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Reportaje:MODA | ESTILO DE VIDA

Celebrando a Dior

Este año se cumple el centenario del nacimiento de Christian Dior. Una exposición en la casa de su infancia, motor creativo de sus diseños, rinde tributo a una de las figuras más influyentes de la historia de la moda.

Eugenia de la Torriente

Apostada sobre una suave pendiente. Rodeada de flores y árboles. Saludando al mar que rompe bajo el acantilado normando. Así aparece la casa que preside la propiedad de Les Rhumbs el 14 de mayo de 2005. Un edificio de la belle époque que hoy inaugura una ambiciosa exposición: la que celebra el centenario del nacimiento del más famoso de sus habitantes, la que aspira a ofrecer una visión íntima y completa de la esquiva personalidad del más exitoso diseñador de moda francés del pasado siglo: Christian Dior. El rosa de sus muros inspiró sus vestidos; el jazmín de sus jardines, sus perfumes. No es su casa natal, pero sí el espacio más mitificado de su existencia. Un lugar en el que la riqueza de su padre no desaparecía, en el que su exigente madre era dulce y en el que la vida no estaba salpicada por guerras, enajenaciones y temores. El paraíso perdido de la infancia de un tímido y supersticioso compulsivo que hubo de esperar a la cuarentena para atreverse a vivir su sueño. Y tal vez, el motor del incontestable éxito que obtuvo al hacerlo.

Bernard Arnault habla al pie de las escaleras. Es el amo del lujo mundial y el propietario de la marca creada en 1946. Una marca que hoy se ha convertido en el Grupo Dior. Y un grupo que es el propietario de dos empresas hermanas: Christian Dior Couture y LVMH. La primera engloba las actividades de ropa, complementos y joyas para hombre y mujer que se realizan con el nombre del creador, fallecido en 1957 de un ataque al corazón. La segunda es el mayor grupo mundial del lujo, con intereses en moda, alcohol, cosmética o relojería, y la propietaria de más de 50 enseñas, entre ellas Louis Vuitton, Moët Chandon, Loewe, Dom Pérignon o Tag Heuer. El Grupo Dior emplea a 60.000 personas y factura 13.200 millones de euros al año. De ellos, 2.000 millones provienen de las ventas de algún producto relacionado con Christian Dior y 595 millones de euros son responsabilidad directa de Christian Dior Couture. Un peso económico que sobrevuela el homenaje del primer diseñador que apareció en la portada de la revista Time. Además de Arnault y Sydney Toledano, presidente de Christian Dior Couture, pronuncia un discurso el ministro de Cultura francés, Renaud Donnedieu de Vabres, quien ha designado la exposición "de interés nacional". Escoltado por antiguos colaboradores de Dior y periodistas de todo el mundo, declara: "Dior muestra que la cultura es también un motor económico e industrial. La cultura puede crear valor, empleo y riqueza. La cultura está en el corazón de nuestra influencia como país y de nuestro futuro económico". Y es cierto que la historia de Dior es un bello ejemplo de la unión de lo sublime y lo monetario. Un creador capaz de romper su tiempo con una idea nueva. Una idea nueva que genera un enorme beneficio económico y se convierte (ya en 1954) en responsable de un 55% de las exportaciones de alta costura francesa.

Pero antes de que Christian Dior se convirtiera en una etiqueta existió un niño tímido y soñador. Antes de la marca estuvo el hombre. Y su historia alberga aún el aroma de lo misterioso. En parte, porque la compañía no ha querido explotar en exceso el mito del creador en su inagotable y reciente voluntad de rejuvenecer. En parte, porque él mismo diferenció siempre entre esas dos facetas de su vida. Hasta el punto de que su biografía, publicada en 1956, se tituló significativamente Christian Dior et moi. El Christian Dior de ese título, la marca, nació con estruendo en los salones de moda de París el 12 de febrero de 1947, y fue saludado por Carmel Snow, la poderosa directora de Harper's Bazaar, como el artífice de un new look. El moi, en cambio, nació en el seno de una familia burguesa el 21 de enero de 1905 en Granville; era el segundo hijo de un próspero industrial. "Apesta a Dior", se decía cuando el viento traía los olorosos efluvios de la fábrica química familiar. Y para contentar a su mujer, Madeleine, Marcel compró una exquisita villa junto al mar, adonde se trasladaron con sus dos vástagos. Christian Dior tenía dos años cuando llegó a Les Rhumbs. Tal vez tratando de eliminar el olor químico de su fortuna, Madeleine se embarcó en la titánica tarea de crear unos fastuosos jardines. Una tarea en la que contó con la complicidad de Christian, su hijo favorito. Con cara almendrada y ojos dulces, Christian sería el único de los cinco niños Dior que conseguiría romper el rígido código educativo de su madre. Y el jardín fue el escenario de esa conexión.

