Los colores de Irán
Marjane Satrapi es la única dibujante iraní de cómics. En 'Persépolis' narró su biografía en blanco y negro. Ahora, en color, ha pintado en Barcelona un mural para una exposición. En él ha trasladado sus experiencias en Europa y su visión de Occidente.
Marjane Satrapi manipula un aparato de radio mínimo mientras mira a distancia el lienzo que está a punto de pintar: va pasando de una emisora a otra hasta que da con una canción de Aretha Franklin, y eso la pone en sintonía para encender un cigarro, dar un trago a su café y mojar el pincel en un recipiente desbordado de pintura negra. En el lienzo, que tiene las dimensiones de un mural, ya ha trazado con lápiz las directrices de su composición, un tumulto de cuerpos que tienen algo de personajes de cómic, aunque cuando le digo esto a Satrapi, ella me responde con una cortesía colérica: "Esto es un mural, no un cómic". Y yo, sin hacer mucho caso a su cortesía y seguro de que algo de cómic hay ahí, comienzo un reclamo que se queda en puro embrión: "Sí, pero algo tendrá que ver ". Y entonces, apuntándome con los dos dedos en los que lleva cogido el cigarro y dejando que Aretha Franklin, que sigue de fondo, le mueva rítmicamente un pie, zanja la cuestión: "No, esto es un mural, una pintura grande, no un cómic. ¡Estoy pintando un mural!", y entonces me da la espalda y aplica la primera pincelada negra. Satrapi trabaja, encerrada en una de las salas del Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB), en este mural que será parte de una exposición colectiva titulada Occidente visto desde Oriente, perspectiva que a Satrapi le fascina y le irrita, y esta obra que pinta, supongo, será otro de esos exorcismos que ha ido haciendo en los últimos años esta mujer que ostenta el título de ser la única dibujante iraní de cómics.
Con unos dibujos en blanco y negro de alto contraste va narrando su autobiografía; el personaje principal, una muchacha iraní que deja su país para vivir en Europa, es ella misma contándonos en capítulos lo que va experimentando en Occidente, que es justamente lo que pinta en el mural del CCCB, encerrada en esa sala donde, además de Aretha Franklin y yo, está el fotógrafo que va registrando sus trazos, capturando las imágenes que después acompañarán estas líneas. "Ya lo tengo", le digo a Satrapi, "este mural es como un cómic reconcentrado; como uno de sus libros, que pueden leerse de un solo golpe de ojo". Y en cuanto digo esto quita el pincel del lienzo y se encara conmigo para decirme, con una calma crispada que me invita a cambiar de tema: "Es un mural, ¿vale?".
El cómic de aires autobiográficos de Marjane Satrapi se titula Persépolis, y es un éxito editorial, en cuatro tomos, que ha vendido miles de ejemplares. En el tomo 3, por ejemplo, vemos a Satrapi recién llegada de Irán y enfrentándose de golpe con el mundo occidental, diciendo cosas como: "Va a ser guay ir a la escuela sin el velo, sin tener que golpearme todos los días por los mártires de la guerra"; o paseando por un supermercado austriaco y metiendo en el carrito toda clase de lejías y detergentes perfumados, que le hacían mucha ilusión; o poniendo en práctica, al pie de la letra, esa idea occidental de Simone de Beauvoir de que si las mujeres hicieran pipí de pie, su concepción del mundo cambiaría, y entonces Satrapi, o más bien su versión en cómic, se pone de pie, se levanta la falda y pone en marcha su visión de Oriente sobre Occidente, con un resultado catastrófico: "Lo probé, pero me goteaba por la pierna izquierda. Era un poco asqueroso". Los cuatro tomos de Persépolis no sólo tratan de las desventuras de Satrapi durante su choque frontal contra Europa; también ilustran al lector sobre Irán, sobre la revolución islámica, sobre el uso del velo, sobre la guerra , una visión de primera mano del mundo islámico que no suele encontrarse en un cómic.
"El problema de los cómics es que son los bisexuales de la cultura", dice Satrapi mientras busca otra canción en su radio mínima y, no sé cómo, da con otra canción de Aretha Franklin. "Quiero decir que la gente, o escribe, o dibuja; se suele entender la heterosexualidad y la homosexualidad, pero la bisexualidad ya es algo más complicado. A mí me gusta escribir y dibujar, éste es el primer problema. El otro es que el dibujo, el cómic, está asociado con los niños. El cómic es el único arte donde dibujar es escribir, y esto no es como escribir algo, sino como no escribir lo que ya has dibujado. Por ejemplo, estoy sentada en un sofá, muy enfadada, y mi madre entra en la habitación; la miro y le digo: 'Mamá, ¿en dónde estabas?'. Lo que hago aquí no es escribir todo esto, sino dibujarme enfadada y sentada en un sillón viendo cómo mi madre entra en la habitación, y entonces sí escribo: 'Mamá, ¿en dónde estabas?'. Éste es el lenguaje del cómic, llámalo menor si quieres, no me importa; el cómic es un medio, y en éste hablo de política, de ejecuciones ".
