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Columna
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El fabricante de realidades

Lluís Bassets

Karl Rove se halla muy cerca del ojo del huracán. Este asesor de Bush puede pasar a la historia como el personaje más importante de sus dos presidencias. Lo que Henry Kissinger fue para Richard Nixon es Karl Rove para George W. Bush. El primero, un intelectual con enorme conocimiento y sentido de la historia, dejó su huella en los grandes cambios en el tablero internacional que se produjeron mientras fue secretario de Estado: la apertura diplomática hacia China, la firma del tratado de limitación de armas nucleares estratégicas y el final de la guerra de Vietnam. El segundo, muy en el aire de nuestra época, destaca por su capacidad para organizar campañas electorales, establecer estrategias persuasivas para imponer puntos de vista de difícil aceptación y, finalmente, moldear la opinión pública a través de la manipulación de los medios de comunicación. Si uno fue un genio de la diplomacia, el otro lo es del marketing político.

Durante el primer mandato de Bush, el Maquiavelo del Washington contemporáneo se mantuvo en la sombra. Pero con la victoria de noviembre de 2004, que fue toda entera suya, esta figura oronda y risueña ha adquirido mayor protagonismo. Recientemente levantó las iras de los demócratas cuando aseguró que, mientras los conservadores declaran la guerra al terrorismo, los liberales -el equivalente de los progresistas europeos- ofrecían terapia y comprensión a los terroristas. Sus argumentos, que caen como agua de mayo en las filas del conservadurismo norteamericano, suenan casi como una traslación de los que recita Aznar sobre el terrorismo y sus causas indescifrables, el desmembramiento de la patria y el protagonismo internacional fantástico alcanzado por España en los buenos tiempos del trío de las Azores.

Fue clara la impronta de Rove en el reciente discurso de Bush en Ford Bragg, con motivo del aniversario del traspaso de soberanía al Gobierno provisional iraquí. "Vamos a evitar que Al Qaeda y otros terroristas extranjeros conviertan Irak en lo que fue Afganistán bajo los talibanes, un refugio desde donde lanzar ataques contra América y nuestros amigos", dijo. Es el mundo al revés: en el orden racional de los acontecimientos, en la lógica entre causas y efectos, y en la relación entre palabras y hechos. Ha quedado suficientemente probado que no había en Irak armas de destrucción masiva, que Al Qaeda no tenía relación con Sadam Husein y que el déspota iraquí nada tuvo que ver con los atentados del 11-S. No importa: Bush insiste en levantar la bandera del 11-S para justificar la invasión de Irak y la permanencia indefinida de las tropas norteamericanas en el país árabe.

Ron Suskind, autor de un libro imprescindible para entender lo que está pasando en Washington (El precio de la lealtad. George W. Bush, la casa Blanca y la educación de Paul O'Neill, Ediciones Península), ha contado en uno de sus reportajes una anécdota iluminadora sobre un asesor de Bush, que bien pudiera ser el propio Rove: "El asesor me dijo que tipos como yo estaban en lo que llamamos la comunidad basada en la realidad, que él definió como la gente 'que cree que las soluciones proceden del estudio racional que hacéis de la realidad aparente'. Asentí y murmuré algo sobre los principios de la ilustración y el empirismo. Me cortó rápidamente. 'Así ya no funciona el mundo. Ahora somos un imperio y cuando actuamos, creamos nuestra propia realidad. Y mientras vosotros estudiáis esa realidad, de forma racional, nosotros actuamos de nuevo creando otras realidades, que también podéis estudiar, y así es como son las cosas. Somos protagonistas de la historia, y vosotros, todos vosotros, os quedaréis ahí estudiando lo que nosotros hagamos'".

Ahora un juez quiere saber quien filtró desde la Casa Blanca a la prensa el nombre de un agente de la CIA, incurriendo en delito federal. Pocos dudan de que fue Karl Rove. Pero hay que probarlo, y su abogado niega que lo haya hecho, al menos "a sabiendas". Una periodista que sí lo sabe y no quiere revelar sus fuentes a la justicia irá ahora a la cárcel. Los jueces norteamericanos todavía viven en la comunidad basada en la realidad y esto es algo que puede acabar pasando factura a Rove y a su patrón. Pero de momento, la única factura la está pagando la libertad de prensa. Si los periodistas deciden revelar sus fuentes, será más difícil que en el futuro se consigan informaciones relevantes de fuentes anónimas. Y si prefieren ir a la cárcel, su ejemplo desanimará a periodistas y medios de comunicación a enfrentarse con el Gobierno.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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