En esta soleada mañana de mayo de 2005, el rastro de ese jardín en la obra de Dior se percibe fuerte e intenso. Las flores fetiche que utilizaría en sus perfumes, los colores vivísimos, las formas voluptuosas… Más que eso, en realidad. La novedad, el acierto y la revolución de Dior fue concebir el vestir femenino como algo tan delicado y exquisito como las flores de su infancia. "Dibujé mujeres flor, con hombros dulces, busto generoso, cintura de junco y faldas tan abiertas como un torbellino de pétalos", decía Dior de su obra. Una idea en la que abunda John Galliano, que hoy diseña la colección de mujer de la firma: "Compartimos nuestro amor por la naturaleza y la belleza. Y sobre todo nuestro deseo de hacer que las mujeres florezcan. Me siento honrado de estar nutriendo y cuidando de sus flores, y por cortar brotes nuevos cada temporada".

Aunque los Dior alternaron la vida en Granville con la de París (y sus apartamentos allí también tuvieron una notable influencia en la concepción estética de Christian), la casa de Les Rhumbs siempre fue el refugio al que volver. Hasta que la ruina económica se la arrebató. Fue en 1932, poco después de la muerte de la madre, y significó el fin de la vida bohemia y diletante que llevó Christian hasta los 27 años. Aspirante a arquitecto, estudiante de ciencias políticas (su madre soñaba con que fuera embajador) y poseedor de una galería de arte (con el nombre de otro: para Madeleine era un descenso social que el nombre de Dior estuviera en la puerta de un comercio), la principal ocupación del joven Christian fue cultivar la amistad de Christian Bérard o Henri Sauguet y fomentar su pasión infantil por el carnaval y el disfraz. Pero cuando el sueño burgués se acabó, su padre se hundió y tuvo, por vez primera, que buscarse la vida. Fracasó en sus intentos por encontrar un puesto de oficinista o banquero, y una puerta insospechada se abrió: ilustrador de moda para revistas y diseñadores. Profano en la materia, excepto por sus creaciones carnavalescas, descubrió una buena forma de ganarse la vida. Hasta que en 1934 enfermó de tuberculosis, y sólo gracias a la generosidad económica de sus amigos pudo permitirse abandonar París y retirarse a Ibiza. Un tiempo en que comprendió su anhelo por crear algo propio. Había comprado obras de arte, había dibujado las ideas de otros, pero Christian quería dar un paso más y ser responsable de algo. De algo nuevo.

Pero esta determinación chocaba con el carácter de un hombre que no tomaba decisión alguna sin consultar con su pitonisa. Y que nunca pudo superar la oposición de sus padres a que se dedicara a un oficio artesanal, a que hiciera algo con sus propias manos. Aun así, en 1938 empezó a trabajar como diseñador en la casa de costura de Robert Piguet y después en la de Lucien Lelong. Allí estuvo hasta que empezó a coquetear con la idea de establecerse por su cuenta. Un paso que su compañero de taller Pierre Balmain dio en 1945. Poco después, Dior recibió una suculenta oferta: el más poderoso industrial textil francés, Marcel Boussac, quería contratarle para su firma Philippe et Gaston. A los 41 años, de alguna manera, Christian encontró la determinación que antes le había faltado, y se plantó. Sólo abandonaría Lelong para crear su propia casa. Una que recuperara la excelencia de la costura francesa y el placer de vestir, recortado por las restricciones de la guerra. Una que partiera de los códigos clásicos de principios de siglo y los reformulara por completo. A Boussac, la idea le tentó y decidió invertir: nada menos que seis millones de francos. Una cifra escandalosa para la época (Balmain creó su propia firma con unos 600.000 francos), que con el tiempo subiría hasta alcanzar los 60 millones de inversión. Lo curioso es que se embarcó Dior gracias al buen augurio que le dio encontrarse una estrella de metal mientras iba pensando en su futuro.