"De cosas nada cómicas", le digo, y ella, otra vez dejando que su pie se mueva según el ritmo de Aretha, puntualiza: "Sí, pero el cómic no tiene que ser cómico, es más bien una novela gráfica; es como si yo te digo a ti: tú eres escritor, así que no utilices el humor, escribe como un escritor serio. Además, todo esto no es problema mío", concluye. Pues mío casi tampoco, pienso, y por instinto de supervivencia no digo nada, porque Satrapi ya ha cogido nuevamente su pincel y, mientras reemprende su labor, empieza a decir que lo poco que se sabe de Irán en Occidente, descontando las noticias bélicas, se sabe por el cine, y entonces yo caigo en la cuenta de que el estremecedor cineasta Abbas Kiarostami es iraní. Ya para entonces he notado, y la cosa empieza a obsesionarme, que cada vez que Satrapi pronuncia la sentencia "we the iranians" ("nosotros los iraníes") en su inglés tocado por el francés, parece que dice "we the uranians" ("nosotros los uranianos").
"Irán es un país muy grande; era el imperio persa donde convivían turcos, árabes, mongoles, griegos, romanos Irán, como país, existe hace 4.000 años, así que hemos tenido una buena dosis de intercambio cultural", me dice Satrapi cuando le pregunto por las influencias occidentales de su niñez. "De niña leía periódicos iraníes, y Astérix, y Tintin en persa. Vengo de una familia muy abierta: mis padres me llevaron a ver Belle de jour, que es una película que entonces podía verse en cualquier capital del mundo; fui niña en Teherán en los setenta, y entonces oía lo mismo música iraní que música disco en inglés; crecí en un país que estaba verdaderamente abierto al mundo occidental. Desafortunadamente, nosotros sabemos más de ustedes que ustedes de nosotros; en Occidente, cuando dices que vienes de Irán, de inmediato te dicen: 'Las mil y una noches'. Y la verdad es que tenemos muchas otras cosas, vidas normales que no son la de Scherezade, también puedes ser otras cosas. En Irán, por ejemplo, puedes comprar y leer un libro de García Márquez, o de los poemas de García Lorca, o ver películas de Buñuel".
Y mientras enciende otro cigarro y bebe un poco de café, se queja de los estereotipos que de los países árabes tiene la gente de Occidente, y acto seguido me pregunta que dónde he nacido yo, y mi respuesta cae como un balde de gasolina al fuego: "En México", le digo. "Ahí tienes", dice abriendo desmesuradamente los ojos, como la Satrapi que vive en sus cómics, "el estereotipo de México es el de un país lleno de ladrones y traficantes de droga donde todos hacen siestas muy largas". "Vale, vale", le digo, "no se desvíe del tema, que estábamos hablando de su infancia en Irán". Pero ella, en lugar de hacerme caso, me hace una pregunta que provoca una carcajada del fotógrafo: "Y en Ciudad de México, ciudad donde viven veinte millones de personas, ¿son todos mariachis?".
Después de la carcajada reparo en que Bob Marley ha sustituido a Aretha Franklin en la radio mínima y que Satrapi no ha corrido a darle al dial, así que supongo que debe gustarle, y antes de que la entrevista se nos desquicie le pregunto sobre el asunto de los símbolos religiosos en Francia, país en el que vive desde 1994, y le recuerdo un artículo suyo sobre el tema que publicó en el diario británico The Guardian. "Mira", empieza a decirme con un perceptible cabreo, después de abandonar su pincel y su café, y de sentarse en una silla frente a mí, "hace unas semanas murió el papa, y aun cuando Europa presume de secularización, las banderas se pusieron a media asta aduciendo que se trataba de un jefe de Estado; pero resulta que en la misma semana murió el príncipe Raniero de Mónaco, y no hubo ninguna bandera a media asta para él. Y no tengo nada en contra, pero la realidad es que hoy secularización es igual a cristianismo: si eres cristiano, eres secular y puedes poner la bandera a media asta e ir a llorar por el papa; pero si eres judío o musulmán y se te nota un poquito, enseguida te califican de religioso, y eso no es divertido. Todo este follón en Francia lo han hecho por setecientas niñas que llevan velo, eso es todo, y han armado un follón todo el año por setecientas niñas; da la impresión de que lo que en realidad pasa es que le tienen miedo al islamismo, y cada vez que el Gobierno francés quiere hablar con los musulmanes va con un imán, como si todos estuviéramos representados por él, sin pensar que somos muchos musulmanes seculares. Si eres un muy buen futbolista árabe y tu nombre es Zinedine Zidane, eres francés; pero si eres un ladrón, árabe de tercera generación en Francia, entonces dicen que eres un ladrón de origen árabe. Cuando eres un ladrón, eres árabe, y cuando eres un crack del fútbol, eres francés. ¿Qué significa eso? No podemos seguir hablando de Occidente y de Oriente. ¿Qué es eso? La Tierra es redonda, y tú siempre estás en el oriente de algo".
