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Reportaje:64ª FERIA DEL LIBRO DE MADRID

La poesía enseña con rabia su riqueza

Una antología de Cervantes convive en la feria con títulos de autores debutantes y malditos

"Yo soy de los que creen que la poesía, la gran poesía, está inseparablemente unida a la vida".

Eso escribe Ángel González (Oviedo, 1925) en La poesía y sus circunstancias, reunión en Seix Barral de antiguos y nuevos textos críticos, autocríticos y laudatorios. Tras los elogios a Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Gabriel Celaya, Emilio Alarcos o Luis García Montero, entre otros muchos, el autor de Tratado de urbanismo dedica la última parte del libro a explicar cuál es y ha sido el contexto vital, moral y personal del que surgen sus poemas.

"Yo sé algunas cosas que están en torno a y en el origen de mi poesía, pero sé poco de ella", escribe. Para explicarlas, González se define aquí y allá como poeta autodidacto, pesimista, social, erótico-amoroso, de la experiencia...; y, huyendo de las rígidas teorías de los críticos formalistas, pone su obra en relación con las situaciones históricas que ha vivido y, más bonito aún, con sus propios orígenes familiares.

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Habla de su nacimiento: "Nací muy tarde, cuando mi hermana Maruja, la más joven de mis tres hermanos, tenía ya 15 años". Habla de su padre, profesor en la Escuela Normal que murió cuando él tenía 18 meses. Habla de su hermano Pedro, marino, revolucionario, socialista y soldado republicano que se convirtió en su gran mito infantil y acabó exiliándose tras la guerra. Y cita a su hermano Manolo, "politizado sólo en teoría", que "se quedó en casa y lo mataron".

Después habla de su madre, "un personaje excepcional" que le obligó a estudiar a costa de mucho sacrificio. Y de su segunda madre, su hermana Maruja, maestra y gran lectora de poesía, que fue quien le inoculó el veneno.

En ese punto, González abandona un momento la prosa y anota el principio del poema Recuerdo muchas veces a mi madre: "Recuerdo / bien / a mi madre. / Tenía miedo del viento, / era pequeña de estatura, / le asustaban los truenos / y las guerras".

Luego, recuerda: "Lo importante para ella era ser bueno y honesto. Es posible que en mi poesía haya quedado la nostalgia del mundo de bondad en que creía mi madre, opuesto a una realidad donde esos valores no contaban demasiado. Probablemente esa decepción es lo que me lleva a hablar de las ruinas, de los escombros, de los despojos y todo eso".

La sabiduría de Ángel González no deja aparentemente cabos sueltos en ese breve y fragmentario relato histórico-autobiográfico, una delicia que intercala noticias de amigos, viajes y lecturas con extractos de poemas relacionados con todo ello.

En otro momento, apunta: "Mi insistencia en la lectura de la poesía comenzó durante la época de la tuberculosis, cuando estuve enfermo, porque la poesía es una lectura que no se gasta; en cambio, lees una novela y ya está gastada".

Bueno, quizá no todas, pero la idea a lo mejor explica el aluvión de títulos de poesía que las editoriales españolas han coincidido en presentar estos días, al calor de la feria. Una torre de libros en la que cabe todo. Jóvenes, debutantes, malditos, rescates, nuevas colecciones, clásicos...

José Manuel Caballero Bonald ha preparado y prologado para Seix Barral una amplia antología de los versos de Miguel de Cervantes, poeta denostado en aquel tiempo viperino. Caballero, siguiendo a Cernuda ("leamos ya sus versos con menos telarañas en los ojos"), ha redescubierto valores y sorpresas: "La espectacular sombra del Quijote oscureció todo lo demás, y aunque Cervantes fue un poeta irregular, eso no impidió que dejara poemas brillantes, airosos y de mucha gracia expresiva".

"Algunos dirán que ésta es una edición oportunista, por lo de la verbena del IV centenario del Quijote, pero a mí me ha gustado mucho releer su poesía", añade. "Varios poemas espléndidos y memorables de La Galatea, églogas parecidas a las de Garcilaso o Fray Luis de León, los sonetos del Quijote, las poesías sueltas...".

Para el poeta gaditano, su Cervantes favorito ("yo, socarrón, yo, poetón ya viejo", "más versado en desdichas que en versos") es el que no está en los manuales: "El Viaje del Parnaso me parece lo más convencional, el elogiado soneto al túmulo de Felipe II sigue sin gustarme... Prefiero ahondar en la poesía popular de su teatro; ahí es equiparable a cualquier otro poeta del Siglo de Oro, incluidos Góngora, Quevedo, Lope, Bocángel o Soto de Rojas. Quizá es verdad que como poeta fue demasiado tradicionalista y se quedó rezagado, pero hay un hecho indiscutible: el Quijote sólo lo pudo escribir un gran, auténtico poeta".

Poeta de una pieza y muchas caras, irónico a ratos, desgarrado otras veces, amoroso, atormentado, frívolo o gamberro, cubanísimo siempre. Así es más o menos, según Joaquín Juan Peñalva, la personalidad y la poesía del dramaturgo, novelista, cuentista y poeta mucho tiempo invisible Virgilio Piñera (1912-1979), del que Huerga y Fierro edita la antología La vida entera (1937-1977).

