéndose de prendas. Hoy baila completamente desnudo, a excepción de un tanga minúsculo y unos zapatos de tacón de diez centímetros "mínimo". Eso es todo. Eso, y un tatuaje que cubre su espalda de hombro a hombro y que dice "Menor". "Menor es mi producto de mercado", dice Enrique. "Pura provocación, que es lo que vende".

Un domingo de verano a las 12.30. Enrique llega al Space of Sound de Madrid apestando a alcohol. Acaba de llegar de Valencia, donde ha trabajado el fin de semana y no ha dormido. Es su ritmo habitual. En el último mes ha pisado pistas de baile de Barcelona, Torremolinos, Alicante, Canarias, Madrid, Zúrich y Bilbao. Enrique entra al camerino y abre su maleta, un amasijo de tacones y brazaletes. Los zapatos no le duran más de ocho semanas. Hoy, el tacón de uno de ellos ha dicho basta y ha salido despedido, así que busca con dificultad hasta dar con uno de recambio.

Menor es uno de los platos fuertes de esta sesión diurna, en la que hoy actuarán otros 17 bailarines. Javier García, el director, asegura que Space cuenta con la mejor animación de Madrid, España y, si le apuras, del mundo. "Las discotecas son una fusión de tecnología y sentidos", explica desde su despacho, sobre la pista, donde bailan cientos de cuerpos sudorosos. "Puedes quedarte mirando una pantalla, a un gogó, o cerrar los ojos y sentir la música. Las discotecas son máquinas de chupar ideas. Tienen que evolucionar, que la gente no se acostumbre. Mantener una animación elevada es carísimo, pero nuestra clientela lo necesita".

Colgada de una pared, en un folio escrito a lápiz, una lista recoge el nombre de cada gogó y su turno de baile. "14.45, Menor", lee Enrique, y se encamina a la pista de baile tambaleante, con un zapato negro y otro naranja. Tras saludar a varios "clientes", como él los llama, sube al escenario y se sitúa bajo el foco. Empieza a bailar y sus problemas de equilibrio desaparecen. Tras cuatro años compartiendo cuerpo, Enrique tiene muy desarrollada la personalidad de su álter ego, "una niñata ordinaria y estilosa que pasa de todo". Cuando el ritmo desciende, Menor se aburre. Bosteza. Se come las uñas y las escupe sobre el público. Cuando vuelve a subir, enloquece, paseando con descaro su cuerpo prieto y depilado ante la mirada atenta de parte de la sala que siguen sus movimientos encandilados.

Alejandro Moreno, de 24, camino del podio
Alejandro Moreno, de 24, camino del podioFEDE SERRA

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Sobre la firma

Carmen Pérez-Lanzac
Redactora. Coordina las entrevistas y las prepublicaciones del suplemento 'Ideas', EL PAÍS. Antes ha cubierto temas sociales y entrevistado a personalidades de la cultura. Es licenciada en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo de El País. German Marshall Fellow.

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