En la casa de Granville, en una vitrina contigua al traje de 1947 que dio nombre al New Look (una chaqueta entallada, con espaldas redondeadas y una falda muy voluminosa), está esa estrella. Dior la conservó siempre, y, de hecho, la convirtió en uno de sus iconos. Fue un hombre tan supersticioso como para iniciar su biografía relatando una anécdota relacionada con la adivinación. Tenía 14 años y una pitonisa le leyó la mano en una feria: "Te encontrarás sin dinero, pero las mujeres te serán beneficiosas y gracias a ellas tendrás éxito. Obtendrás grandes beneficios y te verás obligado a hacer grandes viajes". Con ironía, Dior recordaba que en aquel momento la predicción parecía hablar más de la trata de blancas que de la alta costura. Pero esa anécdota también le servía para preguntarse si sus padres (que entonces sonrieron al oír hablar de grandes viajes respecto a un niño al que costaba salir de casa) le hubieran reconocido al embarcarse en la aventura de Christian Dior, como a él le gustaba llamarla. Una aventura que significó la creación de un nuevo concepto y de una etiqueta cargada de valores y simbolismo que se imprimió en vestidos y perfumes. Para algunos diseñadores, la creación de una fragancia es una especie de peaje comercial. Para Dior fue un paso más en la creación de un universo propio, completo y totalmente nuevo. Olores, complementos y telas establecen un diálogo comunicativo y creativo en un concepto visionario de lo que será una firma de moda. "El perfume es el complemento indispensable de la personalidad de una mujer. El toque final de un vestido, la firma de Lancret en sus pinturas", solía decir Christian. Y para ese capítulo, como hizo en casi todos los importantes de su vida, confió en un amigo. Serge Heftler-Louiche y Dior veraneaban juntos en Granville y se reencontraron en la década de los cuarenta. Uno, empleado en Lucien Lelong; el otro, convertido en director financiero de François Coty y propietario de una empresa de cosmética. Juntos lanzan en 1947, en paralelo al New Look, una creación no menos inspirada en Granville: Miss Dior.

La importancia de los perfumes en la historia de Dior queda clara al acceder a la sala principal de Les Rhumbs. En un espacio privilegiado, frente a la cristalera que preside el salón, se han colocado las vitrinas que muestran la evolución de los frascos, las formas y la identidad de las primeras fragancias de la casa: Miss Dior, Diorama (1949) y Diorissimo (1956). El responsable actual de los perfumes, Thomas Du Pre, habla con pasión frente a ellos. Además de la exposición, uno de los puntos claves de esta celebración de cumpleaños es el lanzamiento de Miss Dior Cherie, una reelaboración de la fragancia fundacional. "La filosofía de Christian Dior es la creación de algo totalmente nuevo a partir del clasicismo. Así que, después de que John Galliano reformulara el traje Bar, del New Look, para la colección de ropa, pensamos en hacer lo mismo con el primer perfume", cuenta. A su alrededor, vestidos inspirados en olores, y olores que siguen la estela de un pliegue, de una falda. Piezas de los archivos Dior, pero también del Museo de Kioto o del MET neoyorquino. Y dos curiosidades. La agenda de Dior de 1957 abierta por su última anotación: "13 de octubre: salida para Italia". No hay nada más escrito, porque Dior nunca volvió de ese viaje. Murió el 24 de octubre en un balneario de Montecatini. Y la segunda curiosidad: un álbum de fotos tomadas por su cuñado que muestran el esplendor de los jardines de Granville. Un álbum que llevó siempre consigo.

La exposición 'Christian Dior…, homme du siècle' permanecerá abierta hasta el 25 de septiembre en el Museo y Jardín Christian Dior de Granville (Normandía, Francia).

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