Su antólogo cuenta que el admirador y luego enemigo íntimo de Lezama Lima guardó cientos de poemas en unas cajas que sólo ahora se van abriendo; por eso el libro reúne las dos únicas selecciones personales que realizó el autor antes de morir: La vida entera, que incluye los poemas escritos entre 1941 y 1968, y Una broma colosal, con los que compuso en sus últimos 10 años de vida.

Al estilo del Siglo de Oro (fue un empedernido cultivador de sonetos, dice Peñalva), Piñera dedicó varios poemas a Lezama (y uno a su mujer); el último fue a título póstumo, y decía: "Por un plazo que no puedo señalar / me llevas la ventaja de tu muerte: / lo mismo que en la vida; fue tu suerte / llegar primero. Yo, en segundo lugar".

Libre como pocos pese a su larga vida de encierros en psiquiátricos, Leopoldo María Panero (Madrid, 1948) vuelve a la carga en plena forma, con dos libros en uno. Huerga y Fierro edita Poemas de la locura seguido de El hombre Elefante.

Panero sigue siendo Panero, sólo se parece a sí mismo, pero resulta difícil decir que se imita a sí mismo porque siempre suena nuevo. Aunque ahí está su sello: la misma rabia, el mismo desencanto, la misma potencia. En la primera parte, escribe: "Me he vuelto loco / pero ahí afuera sigue / el rumor sórdido de la vida / y es como si el dolor fuera poco / como si hiciera falta otra vuelta de tuerca /otra vuelta de tuerca más, todavía / a la bondad humana: a hombres / que arrastran mis pies / borrachera hedionda de silencio / como un ruido al fondo de la vida".

Y en la segunda deja este otro puñetazo malditista, simplemente titulado Ciervo: "Como otros a una mujer yo canto a la ruina / Al dorado esplendor de la catástrofe / ¡Oh! muerto rodeado de ángeles / ¡Oh! perfección del desastre / Soy la esposa del desastre / Soy el ritmo de la nada en la sombra / Soy una caricia en mi cabeza calva / Soy el rezo de mi pene y el esplendor de mis dientes / Y un ciervo galopa sobre la página".

No de culto, al menos todavía, sino bastante oculta, es la poesía de Javier Reverte (Madrid, 1944), escritor de raza y éxito aventurero y viajero que ha reunido en Plaza y Janés su trabajo completo desde 1979 hasta 2004. Ahí están los poemas de su primer libro, Metrópoli (1979-80), El volcán herido (1981-86) y Trazas de polizón (1992-2004), que da título al volumen.

"La poesía ha sido para mí una suerte de ejercicio de supervivencia", explica Reverte en el prólogo. Casi todos los poemas surgieron "del instinto y del coraje", durante sus viajes, y fueron anotados en servilletas de papel, billetes de avión, sobres, periódicos... Luego, los ordenó durante un ataque de malaria ("casi me mata"). Quizá por todo eso, la mayoría son breves y guasones: "Larga es la vida, / alta la fatiga, / ancho el deseo, / corta la muerte, / ciertos los besos".

De besos, polvos y otros intercambios y maltratos anda sobrado el agitador y nada políticamente correcto libro de Xabier Vila-Coia, poeta visual, vigués y visceral nacido "en mayo del 69", que ha volcado en El hombre masa y la mujer panadera (editado por él mismo en Lapinga Ediciones) sus reflexiones, diatribas y vivencias (en prosa, poesía e imágenes) sobre el sexo y la política.

Sin autocensuras ni, asegura, intención de provocar ("¡soy así!", expreso con libertad total lo que pienso y lo que siento"), con un humor a veces brutal y otras soterrado, Vila-Coia escribe, por ejemplo: "Ni un niño sin padres / Ni una mujer sin marido / Ni un empresario sin esclavos / Ni un policía sin pistola / Ni un rico sin dinero / Ni un cura sin parroquia / Ni un presidente sin Gobierno / Ni un militar sin ejército / Ni un rey sin princesa / Ni un reloj sin dueño / Ni un condón sin agujeros".

La editorial Trea contribuye a la aventura con una bella colección minúscula: obras de Berta Piñán, Enrique García, Carmen Pallarés y Xavier Palau.

Otros nombres que apuntan talento y vocación son Agustín Fernández Mallo (A Coruña, 1967), un físico que publica Joan Fontaine Odisea (en La poesía, señor Hidalgo); el debutante Óscar Aguado, ganador del I Premio Nacional de Poesía Joven de la Universidad José Hierro con el memorable título de Yo fui el negro que escribió la Biblia; Jorge Álvarez, madrileño de 1980, que comparece con La puerta de todos (Nuevosescritores), y Roberto Loya (Madrid, 1961), que titula su segundo libro Artaud en la India (Calambur).

Ángel González, ayer en Madrid.
Ángel González, ayer en Madrid.LUIS MAGÁN
Virgilio Piñera (a la izquierda) y Leopoldo María Panero.
Virgilio Piñera (a la izquierda) y Leopoldo María Panero.RICARDO GUTIÉRREZ

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