Los soldados de Haití
Haití es un pequeño y muy pobre país caribeño en el que Naciones Unidas se comprometió el 30 de abril de 2004 a garantizar los derechos humanos, la estabilidad institucional y la seguridad de sus ocho millones de habitantes, aterrorizados por bandas de asesinos y delincuentes, más o menos al servicio de violentos líderes políticos. El mandato del Consejo de Seguridad, inusualmente serio en el sentido de autorizar el uso de la fuerza por parte de las tropas internacionales, fue ampliado hasta febrero de 2006 para dar tiempo a que se celebren elecciones generales, previstas para octubre próximo, y a crear una policía haitiana capaz de imponer orden. En este momento hay en Haití 6.207 cascos azules procedentes de 20 países (200 de ellos españoles) y 1.288 policías llegados de 34 lugares distintos del mundo (35 de ellos, de España).
Pero, hoy por hoy, ni se ha logrado avanzar en el censo (según recoge la agencia France Presse están inscritos poco más de 180.000 votantes de los 4,5 millones de electores potenciales), ni se ha conseguido controlar a los innumerables gangs que secuestran, asesinan e imponen el pánico en barriadas enteras, ni se ha logrado potenciar una fuerza de orden público, la Policía Nacional Haitiana (con sólo 5.000 miembros), que no sea tan cruel y arbitraria como la anterior.
"A cuatro meses de las elecciones generales, el país sigue sumido en el miedo", titulaba hace seis días un diario local. En los últimos meses, han muerto cinco cascos azules y se ha secuestrado a quince funcionarios internacionales. A cuatro meses de las elecciones (que muy probablemente acaben retrasándose), la ONU no ha sido capaz de hacer lo que prometió: quizás por falta de medios, quizás por falta de voluntad, pero lo cierto es que Naciones Unidas está dejando pasar una gran oportunidad de demostrar que sus métodos sirven para algo. No quedan ya muchas ocasiones. La ONU fracasó en los Balcanes (con la vergüenza de Sebrenica) y está fallando en una operación mucho más pequeña y teóricamente manejable: Haití. Absortos todos en Irak, donde Naciones Unidas no tiene competencias ni capacidades, Haití languidece en el caos y la violencia.
La cuestión es si tenía razón el ministro de Defensa, José Bono, cuando amenazó con retirar los 200 infantes de marina españoles si no llegaban inmediatamente los millones de dólares prometidos y no desembolsados por los países donantes -curiosamente, los más atrasados en el pago son los países miembros de la Unión Europea, atrapada en mil vericuetos legales-.
La cuestión es si tiene sentido mandar soldados "para quedar bien" desde un punto de vista político y diplomático (Haití es una operación encabezada por países latinoamericanos); si tiene sentido mantener un esfuerzo militar sin su correspondiente apartado civil y si los parlamentarios españoles no deberían prestar más atención a los resultados concretos, sobre el terreno, del despliegue de los casi dos mil soldados y 45 policías españoles que participan actualmente en misiones de paz patrocinadas por la ONU (Haití), la OTAN (Afganistán) o la Unión Europea (Balcanes).
Aunque quizás Bono debería empezar por aplicarse la regla a sí mismo o a sus colegas de Gabinete: el Gobierno español se ha comprometido a enviar unos cien expertos civiles a Qual-i-Naw (Afganistán) para integrar lo que se denomina una Patrulla de Reconstrucción Provincial (PRT en sus siglas inglesas). Los civiles estarán protegidos por otros tantos militares españoles que se instalarán con ellos para garantizar su seguridad. De momento, como dice el ministro, "los soldados ya están", pero de los civiles no se sabe absolutamente nada. Y entonces, ¿para qué mandar a esos 100 soldados si no acompañan a 100 ingenieros, expertos agrícolas, arquitectos o especialistas en organización administrativa, política o judicial? solg@elpais.es
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