La mala alimentación
- Cataluña. Los últimos datos son preocupantes: Cataluña se ha consolidado en la modernidad de la cultura global. Nuestros niños y niñas ya son capaces de pasar varias horas echados en el sofá -sin rechistar- con artilugios multimedia, zampando bollos y dulces. Hemos escalado posiciones en el ranking de devoradores de mac-hamburguesas y burger-pollos. Y este esfuerzo nos convierte en un país donde el 35% de la población tiene sobrepeso y el 11,4% obesidad. Para saciar tanto apetito (o al contrario, para comernos todo lo que producimos) tenemos unos sistemas de producción de alimentos superindustrializados responsables en buena medida de la contaminación y el empobrecimiento de las tierras y aguas rurales, y de la desaparición de la agricultura familiar. Obesidad, contaminación y despoblamiento rural: tres síntomas del síndrome de la mala alimentación.
- Brasil. Los sin tierra, en su lucha por una tierra que los alimente, se enfrentan a un nuevo acoso: el interés de los terratenientes y las agroindustrias por el cultivo de soja. Estudios de la campaña catalana www.noetmengiselmon.org advierten de las consecuencias que ésta expansión sojera provoca en Brasil. Por una parte, tenemos que, en la búsqueda de más tierras cultivables, avanza la deforestación del bosque amazónico. Sólo en el último año, fue el equivalente a una extensión como Galicia. La soja se apunta pues, como una de las principales amenazas del pulmón del planeta. Y por otra, la dedicación del espacio agrario al cultivo de soja (las hectáreas dedicadas al cultivo de soja actualmente en Brasil son equivalentes a todas las tierras cultivables españolas) limita la producción de alimentos para la población local. Es un verdadero despilfarro que explica que Brasil sufra también una variante del síndrome de la mala alimentación: un 10% de la población brasileña sufre desnutrición crónica y son más de 20 millones los campesinos sin tierra.
Estas dos realidades, a pesar de los kilómetros que nos separan, están interconectadas. La conexión hamburguesa: buena parte de la soja que monopoliza las tierras brasileñas cruza el Atlántico para que con ella nuestro sistema de producción agroindustrial pueda alimentar a sus miles de cabezas de ganado. La cantidad de soja que España importa de Suramérica es producida en una extensión de tierras equivalente a toda Cataluña. Es decir, si quisiéramos mantener estos ritmos de producción y consumo por noso
otros mismos -en realidad, sería una forma de entender la sostenibilidad-, necesitaríamos toda Cataluña dedicada a la producción de
soja. Derribemos la Sagrada Familia, plantemos soja por los arcenes de las autopistas y también en el Camp Nou, que ya es terreno llano y bien regado.
La mala alimentación del Norte necesita de la mala alimentación del Sur, y todos estos males sólo sirven para aumentar la buena nutrición financiera de oligopolios y transnacionales. ¿Hacemos algo? Por lo pronto, considero que sería necesario un debate a fondo en el Parlamento para consensuar cuál será la posición de los representantes españoles en los debates agrícolas de la próxima cumbre de la OMC, que se celebrará en diciembre en Hong Kong. Si nadie hace nada, saldremos de Hong Kong con un marco que dará todavía más facilidades para exprimir y exprimir este modelo de mala alimentación y sus consecuencias.
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