Satrapi se calla de golpe, se levanta y se dirige a la radio mínima, que ahora transmite una canción de Madonna, una banda sonora anticlimática que corta apagando el aparato. Aprovecha que se ha levantado para encender otro cigarro, e inmediatamente después vuelve a la carga: "¿Qué es eso de los países musulmanes?, ¿de Marruecos a Indonesia?, ¿de Bosnia a Somalia? Por ejemplo, hacen exposiciones de pintura de los países musulmanes en general [como ésta, pienso yo, y desde luego no digo nada], pero no hacen ninguna de la pintura de los países cristianos, donde tendría que haber un peruano, un islandés, un maltés y un italiano. El problema de poner a todos los musulmanes en la misma bolsa es que pierden su identidad. Cuando los europeos dicen 'país musulmán', lo que están diciendo en realidad es que lo único que le da significado a un país, a una cultura, es su religión. La Inquisición española no es la cultura europea, es un error en su historia que padecieron los europeos; lo que pasa en nuestros países es justamente esto, la Inquisición, y ésa no es nuestra cultura. Y lo estamos padeciendo: vivimos en una dictadura, y eso quiere decir que no hemos podido escoger a nuestros gobernantes".
Satrapi terminó con su cigarro y lo liquidó aplastándolo contra el cenicero -según sus cálculos, porque lo que en realidad hizo fue extinguirlo contra mi magnetófono sin darse cuenta-, y dejó la silla para encender nuevamente su radio mínima y dar casi inmediatamente con otra canción de Aretha Franklin; entonces pensé que quizá era el aniversario de la cantante, o que Satrapi tenía verdaderos poderes uranianos.
Luego me dijo, quizá para rebajar el nivel de intensidad de su discurso, que estaba haciendo la película de los cuatro tomos de Persépolis, un trabajo titánico que efectúa desde hace dos años, dibujando a mano cuadro por cuadro, sin ayuda del ordenador, que, según ella, "le resta vitalidad al trazo". Después regresa al mural, a su visión personal de Occidente, donde hay un científico, un gamberro de chándal y pistola, un torso invertido de mujer y una lámpara que se parece a la que pintó Picasso en el Guernica, detalle que le hago notar y ella me dice: "Como estoy pintando el mural aquí, me apetece que tenga algún elemento que recuerde a un pintor español". Y mientras sigue aplicando sus pinceladas negras, le digo que leí por ahí que ella era una princesa persa. Satrapi se detiene en seco, deja su pincel y regresa a la silla para decirme: "No sé por qué en Europa les fascinan tanto los reyes y las princesas. Mi bisabuelo era rey y tenía 85 esposas, así que imagina el número de hijos que tuvo y multiplícalo por tres generaciones; así verás que somos miles de princesas iraníes". Y entonces se me queda mirando, y haciendo ojillos sus ojazos me pregunta: "¿Crees que yo podría ser una princesa?". Como ya sabía que cualquier respuesta empeoraría las cosas, dije simplemente lo que pensaba: "Sí, ¿por qué no?". "¡Ah, sí!", gritó Satrapi, y se puso de pie mientras yo retiraba mi magnetófono para que no fuera a extinguirlo ahora de un manotazo, "pues te voy a decir algo: a mí las familias reales europeas me parecen horribles, ahí el que no es muy feo es estúpido". "Vale, me retracto", dije, "no parece una princesa". Ella se quedó conforme, aunque no contenta, según deduje por lo que dijo a continuación: "¿Has acabado ya con tus preguntas?". "Sí", le respondí, y pedí permiso para husmear un rato por ahí. "Haz lo que quieras", dijo, y regresó a su pincel y a su mural, a darle vuelo a su contagiosa percepción de Occidente.
'Occidente visto desde Oriente' (miniaturas islámicas, fotografías y obras de artistas contemporáneos) podrá verse en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona desde el 26 de mayo hasta el 25 de septiembre.
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