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Columna
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La 'Wikipedia' engorda

Estoy engordando por culpa de Internet. Para los que nos dedicamos a estar sentados todo el santo día delante de una máquina de escribir, la única manera que teníamos de quemar calorías era consultar voluminosas enciclopedias. Hubo un tiempo no muy lejano en el que, cuando te asaltaban dudas, tenías que levantarte, viajar hacía la estantería de los diccionarios, buscar el tomo correspondiente que como mínimo pesaba cinco kilos, consultarlo de pie, repetir la tabla gimnástica varias veces porque generalmente un artículo remitía a otro, sobre todo en las buenas enciclopedias, aprovechar el momento de la consulta ilustrada para ir al cuarto de baño y darse una vuelta por el pasillo para aclararte las ideas por distanciación mental, y luego, por último, volver a recuperar la posición sedentaria, rígida y concentrada, nada repantigada, ante la página o la pantalla en blanco, lo cual implicaba un nuevo esfuerzo.

Acabo de leer en Internet que el simple ejercicio de levantarse del lugar del curre sedentario, estirar las piernas, mover los músculos y hacer un par de elementales ejercicios de gimnasia sueca, excuso decir levantar diccionarios de cinco kilos, equivalía a quemar las mismas calorías que acumula el cuerpo con un yogur no descremado, no desengrasado, no descalorizado y sin apenas hidratos de carbono, lo cual es prácticamente imposible de encontrar en la actual sección láctea de los supermercados, cuyos envases proclaman a la una el famoso e insípido 0,0% de todo.

Ya no recuerdo la última vez que consulté una voluminosa enciclopedia encuadernada y esa vagancia empieza a notarse mucho en mi sobrepeso. Me he pasado a los yogures 0,0, claro, pero cada vez que no me muevo de mi posición de escriba cuando tengo una necesidad enciclopédica, cada vez que no me levanto de la mesa en busca de un macizo diccionario, generalmente la Britannica, es como si hubiera devorado un yogur de los de antes de la revolución calórica. La culpa de mi gordura actual la tiene Internet, ya digo, porque ahora no hago el mínimo esfuerzo por levantarme y estirar los músculos cuando mi cultura patina o no estoy seguro de algo, que es cada vez más frecuente a medida que pasan los años.

Permanezco sentado en sesión continua, rígido todo el tiempo, sin desviar la mirada de la pantalla, acumulando por omisión yogures calóricos, porque las nuevas máquinas de escribir, y leer, tienen incorporadas en sus entrañas digitales todos los diccionarios de dudas posibles: el de la Real Academia, los ortográficos y gramaticales, el de sinónimos, los de cualquier lengua extranjera (incluidas las autonómicas o federales), incluso tengo uno que incluye los viejos refranes y las actuales jergas callejeras. Y cuando las dudas son mayores, son enciclopédicas, ahí está la permanente conexión ADSL a la Red para resolver cualquier problema de conocimiento local o global. Confieso que le he puesto los cuernos al doctor Diderot por culpa del doctor Google, y a la enciclopedia Britannica por causa de la Wikipedia (también gratuita y on line) del señor Wales.

Ya sé que no es lo mismo, pero la mayor parte de las interrogaciones que me asaltan para escribir, aunque no para vivir, las resuelve en un santiamén esa santa alianza entre el popular motor de búsqueda de Internet y esa no menos masiva enciclopedia wiki (www.wikipedia.org) que estos mismos días acaba de batir el récord de mi querida y olvidada Britannica, con 600.000 artículos en 39 lenguas y un tráfico mensual, ojo al parche virtual, de 400 millones de pageviews entre lectores y redactores. Porque además resulta que este nuevo robot enciclopédico funciona gratis total en las dos direcciones y a las mil maravillas: como lectores curiosos y como redactores de base al mismo tiempo porque la Wikipedia abierta del doctor Wales, que se presenta a sí mismo como el Diderot del nuevo milenio, es interactiva; lo cual es una novedad en el viejo arte de las enciclopedias en general y de la Ilustración en particular.

Cuando sentado consulto la Wikipedia, si no estoy de acuerdo con la definición final de un artículo, producto a su vez de miles de aportaciones espontáneas, escribo por el método wiki mi propia versión del asunto y la añado a la discusión permanente de esa enciclopedia del nuevo milenio, que empezó a funcionar el 15 de enero de 2001. Sólo un par de veces he logrado que en la versión final de un artículo de la Wikipedia se incluyeran mis añadidos, y les aseguro que cuando supe de mi éxito anónimo tuve una eyaculación de adrenalina yoísta, en plan deporte extremo, que compensó buena parte de la cantidad calórica de yogures antiguos que mi cuerpo había acumulado por no haberme levantado de la mesa de trabajo a consultar mis viejas y pesadas enciclopedias. Yo siempre había soñado en mi vida pasada con formar parte del equipo de Diderot y D'Alambert, y ya está.

¿Es la Wikipedia la nueva Enciclopedia? ¿Son las masas internautas del nuevo milenio las que desempeñarán aquella función ilustrada de las élites francmasonas en el siglo XVIII? La discusión está abierta, pero yo sólo sé que la Wikipedia sigue engordando, y yo con ella.

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